FERNANDO ARRIBAS GARCÍA. Especial para TP

Miembro del Comité Central del PCV

En 1999, diversas organizaciones internacionales llevaron a cabo encuestas, tanto entre expertos como entre el público general, acerca de los personajes y obras más influyentes del milenio que entonces estaba por concluir. Y en los resultados de cada una de esas investigaciones aparecieron muy cerca del tope, en algunos casos incluso en la primera posición, el nombre de Karl Marx y el título de dos de sus obras, Manifiesto del Partido Comunista (1848) y El capital: Crítica de la economía política (1867, 1885, 1894). Hoy, ante el bicentenario de su nacimiento (5 de mayo de 1818), resulta oportuno recordar algunas de las razones que dan cuenta de su prestigio y su influencia perdurables.

Según la opinión de su amigo, camarada y colaborador vitalicio, Friedrich Engels, la principal de esas razones es la formulación por Marx de la «ley fundamental» de la historia humana, a saber, «el simple hecho (…) de que la humanidad debe primero procurarse comida, bebida, refugio y vestido, antes de que pueda dedicarse a la política, la ciencia, el arte, la religión, etc.; y que por lo tanto la producción de los medios materiales inmediatos, y el grado de desarrollo alcanzado por un pueblo determinado en una época determinada en el curso de esa procura, forman la fundación sobre la cual evolucionan las instituciones del Estado, las concepciones legales, el arte, e incluso las ideas religiosas del pueblo en cuestión, y a la luz de la cual deben ser explicadas.»

Esta es la concepción científica de la historia, que, asentada sobre bases materialistas, estudia e interpreta todos los eventos del devenir humano como fenómenos determinados en última instancia, aunque no necesariamente de manera directa, por los acontecimientos en la esfera de la economía, entendida ésta como la procura por la humanidad de la satisfacción de sus necesidades materiales básicas. Tal concepto, que fue formulado claramente por primera vez en 1845 en La ideología alemana, y que fue desarrollado en cuanto a sus implicaciones políticas tres años más tarde en el Manifiesto (obras ambas escritas a «cuatro manos» por Marx y Engels), condujo naturalmente a dar primacía a la ciencia económica como centro y eje fundamental de todo esfuerzo riguroso de investigación de la historia. A ello se debe que, desde 1847, Marx, abandonando su orientación original, nunca haya vuelto a escribir una obra importante de carácter filosófico y se haya dedicado hasta el final de su vida primordialmente al estudio económico.

De la filosofía a la economía

Marx, proveniente de la para entonces atrasada Alemania, no había tenido oportunidad alguna de trabar conocimiento con la moderna ciencia económica hasta 1844, cuando, emigrado en París, tuvo al fin, por indicación de Engels, su primer encuentro con las obras de los fundadores de la economía política, particularmente David Ricardo, Adam Smith, John S. Mill y Jean B. Say. A partir de entonces, sus esfuerzos se dedicaron cada vez más a esta materia, y cristalizaron en una larga serie de escritos económicos que conducen a su obra máxima, El capital.

Todas sus obras económicas maduras, particularmente desde los llamados Grundrisse (escritos en 1857-58, pero publicados en 1939), muestran un empeño en el rigor metodológico y conceptual nunca antes visto en esta ciencia. En esa búsqueda de formalización rigurosa de sus ideas, Marx, muy al contrario de lo que se estilaba hasta entonces en el terreno de los estudios económicos, incorporó y utilizó de manera destacada diversas construcciones y herramientas matemáticas. Ninguno de quienes lo antecedieron en la economía política hizo esfuerzo consistente alguno por expresar sus ideas con formulaciones matemáticas estrictas; de hecho, esos autores nunca se aventuraron dentro de las matemáticas más allá de alguna operación aritmética trivial o el uso ocasional de tablas estadísticas con propósitos puramente ilustrativos. En cambio, las obras económicas de Marx están repletas de esfuerzos algebraizantes y de ejercicios matemáticos varios, como por ejemplo la famosa ecuación que establece la relación entre la tasa de ganancia y la composición orgánica del capital: p’ / s’ = v / C.

Tal forma de expresión algebraica no tiene sólo el propósito de facilitar la escritura a modo de código taquigráfico. Es también parte fundamental de un procedimiento de construcción de conceptos y relaciones de creciente complejidad: una vez algebraizados los conceptos elementales, Marx, por medio de sucesivas transformaciones algebraicas simples, como sustituciones, despejes y transposiciones de variables, avanza de una fórmula a otra, construye nuevas ecuaciones sobre las previas, y obtiene concatenaciones innovadoras entre magnitudes inicialmente inconexas. Así ocurre, en el ejemplo anterior, con las tasas de ganancia (p’), de plusvalía (s’) y de capital variable (v) como porción del capital total (C), magnitudes a partir de las cuales Marx obtiene por medios puramente algebraicos una nada obvia y muy importante conclusión acerca de la tendencia histórica de la tasa de ganancia.

En este sentido, el estilo de Marx es extraordinariamente moderno, hasta precoz para su época: pasó cerca de un cuarto de siglo tras la publicación del primer tomo de El capital antes de que otro autor desarrollara de manera consistente tal estilo algebraico, y fue sólo en la década de 1930, bajo la influencia de John M. Keynes, que el abordaje matemático de la economía se convirtió definitivamente en el estándar profesional.

 

Marx y las matemáticas

La búsqueda de rigor científico llevó a Marx a obtener un notable nivel de dominio de las matemáticas, que se expresó hacia el final de su vida en sus tan formidables como poco conocidos estudios acerca de la naturaleza e historia del cálculo infinitesimal, en los que hizo una crítica demoledora de las concepciones metafísicas de Isaac Newton y Gottfried Leibnitz, los fundadores de esta rama de las matemáticas superiores, y reinterpretó los procedimientos de la derivación a partir de las categorías del método dialéctico, asentándolos así sobre bases más firmes que las provistas por esos autores.

El anhelo de rigor y precisión conceptual lo condujo asimismo a la exploración de procedimientos matemáticos estrictos para el estudio de los fenómenos económicos. En este sentido, en 1873 Marx se propuso un proyecto de una audacia extraordinaria para la época, cuyo mero enunciado lo convierte en precursor heroico de los métodos econométricos: analizar por medios algebraicos las gráficas representativas de la evolución de las variables económicas, con el objeto de «determinar matemáticamente las leyes principales de las crisis»; esto es, calcular las funciones de regresión no lineal de esas curvas a fin de construir un modelo puramente matemático del comportamiento en el tiempo de la economía.

Hoy en día, este es uno de los procedimientos básicos de la llamada econometría, campo de estudio que sólo comenzó a tener existencia propia cerca de 80 años después; pero en época de Marx no existían todavía los métodos modernos de cálculo de los parámetros estadísticos requeridos para el cómputo de regresiones, ni lineales ni mucho menos no lineales, y ni siquiera el propio concepto de «regresión» había sido plenamente establecido. De nuevo, Marx aparece ante nosotros como un pionero de la ciencia moderna.

Extraordinaria es la vida de quien alcance a producir semejantes frutos. Pero como veremos en la próxima oportunidad, el genio de Marx todavía dio para más, y su influencia llega mucho más lejos.

 

 

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