«Hubo en general durante toda la guerra [1936-1939], y en particular en la primera fase de la misma, una atomización del Poder que dadas las circunstancias causó graves perjuicios a la causa popular. El que cada partido tuviera sus órganos de Poder, el que en cada provincia o región hubiera distintas formas de régimen político y social, sin que el Partido Comunista de España (PCE) supiera aprovechar el anhelo común al pueblo de resistir al fascismo, obstaculizó esa misma resistencia. Nominalmente, todos se sometían al Poder popular –el Gobierno de Frente Popular–, pero la verdad es que ese Gobierno tenía escasa autoridad, por no decir ninguna. Se planteaba la contradicción entre la necesidad de un Frente y un Gobierno único, por un lado, y los intereses de grupo, de clase, por otro. Pero el Partido no supo solucionar en ningún momento esa contradicción.
El pueblo en armas supo darse nuevos y variados órganos de Poder. Pero debido a la desunión y a la influencia socialreformista que aún prevalecía en la clase obrera, y por la indecisión del Partido, cayeron bajo la influencia pequeñoburguesa, en general. El surgimiento de los comités revolucionarios populares, en todas las regiones y zonas republicanas, fue algo muy positivo, porque suplantaban a las autoridades centrales –de la media y la pequeña burguesía–, ineficaces y pasivas frente a la contrarrevolución e incluso, a veces, traidoras. A través de esos comités revolucionarios las masas demostraban su deseo de organizarse para resistir al fascismo; sin embargo, dichos comités no eran unitarios, lo cual permitió la atomización y el cantonalismo que se produjo frecuentemente. El Partido no supo en esas circunstancias superar la atomización y la desunión. Hubiera sido preciso desarrollar esos comités revolucionarios, transformando su contenido, prestarles todo el apoyo necesario –preocupándose menos de la «legalidad» pequeñoburguesa–, impulsarlos, encabezarlos y orientarlos por un camino unitario, revolucionario, de Poder popular. En vez de eso, el Partido se aferró a las viejas instituciones republicanas sobrepasadas por los mismos acontecimientos, con lo cual hizo el juego a los titubeos y temores de la pequeña y media burguesía y causó un gran mal a la causa popular. A todo lo largo de la guerra, hasta los últimos momentos veremos que el Partido no supo entender claramente cual era su verdadero papel y que, por el contrario –nos referimos a la cuestión del frente unido–entendió de una forma estrecha, legalista, estática, sin movimiento, la legalidad republicana.
El Gobierno republicano era producto de una revolución democrático burguesa de viejo tipo, y de una clase vacilante, que no logró nunca llevar a cabo su propia revolución. Por lo tanto, sus órganos de Poder eran la expresión misma de sus propias vacilaciones, inestabilidad y desconfianza hacia el pueblo. Resulta evidente que la pequeña y media burguesía fue incapaz de desempeñar el papel dirigente de la lucha popular contra el fascismo y ello por su propia naturaleza e intereses de clase. Es cierto que, en los primeros momentos de nuestra guerra nacional revolucionaria contra el fascismo, había que acabar con el desorden inicial y que había que crear una autoridad centralizada de genuino Frente Popular, que había que luchar por la legalidad del gobierno republicano, mas el impacto mismo de la sublevación fascista y el auge revolucionario de las masas, destrozaron rápidamente gran parte de lo existente. Por lo tanto, la tarea era, en el marco de la legalidad republicana –pero una legalidad dinámica, en evolución–, crear nuevos organismos de Poder que permitieran canalizar el entusiasmo revolucionario. Los viejos organismos eran inservibles para la revolución y el aferrarse a ellos, como lo hizo el Partido, impidió a la clase obrera y a su Partido de vanguardia tomar la dirección de la guerra y de la revolución. […]
El Partido Comunista se aferró, en la mayor parte de los casos, a la «legalidad» para no asustar a la pequeña burguesía aliada y para obtener el apoyo de las mal llamadas democracias occidentales. Incurrió además en el grave error de despreciar las formas de poder que surgieron durante la lucha; y para mantener la «unidad» perdió su independencia e hizo dejación de sus derechos esenciales, de su política y principios.
Un ejemplo patente de la importancia de esas nuevas formas de Poder en el curso de la lucha, lo tenemos con la Junta de Defensa de Madrid. En la heroica defensa de nuestra capital –que llenó de asombro y admiración al mundo entero–, desde la iniciación de la ofensiva franquista en Extremadura hasta su rechazo en las puertas de Madrid quedó demostrado que tanto la anarquía reinante como las viejas instituciones republicanas eran inoperantes y perjudiciales para detener al enemigo. En esos momentos graves, cuando el pueblo y la revolución estaban en inminente peligro, el Partido tuvo una posición no solamente justa, sino de gran visión histórica con respecto a su papel.
