Europa podría ser el epicentro del próximo desplome económico.

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Con motivo del 20 aniversario del euro, en enero de este año, el presidente del Banco Central Europeo (BCE), Mario Draghi, quiso hacer un último intento antes de su salida. Su ambición es “culminar el marco de la zona euro” y “reducir las divergencias entre los Estados del Este y del Oeste para proteger el euro en un mundo inestable”. Más concretamente, sus objetivos son: 1) reforzar la Unión Económica y Monetaria (UEM) mediante la conclusión de la unión bancaria de la zona euro para refinanciar a los bancos en dificultades y 2) mejorar el Mecanismo Europeo de Estabilidad (MSU) con el Eurogrupo (la reunión mensual de los Ministros de Hacienda de los Estados miembros de la zona euro).

La inestabilidad está en el aire, pero los caciques de la Unión Europea se están tomando su tiempo. Tras la crisis de 2008 decidieron que la organización de la unión bancaria debía estar en marcha… para 2024: reorganizar la supervisión de los grandes bancos, solucionar sus dificultades y garantizar los depósitos.

La fusión de los mercados de capitales promovida por el antiguo Presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Drunker, reintroduce los dos mejores ingredientes de la crisis de 2008: la deuda, que se extendería a las pequeñas y medianas empresas, y la titulización, para fomentar los préstamos a las PYME. En otras palabras, la desregulación financiera.
La unión bancaria, creada oficialmente para luchar contra el riesgo financiero, es un paso más hacia un modelo de Europa basado en los “länder” alemanes, regiones autónomas con numerosos poderes en los ámbitos de la policía, la educación, la cultura con una constitución, una asamblea elegida y un gobierno. Este proyecto arrebataría a los Estados miembros el control de los sistemas bancarios de los Estados miembros y los transferiría a instituciones europeas supranacionales.

El 14 de diciembre del año pasado la cumbre de Bruselas también dio lugar a la decisión de crear un “instrumento fiscal de la zona del euro”, es decir, un presupuesto para lograr un gobierno económico de la zona del euro. Siguiendo el ejemplo de Estados Unidos, eso permitiría confiar en el presupuesto federal en caso de crisis local; de hecho, la herramienta de estabilización del tipo de cambio (devaluación/revaloración de la moneda) no puede utilizarse entre los Estados miembros, ya que tienen una moneda común con un tipo de cambio fijo en la zona euro.

A nivel político, el cuestionamiento del euro está en su punto álgido, a lo que se añaden las posibles conmociones de un Brexit, las crisis bancarias debidas a los balances de los bancos europeos y la crisis de la deuda italiana.

Europa podría ser “el epicentro de la próxima crisis”, según el financiero Sebastien Laye. La producción industrial de los países de la zona euro se desplomó hasta su nivel más bajo en diez años (1,7 por ciento en noviembre de 2018, su mayor descenso en casi tres años). Su caída alcanzó el 3,3 por ciento en 2018, mientras que el consenso fue del 2,3 por ciento según Eurostat. A diferencia de la ralentización de 2011-2012, no son los países periféricos de Eurolandia los que están siendo desafiados, sino el corazón de la economía europea, a saber, la industria alemana y los problemas domésticos franceses (consumo, chalecos amarillos, etc.).

Ni siquiera los partidarios más entusiastas de la moneda única defienden ya seriamente lo que ahora se puede llamar, con pruebas, un completo fiasco.

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Miguel Hernández… «Y nuestro odio no es el tigre que devasta: es el martillo que construye.»

«Ya sabéis, compañeros en penas, fatigas y anhelos, que la palabra homenaje huele a estatua de plaza pública y a vanidad burguesa. No creo que nadie entre nosotros haya tratado de homenajear a nadie de nosotros hoy, al reunirnos, en la sabrosa satisfacción de comer como en familia. Se trata de otra cosa. Y yo quiero que esta comida no dé motivo para pronunciar palabras de significación extraña de nuestro modo de ser revolucionario. Esta comida es justo premio a los muchos merecimientos hechos en su vida de espectro por uno de nosotros, durante los veinticinco días que ha conllevado consigo mismo, con la paciencia de un muerto efectivo, allá, en la ultratumba de esta cárcel. El hambre que he traído de aquella trasvida fantasmal a esta otra vida real de preso: el hambre que he traído, y que no se me va de mi naturaleza, bien merece el recibimiento del tamaño de una vaca: Eso sí; como poeta, he advertido la ausencia del laurel… en los condimentos. Por lo demás, el detalle del laurel no importa, ya que para mis sienes siempre preferiré unas nobles canas. Quedamos, pues, en que hoy me ha correspondido a mí ser pretexto para afirmar, sobre una sólida base alimenticia, nuestra necesidad de colaboración fraterna en todos los aspectos y desde todos los planos y arideces de nuestra vida. Hoy que pasa el pueblo, quien puede pasar, por el trance más delicado y difícil de su existencia, aunque también el más aleccionador y probatorio de su temple, quiero brindar con vosotros. Vamos a brindar por la felicidad de este pueblo: por aquello que más se aproxima a una felicidad colectiva. Ya sabéis. Es preciso que brindemos. Y no tenemos ni vino ni vaso. Pero, ahora, en este mismo instante, podemos levantar el puño, mentalmente, clandestinamente, y entrechocarlo. No hay vaso que pueda contener sin romperse la sola bebida que cabe en un puño: el odio. El odio desbordante que sentimos ante estos muros representantes de tanta injusticia: el odio que se derrama desde nuestros puños sobre estos muros: que se derramará. El odio que ilumina con su enérgica fuerza vital la frente y la mirada y los horizontes del trabajador. Pero, severamente, cuidaremos en nosotros que este odio no sea el del instinto y la pasión irrefrenada. Ese odio primigenio sólo conduce a la selva. Y nuestro odio no es el tigre que devasta: es el martillo que construye. Vamos, pues, a brindar». Miguel Hernández

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