Por Luis Aneiros
Nuevas tecnologías, Internet, videojuegos, investigaciones para lograr el dominio sobre el espacio y el tiempo, viajes planetarios, sexo a distancia… La lista de objetos, fenómenos o sucesos que nos hacen pensar que el futuro ya está aquí podría ser interminable. Si mi padre, fallecido hace veintisiete años, pudiera volver a la vida, se encontraría con un mundo que, para él, sólo podría haber sido fruto de un sueño de ciencia ficción. Pero todo esto sólo forma parte de un espejismo colectivo detrás del cual se esconde la medieval realidad en la que vivimos, al menos en lo que se refiere a España, ese país donde una institución anticuada, anclada en pasados oscuros y crueles, y cuyo único objetivo es mantener a la población ignorante y temerosa, puede impedir que la soberanía popular representada en el Parlamento comience a limpiar nuestra historia de la basura fascista y dictatorial.
Sacar los restos de Francisco Franco del Valle de los Caídos es una obligación de cualquier gobierno que se defina a sí mismo como democrático. Una dictadura sólo merece el desprecio y la vergüenza de un país que la haya sufrido como España la ha sufrido. Cuarenta años (o menos, sería igual) de atraso, crímenes legales, incultura, represión, violación sistemática de los más básicos derechos humanos, y enaltecimiento de un ridículo y peligroso personajillo, deberían de estar en el saco de las cosas a mantener en el recuerdo popular colectivo, pero lejos del recuerdo físico. Seguimos cumpliendo su voluntad, su macabra y sombría voluntad, cada vez que un céntimo de dinero público se destina al mantenimiento de la figura de Franco o sus símbolos. El Valle de los Caídos podría destinarse a múltiples fines, eso si su demolición (representación física del fin de un triste legado) no se considerara más oportuna, pero lo que no nos merecemos es que siga siendo el mausoleo de un criminal, cabeza visible y líder ideológico de la conversión de España en el estercolero que fue, al servicio de otras dictaduras y de los intereses poco claros de los EEUU.
Pero toda la escasa, pero necesaria, intención que se pone en conseguir cerrar ese capítulo de nuestra historia se da de bruces con esa institución de la que antes hablaba, y que se presenta como la garantía de que los restos del dictador seguirán estando al alcance de los homenajes inexplicablemente legales que sus nostálgicos le quieran hacer cada 20N: la iglesia católica. En la España del siglo XXI, la iglesia católica posee la última palabra sobre la posible exhumación de las cenizas de Franco. La excusa de que la basílica es un lugar sagrado y, por tanto, bajo la jurisdicción de la iglesia, es tan sólida como si yo impidiera el arresto de un terrorista dentro de mi domicilio. ¿Se imaginan ustedes a las autoridades diciendo: “Hombre, si el terrorista está en esa casa y el dueño no nos da el permiso necesario para detenerlo, tenemos que marcharnos y dejarlo estar”? ¿Es lógico que una congregación privada de personas que no tienen autoridad ni poder alguno en la vida política ni civil, pueda impedir el mandato popular de Las Cortes de llevarse de uno de sus templos los restos de alguien al que ya no se quiere seguir honrando de esa manera? Es más… ¿por qué la basílica del Valle de los Caídos es propiedad de la iglesia católica, si se ha levantado con esfuerzo, sangre y dinero totalmente ajenos a la institución religiosa? ¿Cuándo nos va a devolver todo lo que se le ha dado por parte de un régimen ilegal e impuesto por la fuerza de las armas?
La negativa de la iglesia católica a permitir el cumplimiento de la voluntad popular es otra prueba más de la permanencia del franquismo en la vida española, junto con otras tantas actuaciones de los distintos gobiernos que se van sucediendo desde 1977. Pero no nos engañemos, si Franco permanece en un lugar de privilegio es tan sólo por la falta de voluntad de nuestros políticos, tanto los del gobierno como los del resto de formaciones. El PSOE presenta esta Proposición No de Ley con el único fin de lavar su actual imagen de partido de apoyo para el gobierno. Pretende que olvidemos su abstención en la investidura y su cambio de opinión respecto a las derogaciones de ciertas leyes, solicitando algo que sabe perfectamente que, con este procedimiento, no sucederá nunca. Y el PP aprovecha la ocasión para abstenerse, cuando todos esperábamos un rotundo NO, sabedor de que, en última instancia, es la Comunidad Benedictina quien tiene la última palabra. ¿Quién podrá acusar a los políticos de impedirlo? Nadie, ellos han hecho “lo que podían hacer”.
Un partido heredero del franquismo, y orgulloso de ello, en el gobierno. Un PSOE hundido en el fango de sus propias miserias por falta de ideología y convertido en una S.A. de futuras puertas giratorias… y una iglesia católica con capacidad para situarse por encima de la voluntad popular… Con esas tres patas, el banco del franquismo tiene una buena estabilidad, que le permitirá seguir levantando el brazo derecho ante la tumba de su líder, y cantar el Cara al Sol bajo la sombra de una cruz manchada con la sangre de miles de víctimas. Y todo ello muy legal y muy bien visto.
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