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Ucrania: encaje sudado.

Elsa Claro.— El recién pasado sábado 17 de agosto, la agencia de noticias española, EFE, daba cuenta de acusaciones muy serias lanzadas contra Petro Poroshenko. En particular, por haberse hecho con el control de unos 8 mil  millones de dólares de Ucrania. El informante a la prensa y acusador del caso es el multimillonario estadounidense, de origen ucraniano, Sam Kislin, quien asegura: “…Poroshenko, durante su presidencia sacó de Ucrania al menos 8 mil millones de dólares. Solo según los datos de que dispongo, se sacaron de 700 a 800 millones de dólares por medio de la compañía estatal Tsentrenergo, dijo a medios en Kiev.

Del asunto no hay muchas referencias en una prensa mundial, repleta de descalificaciones y enfoques tremebundos sobre situaciones de varios gobiernos, sean latinoamericanos o del Medio Oriente. No darle cobertura a hechos de este tipo no quiere decir que no existan o carezcan de importancia. Sobredimensionar a unos en tanto se invalida a otros, jamás podrá ser imparcial ni de honrada razón.

Pero bien, según el propio Kislin, hasta en Estados Unidos están formuladas diferentes causas penales contra el exmandatario. En particular la referida a la incautación, en provecho propio, de mil millones de dólares entregados por el Fondo Monetario Internacional a Kiev, en calidad de ayuda. (…) existen motivos para considerar que todo este dinero no llegó a su destino, sino que fue sacado bajo la tapadera de financiar bancos y luego se repartió por los bolsillos (…) Todo esto se hizo por indicación de Poroshenko, aseguró el magnate.

En Ucrania también hay procesos abiertos en su contra y ya fue citado a declarar ante la justicia, un aparato sin virtuosas garantías de equidad, así
se le conceptúa pero forzado a, por lo menos, atender lo básico de estos sumarios. Poroshenko, junto con la reelección, perdió la inmunidad y está siendo imputado de alta traición, evadir impuestos y abuso de poder, entre delitos no menos consistentes, incluyendo el accionar político de quien no se interesó lo suficiente por dilucidar los grandes problemas económicos del país o el asunto separatista, usado como móvil para recibir ayudas externas, que, según los cargos, fueron usadas en favor de grupos oligárquicos o para sus arcas personales, aunque con ello endeudara a los ucranianos.

El estreno de Volodimir Zelenski en el primer cargo nacional suscitó razonables recelos sobre su desempeño, considerando la falta de experiencia y las altas expectativas motivadas por su personaje televisivo en calidad de “servidor del pueblo”. Por verse está todavía si las esperanzas de quienes le eligieron tienen fundamento o se quedan a escala de ilusionado espejismo.

En su favor y pese a las dudas, arriban hechos específicos. Una fue la aproximación a Moscú con resultados, pues ocurrió un intercambio de prisioneros y se esperan otros similares. Entre los liberados por Rusia están los guardiamarinas capturados durante la entrada de su nave militar al estrecho de en Kersh el 25 de noviembre del 2018. En sentido inverso, fueron puestos en libertad una treintena de rusos, entre los cuales está el jefe de la agencia Novosti en la capital ucraniana. Un acuerdo de ese tipo no se intentó por el mandatario anterior.

Zelesnki movió ficha al conversar telefónicamente con Vladimir Putin. Ambos jefes de estado acordaron un encuentro futuro. Muy interesante, dentro de todo, que el ahora presidente convoque a retomar los Acuerdos Minsk, firmados por las dos partes hace 5 años, pero ignorados por la administración Poroshenko, quien siempre acusó a los insubordinados, o a la parte rusa, de incumplirlos, pese a la certeza histórica de que casi nunca hay un solo culpable en la solución de cualquier disputa, particularmente una con tantas subtramas e intereses particulares merodeando.

El reciente intento por alcanzar paz entre el gobierno central y las regiones del este, compromete y, en esencia, resulta alentador. Debe recordase que el citado Protocolo de Minsk fue firmado por representantes ucranianos y rusos junto con delegados de las repúblicas del Donest y Lugansk, en septiembre de 2014, contando con los auspicios, además, de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE). Ese acuerdo, permitió un cese inmediato al fuego, que no duró mucho.

Como parte de ese convenio el gobierno ucraniano debió decretar una ley dándole estatuto especial de la zona en conflicto y permitir y respetar elecciones locales en las dos regiones insurrectas. Ninguno de esos aspectos fue abordado de forma seria por las instancias del poder en Kiev.

Ni siquiera se procedió, en serio, a cumplir el compromiso de darle paso a
una zona desmilitarizada para eliminar el contencioso. Aunque el pacto suscribía el compromiso de Kiev a levantar todas las restricciones impuestas, para permitir el ingreso progresivo a un status de normalidad, tampoco algo similar se llevó a efecto y menos aún la reforma constitucional requerida para descentralizar ese trozo del país.

La parte referida a un programa para reconstruir la economía del Dombás, tampoco se implementó. En contradicción con ese trato, en la etapa Poroshenko se eliminaron algunos intercambios comerciales entre el área sublevada y el sur y, encima, las autoridades centrales de Ucrania (léase Poroshenko y su parlamento repleto de ricachones por entonces) eliminaron asistencia (pensiones por ej.) mantenidas antes para los ciudadanos en el territorio rebelde.

El fracaso provocó la aparición del llamado Cuarteto de Normandía, con Alemania y Francia incorporadas a las tentativas de pacificación y orden. Se le conoce también como Minsk II dado que en sus designios capitales estuvo tomar los puntos de mayor importancia del anterior acuerdo para reanimarlos. La OSCE se mantuvo sumada a ese otro esfuerzo.

Ese esquema de negociaciones no funciona desde octubre del 2016, pero a tenor de los cambios oficiales ocurridos en Ucrania, se presume y fomenta el retorno a aquellos contactos, de los cuales se retiró Poroshenko, sin cumplir ninguno de los aspectos acordados.

El reciente intercambio de prisioneros anuncia una atmósfera más disipada para entablar nuevas transacciones. Los cuatro países deberán –según trascendidos reunirse en París y si un eventual intercambio entre Zelenski y Donald Trump, durante el cercano período de sesiones de la Asamblea General de la ONU, no desvía del ámbito constructivo el tema, quizás se llegue a finalizar convenientemente una guerra con más de 13 mil víctimas mortales acumuladas.

Zelenski ha dicho que uno de sus principales objetivos es concluir ese nefasto problema separatista, y actúa de forma pragmática con respecto a Rusia, a la cual es imposible ignorar en este diferendo, pero ello no implica un arreglo en las relaciones inter-países, demasiado maltratadas directa o mediáticamente, como para sanarlas a corto plazo.

De todos modos, la Unión Europea, pidió a Moscú y Kiev, seguir avanzando hacia la distención. En referencia al canje de prisioneros, la vocera de la cancillería rusa, María Zajárova, calificó de un paso muy importante lo concretado, pese a no pocas provocaciones y dificultades objetivas. Para la diplomática, “es preciso mantener al máximo esa actitud enfocada en la resolución de los problemas y no en su agravamiento. La voluntad política y un trabajo duro y sistemático dan sus frutos, dijo.

En medio, suele ocurrir hay aviesos ánimos. No siempre basta con la buena voluntad. Aun así, esperemos que en este caso, sean mayores los esfuerzos y motivos para unir a dos que tanto en común tienen.

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