Foto: Obra de Miguel Ángel Nin, cortesía, Biblioteca Nacional José Martí

Hemos creado el tipo soviético de Estado, dando con ello comienzo a una nueva época histórica universal, a la época de la dominación política del proletariado, que ha venido a sustituir a la época de la dominación de la burguesía.

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Sin teoría revolucionaria tampoco puede haber movimiento revolucionario. Jamás se insistirá bastante sobre esta idea en unos momentos en que a la prédica de moda del oportunismo se une la afición a las formas más estrechas de la actividad práctica.

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La ideología burguesa es, por su origen, mucho más antigua que la ideología socialista, porque su elaboración es más completa y porque posee medios de difusión incomparablemente mayores.

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El socialismo es la supresión de las clases. La dictadura del proletariado ha hecho en este sentido todo lo que estaba a su alcance. Pero no se puede suprimir de golpe las clases.

Y las clases han quedado y quedarán durante la época de la dictadura del proletariado. La dictadura dejará de ser necesaria cuando desaparezcan las clases. Y sin la dictadura del proletariado las clases no desaparecerán. (…)

La clase de los explotadores, los terratenientes y capitalistas, no ha desaparecido ni puede desaparecer de golpe bajo la dictadura del proletariado. Los explotadores han sido derrotados, pero no aniquilados. Aún tienen una base internacional, el capital internacional, del cual son una sucursal. Aún tienen, en parte, algunos medios de producción, aún tienen dinero, aún tienen amplios vínculos sociales. Precisamente a causa de su derrota, se ha multiplicado en cien y en mil veces su fuerza de resistencia. El «arte» de la administración estatal, militar y económica les da una superioridad, una superioridad muy grande, de modo que su importancia es inconmensurablemente mayor que su proporción numérica en la población. La lucha de clases que libran los explotadores derrocados contra la victoriosa vanguardia de los explotados, es decir, contra el proletariado, se ha vuelto incomparablemente más encarnizada. Y no puede ser de otra manera, si se trata de una revolución, si no se reemplaza este concepto (como lo hacen todos los héroes de la ii Internacional) por ilusiones reformistas.

Por último, el campesinado, como toda la pequeña burguesía en general, ocupa bajo la dictadura del proletariado una situación intermedia: por un lado, representa una masa de trabajadores, bastante considerable (y en la Rusia atrasada, una masa inmensa), unida por el interés, común a los trabajadores, de emanciparse del terrateniente y del capitalista; y, por otro lado, son pequeños patronos, propietarios y comerciantes aislados. Tal situación económica provoca inevitablemente su oscilación entre el proletariado y la burguesía. Y en las condiciones de la lucha agudizada entre estos últimos, de la ruptura extraordinariamente brusca de todas las relaciones sociales, ante la máxima costumbre de lo viejo, lo rutinario, lo invariable, tan arraigada precisamente entre los campesinos y los pequeños burgueses en general, es lógico que observemos inevitablemente entre ellos evasiones de un campo a otro, vacilaciones, virajes, inseguridad, etc.

En relación a esta clase -o a estos elementos sociales-, al proletariado le incumbe la tarea de dirigir, de luchar por la influencia sobre ella. Conducir tras sí a los vacilantes e inestables es lo que debe hacer el proletariado.

Si confrontamos todas las fuerzas o clases fundamentales y sus relaciones mutuas modificadas por la dictadura del proletariado, veremos qué ilimitado absurdo teórico, qué estupidez constituye la opinión pequeñoburguesa en boga entre los representantes de la ii Internacional de que se puede pasar al socialismo «a través de la democracia» en general. La base de este error reside en el prejuicio, heredado de la burguesía, de que la «democracia» tiene un contenido absoluto, independiente de las clases. Pero, de hecho, la democracia pasa a una fase absolutamente nueva bajo la dictadura del proletariado, y la lucha de clases se eleva a un grado superior, sometiendo a su dominio todas y cada una de las formas políticas.

