Los militares han convertido el mundo en un laboratorio para realizar experimentos de todo tipo con seres humanos

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Uno de los aspectos que han salido a la luz con la pandemia (en casi todos los países, excepto en España) es la conexión del Pentágono con la salud. El ejército de Estados Unidos no sólo destina ingentes cantidades de dinero a fabricar armas biológicas, sino también a vacunas, es decir, que lo mismo fabrica la enfermedad que el remedio.

Los casos de Fort Detrick y Porton Down ponen de manifiesto que un laboratorio no es diferente de un cuartel militar. Como cualquier otro armamento, los virus y las vacunas se almacenan en silos especiales. También se llevan a cabo maniobras y ejercicios con su propio “campo de batalla”. Finalmente, se manipulan, se modifican mediante ingeniería genética.

Hoy es cada vez es más difícil diferenciar entre la realidad y el laboratorio. Hay quien cree que la letalidad del coronavirus es consecuencia de su manipulación genética. También hay quien supone que la pandemia es un ensayo de laboratorio y que los seres humanos desempeñamos el papel de cobayas.

Otros recurren a los atentados de “bandera falsa”, donde los desencadenantes son las propias víctimas. A los gobiernos de las grandes potencias nunca les ha importado nada que dichas víctimas formen parte de su propia población.

A nadie debería extrañarle que estuviera ocurriendo nada de eso porque los antecedentes son muy claros. Las armas biológicas están prohibidas pero una parte creciente de la experimentación científica se basa en ellas.

Cuando esos científicos reconvertidos en mercenarios convierten al mundo en un laboratorio, experimentan con él y con los seres vivos que lo pueblan, incluido el ser humano.

El ántrax salió de un laboratorio militar del Pentágono. En 2001 se llevó a cabo un ensayo con ántrax dentro de la Operación Dark Winter y tres meses después se utilizó durante los atentados a las Torres Gemelas. Desde entonces el ejército ha seguido realizando ensayos con ántrax.

Ahora todos miran para otro lado, hasta que dentro de unos años alguien escriba un guión para una serie de Netflix con el que poder lavar su mala conciencia y ganar mucho dinero.

La Operación Dark Winter fue obra de Tara O’Toole y Thomas Inglesby que dos años después pasaron a formar parte de UPMC. También son los mismos que el año pasado llevaron a cabo otra simulación parecida: el Evento 201 que simulaba una pandemia de coronavirus.

En este tipo de experimentos biopolíticos participan siempre los mismos perros con otros collares. Inglesby que, además de su cargo en el UPMC, también dirige el Centro Johns Hopkins para la Seguridad de la Salud, fue el moderador de aquel “evento”.

Aunque nadie se atreva a mirar de frente, los objetivos de esos experimentos son siempre políticos y en ellos aparece la ley marcial para conducir al ejército a participar en los asuntos del propio país, lo cual interesa sobremanera al Pentágono.

En 2018 se llevó a cabo otro ejercicio en el que también participaron O’Toole e Inglesby: un ataque con patógenos genéticamente modificados planteaba la continuidad del gobierno y se imponía la ley marcial.

Con las elecciones de este año el asunto vuelve a la actualidad. En medio de la pandemia, si pierde, Trump ha amenazado con negarse a reconocer los resultados electorales y las centrales de inteligencia pronostican la imposición de la ley marcial. A principios de este año un alto funcionario del gobierno ha hablado de la llegada del “invierno más oscuro de la historia moderna”.

Estados Unidos va de un invierno oscuro a otro. En 2007 la Operación Dark Winter cristalizó cuando Bush aprobó la Directiva Ejecutiva 51 que actualizaba los planes de “continuidad del gobierno”. Obama siguió aprobando decretos sobre el mismo asunto que otorgan un control casi total de las infraestructuras de Estados Unidos al Departamento de Seguridad Interior.

En el momento de la firma de estos decretos, O’Toole era la Subsecretaria de Ciencia y Tecnología del Departamento de Seguridad Interior. Actualmente es Vicepresidenta Ejecutiva de In-Q-tel, el brazo científico de la CIA. Es la mujer que aparece en la imagen de portada.

Fuente: mpr21.info

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