Sin preocuparse para nada de si su actuación podía o no disgustar a nuestros aliados, tomó decisiones propias que dieron como resultado la primera derrota del fascismo. No cabe duda de que la creación del Quinto Regimiento marcó un viraje en el curso de la guerra que sin el hubiera terminado en aquellos días. El Partido Comunista, ante la cobardía e inconsecuencia de los demás partidos políticos, no sólo creó la fuerza armada capaz de enfrentarse al ejército fascista, sino que forjó el propio órgano de Poder popular que lo dirigiera: la Junta de Defensa. Así logro ser el dirigente de la defensa de Madrid y esta fue la causa –política y militar– de que las hordas del fascismo nacional e internacional mordieran el polvo en los suburbios madrileños. Sin la Junta de Defensa y sin el Quinto Regimiento dirigidos por el Partido, no hubiera habido –o hubiera sido muy escasa– resistencia en Madrid.
Pero ese magnífico ejemplo de Madrid no supo ser comprendido por el Partido en toda su amplitud. Se tomó como algo circunstancial, sin ver en él el núcleo de la futura estructura política que nos permitiría ganar la guerra y que era además extraída de la práctica viva y creada por las propias masas revolucionarias bajo la dirección del Partido. En vez de aferrarse a ello, en lugar de impulsar esa experiencia y extenderla por toda España, por temor a las fuerzas pequeñoburguesas la dejó languidecer hasta su extinción, privando así al pueblo de la forma más genuina de Poder popular que se había dado.
¿Por que se hizo esto? El Partido, imbuido de «legalismo» republicano no comprendió que el ejemplo de la Junta de Defensa de Madrid podía dar a España una legalidad popular dentro de los marcos de la legalidad y del Frente Popular y, por temor a romper ese Frente, claudicó y pretendió dar esa cohesión que tenía la Junta de Defensa, al propio Gobierno pequeñoburgués en el que el Partido no detentaba mas que puestos secundarios. Solamente si se hubiera extendido la experiencia de Madrid, se hubiera podido conseguir que ese Gobierno dejara de ser pequeñoburgués y fuera de hecho dirigido por el proletariado. Un gran número de «juntas de defensa» habrían dado como resultado un nuevo gobierno que sin salirse de la legalidad republicana habría contado con un amplio apoyo popular y una dirección proletaria. Es cierto que se intentaron crear comités de Frente Popular, pero se concibieron siempre como yuxtaposiciones a los órganos de Poder republicano y nunca como parte del Poder mismo. Esto, debemos reconocerlo, fue un error del Partido, producto de algunas ideas derechistas sobre la política de alianzas que imperaba en cierto número de miembros de la Dirección.
Esa posición era el producto de una incomprensión del papel que debía desempeñar el Partido en esa etapa de la revolución –quien no comprendió nunca que debía ser el dirigente de la lucha–, y de un temor a tomar responsabilidades y asustar a las otras clases, capas y partidos políticos aliados. Es cierto, como hemos dicho anteriormente, que era preciso acabar con el estado de desorden y anarquía reinantes al comienzo de la guerra. La política de los dirigentes anarquistas de crear formas de Poder ultraizquierdistas y de separar la revolución de la guerra, era perjudicial para el conjunto de la lucha. Igualmente ocurría con la política oportunista de Largo Caballero y sus partidarios, consistente en el «dejar hacer» y el poder personal. Pero a través de la lucha misma había que haber buscado nuevas formas de Poder popular en las que la dirección proletaria estuviese presente y no aferrarse a instituciones que en muchos casos frenaban la lucha y que estaban desprestigiadas. La tarea, pues, era la de encontrar en el propio desarrollo de la guerra revolucionaria contra el fascismo formas de Poder que fueran la representación genuina del Frente Popular y que tuvieran un verdadero carácter revolucionario. Desgraciadamente, el Partido no lo comprendió así y se aferró a las viejas instituciones tratando de reavivarlas –sin conseguirlo–, y despreció formas jóvenes y llenas de vigor, como la Junta de Defensa de Madrid y los comités de Frente Popular, bien dejándolos morir o bien alimentándolos escasamente, con un estrecho sentido de su papel». (Partido Comunista de España (marxista-leninista); La guerra nacional revolucionaria del pueblo español contra el fascismo, 1975)
Anotaciones de Bitácora (M-L):
Una muestra palpable de la política del Partido Comunista de España (PCE) respecto a las nuevas formas de poder, se puede ver en los artículos de sus periódicos oficiales de aquel entonces:
«Parece haberse desatado una epidemia de comités exclusivistas de los más variados matices y con las funciones más insospechadas. Nosotros declaramos que todos y cada uno debemos estar interesados en la defensa de la República democrática, y por ello cada uno de los organismos que se creen deben reflejar exactamente la composición y los propósitos que animan al gobierno que todos nos hemos comprometido a apoyar y defender. Es una necesidad de guerra que avalan numerosos factores, tanto de índole nacional como internacional y a los cuales debemos acompasar el ritmo de nuestro paso». (Mundo Obrero, 9 de septiembre de 1936)
Esto como bien dicen algunos historiadores, contradecía la política reciente del partido:
