A pie, desde la provincia de Kostromá, llegó a Petrogrado un grupo de campesinos que venían a visitar al camarada Lenin. En raídos abrigos, alpargatas, gorros con orejas y morrales al hombro, se dirigieron al Smolny.

Por esos días, allí había muchísima gente: obreros, campesinos, soldados del Ejército Rojo, marinos. Debido al sordo murmullo de voces, el edificio tenía cierto parecido con una colmena.

Los campesinos de Kostromá avanzaron mirando hacia todos lados, buscando a Vladímir Ilich Lenin.

Casualmente y sin sospecharlo siquiera, se encontraron con él y lo abordaron:
– Oiga, amigo, díganos dónde está el mandón.
– ¿Quién dicen? -les preguntó Lenin, extrañado.
– Pues, el mandón -le repitieron los campesinos-. El que manda ahora en Rusia.
– ¡Ah, ya! El mandón -sonrió Lenin y miró a su alrededor-. Pues, ahí está -les dijo y señaló hacia un sitio indefinido a espaldas de los campesinos, volvió a sonreír con picardía y siguió su camino.

Los campesinos se volvieron y en el corredor vieron a un grupo de obreros. Un poco más allá, unos soldados discutían animadamente de algo. Un marino del Aurora fumaba plácidamente. Al fondo, esperaba otro grupo de campesinos, también en alpargatas y gorro con orejeras. Llevaban morrales al hombro y, a todas luces, también habían llegado a pie.

Los de Kostromá miraron desorientados a los obreros, a los soldados, al marino y a los otros campesinos.
– Aquí no puede estar el mandón -decidieron, extrañados-. Seguramente, el hombre de la barbita se ha equivocado.
– ¿A quién buscan, abuelos? -oyeron de pronto una voz y vieron que un joven obrero se les acercaba-. Seguramente, es la primera vez que vienen por aquí.
– Claro que sí. Quisiéramos ver a Lenin, buen hombre.
– ¿A Lenin?
– A él mismo. A Vladímir Ilich.
El joven los miró con desconfianza.
– ¡Pero si él acaba de hablar con ustedes!

Los campesinos le refirieron su conversación con Vladímir Ilich. El obrero se echó a reír.
– ¿Entonces, ustedes le preguntaron por el mandón de Rusia? Pues el compañero Lenin les ha dicho la verdad. Bueno, si quieren ver a Vladímir Ilich, deben subir al tercer piso.
Los campesinos tomaron sus morrales.
– Vaya con la cosa -dijo uno-. Aquí hay algo que no entiendo.
– Sí, hay algo raro -concedió otro.

Se quedaron mirando al tercero, al mayor de todos. Pero éste estaba sumido en profundas reflexiones, arrugado el entrecejo.
– ¿Cómo entender eso, Afanasi Danílovich? -lo interpelaron los campesinos.
– ¿Cómo? Pues, como nos lo ha dicho -dijo el viejo y una sonrisa iluminó su rostro.
Subieron al tercer piso y se aproximaron al gabinete de Lenin.
– ¿A quién buscan? -les preguntó el secretario a la entrada.
– Al compañero Lenin.
– ¿Cómo anunciarlos?

El viejo miró a los suyos, carraspeó para mayor solemnidad, se limpió los bigotes con la mano y dijo:
– Dile que ha llegado el mandón. El que ahora manda en Rusia.

La Cheka ha extraído este cuento del libro Cuentos de la historia de Rusia. Moscú: Editorial Ráduga, 1976.

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