Las frases comunes sobre la libertad, la igualdad y la democracia equivalen en el fondo a una repetición ciega de conceptos plasmados por las relaciones de la producción mercantil. Querer resolver por medio de estas frases comunes las tareas concretas de la dictadura del proletariado, significa pasarse en toda la línea a las posiciones teóricas y de principio de la burguesía. Desde el punto de vista del proletariado, la cuestión se plantea solo así: ¿liberación de la opresión ejercida por qué clase?, ¿igualdad entre qué clases?, ¿democracia sobre la base de la propiedad privada o sobre la base de la lucha por la supresión de la propiedad privada?, etc.

En su Anti-Dühring, Engels aclaró hace tiempo que la noción de igualdad ha sido moldeada por las relaciones de la producción mercantil; la igualdad se transforma en prejuicio si no se comprende como la abolición de las clases. Esta verdad elemental relativa a la diferencia de la concepción democrático-burguesa y la socialista sobre la igualdad es olvidada constantemente. Cuando no se la olvida resulta evidente que el proletariado, al derrocar a la burguesía, da con ello el paso más decisivo hacia la supresión de las clases, y que para coronar esto el proletariado debe continuar su lucha de clase utilizando el aparato del Poder del Estado y aplicando diferentes métodos de lucha, de influencia, de acción con respecto a la burguesía derrocada y a la pequeña burguesía vacilante.

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La conciencia de la clase obrera  no puede ser una verdadera conciencia política si los obreros no están acostumbrados a hacerse eco de  todos los casos de arbitrariedad y de opresión, de todos los abusos y violencias, cualesquiera que sean las clases afectadas; a hacerse eco, además, desde el  punto de vista socialdemócrata, y no desde algún otro. La conciencia de las masas obreras no puede ser  una verdadera conciencia de clase si los obreros no aprenden –basándose en hechos y acontecimientos políticos concretos y, además, actuales sin falta– a  observar a cada una de las otras clases sociales en todas las manifestaciones de su vida intelectual, moral y política; si no aprenden a hacer un análisis  materialista y una apreciación materialista de todos  los aspectos de la actividad y la vida de todas las clases, sectores y grupos de la población.

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No se puede ser dirigente ideológico sin realizar la indicada labor teórica, como tampoco se puede serlo sin dirigir esta labor de acuerdo con las exigencias de la causa, sin propagar los resultados de esta teoría entre los obreros y ayudarles a que se organicen.

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El capitalismo se ha transformado en un sistema universal de sojuzgamiento colonial y de estrangulación financiera de la inmensa mayoría de la población del planeta por un puñado de países «adelantados». El reparto de este «botín» se efectúa entre dos o tres potencias rapaces y armadas hasta los dientes (Norteamérica, Inglaterra, el Japón), que dominan en el mundo y arrastran a su guerra, por el reparto de su botín, a todo el planeta.

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Para renovar nuestra administración pública tenemos que fijarnos a toda costa como tarea: primero, aprender; segundo, aprender; tercero, aprender; y después, comprobar que lo aprendido no quede reducido a letra muerta o a una frase de moda (cosa que, no hay por qué ocultarlo, ocurre con demasiada frecuencia en nuestro país), que lo aprendido se haga efectivamente carne de nuestra carne y sangre de nuestra sangre, que llegue a ser plena y verdaderamente un elemento integrante de la vida diaria. En pocas palabras, no debemos presentar las mismas reivindicaciones que la Europa Occidental burguesa, sino las que puede presentar con dignidad y decoro un país que ha asumido la misión de desarrollarse y hacerse socialista.

Fuentes:

Notas de un publicista

¿Qué hacer?

La economía y la política de la dictadura del proletariado

Quiénes son los «amigos del pueblo» y cómo luchan contra los socialdemócratas

El imperialismo, fase superior del capitalismo

Más vale poco y bueno

Nota: El periódico Granma agradece la colaboración, en la selección de estas obras, de Romelia Pino, Ernesto Estévez y Victor Fowler.

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