«Esta política representaba una cambio radical para los comunistas, que en la época de la insurrección de Asturias en 1934 habían reclamado la sustitución del Estado republicano por los órganos de poder revolucionarios –véase el documento «Los soviets en España»–. También contrastaba con la política que habían seguido los bolcheviques rusos en 1917, porque estos mientras habían dirigido sus esfuerzos durante los primeros meses de la revolución a sustituir los antiguos órganos de gobierno por los soviets, en la revolución española los comunistas trataron de sustituir los comités revolucionarios por órganos de administración regulares». (Burnett Bolloten; La Guerra Civil Española: Revolución y Contrarrevolución, 1989)
La Internacional Comunista advertía en 1933 que los comunistas españoles debían prestar atención a las nuevas formas de poder, los soviets, sobretodo ante el descrédito popular de las instituciones republicanas para cumplir sus demandas:
«Las masas de los obreros, de los campesinos y los soldados cada vez comprenden mejor, sobre la base de su propia experiencia de la lucha de clases reforzada por la agitación del Partido Comunista, la verdadera fisonomía reaccionaria del poder de los capitalistas y terratenientes. Comprenden cada vez mejor que esta República no les dará la libertad, la tierra, pan y trabajo, por lo que al combatir a la monarquía vertieron su sangre y que les fueron prometidos por la burguesía republicana. En consecuencia, las ilusiones democráticas y republicanas se disipan cada vez mas en las masas y crece la desconfianza hacia las Cortes contrarrevolucionarias y sus partidos, hacia el gobierno y la República. (…) Las masas se rinden a la evidencia de que solamente derrumbando violentamente el poder de los capitalistas y terratenientes, derrumbando el régimen, podrán obtener un mejoramiento decisivo y durable de la situación de los obreros y campesinos. Por eso la lucha de las grandes masas las coloca cada vez más frente a la necesidad de luchar por la subversión del régimen burgués-agrario, por el gobierno obrero y campesino de los soviets. (…) Las masas se rinden a la evidencia de que solamente derrumbando violentamente el poder de los capitalistas y terratenientes, derrumbando el régimen, podrán obtener un mejoramiento decisivo y durable de la situación de los obreros y campesinos. Por eso la lucha de las grandes masas las coloca cada vez más frente a la necesidad de luchar por la subversión del régimen burgués-agrario, por el gobierno obrero y campesino de los soviets. (…) Órganos revolucionarios de poder, los soviets, que aniquilarán hasta la raíz el aparato del régimen burgués-agrario ya asegurarán la amplia participación de las masas trabajadoras en la administración de su propio Estado». (A. Brones; La acentuación de la crisis revolucionaria en España y las tareas del PCE, 1933)». (A. Brones; La acentuación de la crisis revolucionaria en España y las tareas del PCE, 1933)
La sección catalana comunista decía tras la derrota de la insurrección de octubre de 1934:
«El Partido Comunista de Cataluña, al tiempo que cumple su histórica tarea de derrocar a la burguesía y a los terratenientes mediante la movilización de las amplias masas en aras de la emancipación nacional y social del pueblo trabajador de Cataluña, de la lucha por el derecho a la libre determinación hasta la independencia y del establecimiento de soviets de obreros, campesinos, soldados y marinos, llevará a cabo una lucha implacable contra el imperialismo español y los traidores a la causa de la emancipación del pueblo catalán: Esquerra, la Generalitat y sus agentes. (…) Otro error terrible fue dejar la cuestión de la lucha en manos de personas tan indecisas como Companys. (…) Si la revolución ha de resultar victoriosa, debe permanecer en todos sus aspectos en manos de los explotados. Nuestros heroicos camaradas de Asturias y Vizcaya nos lo han vuelto a demostrar una vez más». (Partido Comunista de Cataluña; Iº Congreso, 1934)
¿Qué conclusiones podemos sacar entonces?
Ciertamente la táctica política de los comunistas españoles debían ser diferente en algunas cuestiones respecto a la de los comunistas rusos: ya que los primeros estaban en un gobierno de coalición antifascista en medio de una guerra civil, mientras los segundos estaban en la oposición a un gobierno democrático-burgués que deseaba continuar una guerra exterior. También es cierto que la creación de comités y de jefes de los mismos que se opusieran a las directrices del gobierno de coalición antifascista entorpecían el funcionamiento gubernamental en medio de una guerra –como criticaba el PCE respecto a los anarquistas–. Pero no menos verdad es el hecho de que el PCE al renunciar totalmente a los comités revolucionarios, a los soviets españoles, se sometía en cambio a un funcionamiento burocrático y lento en dicho gobierno de coalición bajo las viejas y decadentes instituciones republicanas, cosa que no hubiera sucedido si hubiera apoyado y tomado el control en los comités revolucionarios, si fueran estos quienes llevasen a cabo la política revolucionaria del gobierno en guerra. El hecho de que los comunistas tuvieran que contar temporalmente con los republicanos de izquierda o el ala derecha del PSOE –contrarios a un poder soviético–, no elude el hecho de que ante la incapacidad de estos grupos para tomar medidas efectivas y enfretar la guerra debidamente, los comunistas debían llevar la iniciativa en la política del gobierno del frente popular y tratar de imponer su visión sobre el resto de aliados, sobre todo una vez adquirido la confianza de las masas como logró el PCE durante la guerra.