Por alguna extraña razón, la humanidad añora y se aferra a sus recuerdos, quizá pensando que “cualquier tiempo pasado fue mejor”. Si hiciéramos una de esas estúpidas encuestas preguntando por la calle si les gustaría un “mundo sin fronteras”, todos contestarían afirmativamente.

Parece, pues, que todos somos internacionalistas y algo nos dice que las fronteras no son geografía sino historia, es decir, que hubo un tiempo en el que no existían. Había Estados pero no tenían fronteras porque para que las haya el Estado tiene que cambiar su naturaleza de clase y convertirse en un Estado burgués.

Pero al principio en la frontera no había nadie; ni siquiera había aduanas y las personas cruzaban de un lado para otro sin apercibirse de que atravesaban algo, de que en el suelo había una raya que separaba a un Estado de otro, a partir de la cual les consideraban extranjeros.

Los pasaportes y los visados no llegaron hasta los tiempos del imperialismo, es decir, que no tienen más de un siglo. Con ellos los grandes Estados cerraron sus fronteras al tiempo que pretendieron abrir las de los demás. Inventaron a los extranjeros, a la inmigración y los funcionarios encargados de impedirla. Con ellos llegó la “balcanización”, las política “de bloques”, un mundo fragmentado por la rivalidad y las alianzas.

Pero la mayor parte de la humanidad nunca lo entendió y desde entonces sueña con un mundo sin fronteras, por lo que los políticos se dedican a embaucarla vendiéndole como tal engendros del tipo Unión Europea. ¿Se acuerdan de los noventa?, ¿de la “globalización” y de los que se oponían a ella? El viejo sueño de una falsa Europa sin fronteras se contradecía con lo que antes se llamó más correctamente “unión económica y monetaria”, es decir, capitalismo.

Internet es otro camelo del mismo tipo, un mundo sin fronteras, interconectado, aunque sólo sea virtual. Pero el otro día Eric Schmidt, el presidente de Google, nos arrojó un jarro de agua fría: “En los próximos 15 ó 20 años, lo más probable es que internet se divida en dos, una internet dirigida por China y la otra por Estados Unidos”.

El martes, el New York Times publicó un editorial mostrando su desacuerdo: no habría dos sino tres internet. A las dos de Schmidt añadía la europea. Hasta ahora internet sólo se ha utilizado en el singular; nosotros proponemos que se empiece a difundir el plural: internetes.

¿Por qué habrá varios internetes? Es muy sencilo de entender: porque en el futuro internet se va a construir en torno a la censura (a diferentes tipos de censura, incluida la censura de guerra).

El mundo virtual parece que sigue al real, que es capitalista e imperialista, y ha empezado por dibujar fronteras, luego seguirá por los pasaportes, los visados, las emigración, las pateras, los muros…

Pero el New York Times siempre va un poco más allá porque nunca se conforma con lo que otros aseveran: “Si las cosas continúan en esta dirección, en la próxima década internet podría quedar relegada al papel de otro frente en la nueva Guerra Fría”.

También es lógico porque en el mundo real, como dicen los leninistas, el imperialismo conduce a la guerra; luego, el virtual sigue esa misma senda. La guerra trae la mentira, la censura, la intoxicación…

La censura será el factor común de todos esos distintos fragmentos, dice el New Yor Times. “La censura y la vigilancia de internet fueron alguna vez el sello distintivo de los gobiernos opresores, siendo Egipto, Irán y China los principales ejemplos”. Pero está claro que eso “no es dominio sólo de las fuerzas antidemocráticas”.

Para escribir un editorial redondo al New Yor Times sólo le faltó añadir: “nosotros también formamos parte de esa censura”. La censura, que es el silencio, en definitiva, no podría existir sin su opuesto dialéctico, el ruido, la intoxicación o, como le gusta decir al periodico de Nueva York: sin el “spam”.

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