De la ayuda “humanitaria” a la intervención militar

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Julián Sabogal.— Estados Unidos, como país imperialista, tiene un libreto que aplica, con pocas variaciones, para derrocar los gobiernos de países ricos que le son adversos. El libreto contiene los siguientes pasos: primero, provocar escasez de productos de primera necesidad; segundo, financiar protestas masivas de la población y el desplazamiento de esta a los países vecinos; tercero, ofrecer ayuda “humanitaria”, ante la cual el gobierno del país tiene la disyuntiva de aceptarla, lo que puede convertirla en un caballo de Troya, o rechazarla corriendo el riesgo de que sea presentado como enemigo de la población necesitada; si estas acciones no son suficientes, viene, el cuarto paso, la intervención militar.

Si logran ganarse al ejército nacional o parte de este, le delegan la tarea de asesinar al líder del gobierno y todos los que puedan defenderlo, como hicieron en Chile con el gobierno socialista de Salvador Allende y en Granada con el de Maurice Bishop; en el primer caso no necesitaron trasladar los Marines al país, en el segundo caso no les bastó el asesinato sino que luego vino la invasión.

Por supuesto, no siempre salen victoriosos. De Vietnam salieron derrotados y de Siria van a terminar retirándose mientras el presidente Bashar al-Assad permanece. Un papel muy importante en la aplicación del libreto lo juegan los llamados medios de comunicación internacionales –que son realmente monopolios privados creadores de opinión–. El papel de estas empresas es muy eficiente. Un caso significativo es la llamada Primavera Árabe, sobre la cual llegaron a convencer incluso a personas que tienen formación ideológica y con posiciones de izquierda; a pesar de lo cual no alcanzaron a descubrir que la tal primavera solo tuvo lugar en países con gobiernos no amigos de Estados Unidos y con riquezas petroleras. Se trató realmente de un plan del gobierno de Barack Obama.

La aplicación del libreto es la que está en marcha en Venezuela; con el agravante de que nos encontramos en un momento en el que el mundo, particularmente, América Latina, se ha corrido hacia la derecha, es decir, que es un momento favorable a Estados unidos y sus aliados de derecha extrema como Duque y Bolsonaro.

En los momentos de crisis, como el actual, se definen cuestiones esenciales, los espacios intermedios, nebulosos, se evaporan; como dijo Halimi, hablando de los “chalecos amarillos”, “en momentos de cristalización social, de lucha de clases sin rodeos, uno debe elegir su bando. El centro desaparece, el pantano se seca. Y entonces, incluso los más liberales, los más cultos, los más distinguidos olvidan la tontería de “vivir juntos” (Le Monde diplomatique, edición 185, “Lucha de clases en Francia, año 2019”, pág. 12). Para esquematizar el problema podemos decir: Trump o Maduro.

El secretario del Departamento de Estado de EE.UU., Mike Pompeo, amenazó al presidente de Venezuela con llevarlo a la cárcel de Guantánamo. Seguramente está pensando en Manuel Antonio Noriega –presidente de Panamá que fue detenido en su país por un comando militar de Estados Unidos y llevado a una cárcel de este país– el presidente de Colombia, en su visita a Donald Trump, también repitió que para Maduro no habrá amnistía, que debe ir a la cárcel; el consejero de Seguridad Nacional, John Bolton, les dijo a los altos mandos del ejército de Venezuela que quienes se pasen a tiempo al lado de los enemigos del Gobierno venezolano no serán castigados. Nótese que no dijo que la justicia venezolana posiblemente los puede amnistiar, Bolton ya se ve legislando en el vecino país. Todas estas declaraciones se parecen a El cuento de la lechera, de Esopo.

El ejército norteamericano no va a llegar a Venezuela de entrada por salida y detener al presidente. Si dan el paso siguiente, después de la ayuda “humanitaria”, se iniciará una guerra que, como todas las guerras, se sabe cuándo y cómo empieza pero no cómo ni cuándo termina. Todo indica que no lograrán comprar al ejército Bolivariano, además de que el país cuenta con cerca de un millón de milicianos y milicianas en armas.

Además, Estados Unidos, de nuevo, hará una guerra lejos de su casa y, en este caso, hará uso de las bases militares que ya tiene en territorio colombiano. Algunas de las bombas disparadas en la frontera caerán sobre población colombiana no norteamericana. La emigración de la población hacia los países vecinos, que hoy se cuenta en cientos de miles, se contará en millones.

La verdadera izquierda latinoamericana y mundial tendrá que solidarizarse con el gobierno y el pueblo venezolanos, como lo ha hecho siempre con los pueblos víctimas del fascismo y del imperialismo. El único escenario favorable en el futuro cercano es que se respete la soberanía del país bolivariano, que los venezolanos autónomamente resuelvan sus problemas, pero esto el imperialismo y la extrema derecha no podrán entenderlo. Es demasiado tentadora, para Estados Unidos, la posibilidad de apropiarse un país que cuenta con las mayores reservas petroleras del mundo.

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