El 23 de febrero de 1944 los chechenos estaban o en el exilio o en su país, o combatiendo en el Batallón Bergmann o combatiendo en el Ejército Rojo. La inmensa mayoría estaban en su país y combatiendo en las filas del Ejército Rojo. Los demás, los que acompañaban a la Wehrmacht en su retirada, se dedicaban a ahorcar guerrilleros en Grecia. Sin embargo, los que se quedaron en la URSS fueron introducidos -todos- en 180 trenes y trasladados al otro lado del Mar Caspio, a Kazajistán.
A partir de aquí todo lo demás es falso y forma parte de la guerra sicológica imperialista:
— no fueron trasladados a Siberia
— no murió la mitad en el trayecto porque duró unas pocas horas
— no se trataba de ninguna venganza.
En este punto habría que establecer muchas precisiones históricas. La evacuación no cayó sólo sobre los chechenos sino sobre varios pueblos caucásicos. En aquellos trenes entraron -insistimos- todos los chechenos: también los militantes del Partido bolchevique, los funcionarios soviéticos, los cooperativistas de los koljoses, etc. Por tanto, no sólo se desplazó a la sociedad sino que se desplazó al Estado, a la propia República chechena, con todo lo que se pudo poner sobre los raíles: no marcharon las escuelas pero marcharon los maestros, no marcharon los hospitales pero marcharon los médicos, y así sucesivamente.
Menos atrevidos, algunos como Jruschov no hablan de genocidio pero sí de deportación, de castigo. El Ejército Rojo no se vengó sino que impartió justicia con los chechenos colaboracionistas en cuanto los capturaron, especialmente al finalizar la guerra mundial. No era el caso de los que se quedaron, que fueron evacuados por razones puramente militares.
En febrero de 1944 la guerra continuaba y aún no se podía saber si Alemania estaba en condiciones de contratacar, en qué dirección lo haría y si, en tal caso, Turquía entraría en ella o no. Lo cierto es que al otro lado de la frontera estaban desplegadas gran número de divisiones turcas.
No hay ninguna guerra moderna sin grandes desplazamientos de población. En la guerra civil española, el gobierno del PNV envió por barco a Londres a una buena partida de niños vascos y lo mismo hizo el Frente Popular, que envió otro contingente a Moscú. Cuando al final de la guerra cayó Barcelona, salieron a Francia casi dos millones de republicanos, cuatro veces más que los chechenos. Lo que diferencia a los desplazamientos soviéticos durante la II Guerra Mundial de todos los demás (y de todas las demás guerras) es que, en lugar de caóticos, fueron cuidadosamente preparados y planificados para que las poblaciones padecieran el mínimo posible. En 1941, antes del comienzo de la guerra, Stalin (de quien dicen que el ataque nazi le pilló de improviso) también desplazó grandes contingentes de población, unas por razones económicas y otras, como los alemanes del Volga, por evidentes razones políticas. No es por casualidad que todos esos desplazamientos afectaran a poblaciones fronterizas o que podían ser alcanzadas por la guerra. Como bien sabían los imperialistas, las fronteras fueron siempre el punto débil de la defensa soviética y la guerra con Finlandia y las anexiones de los paises bálticos en 1940 tenían ese objetivo estratégico.
El desplazamiento era puramente temporal. En 1956 el pueblo checheno retornó a su tierra natal. La República Autónoma de Chechenia e Ingushetia volvió a figurar en los mapas. Se establecieron diversas reparaciones para ellos. El gobierno soviético otorgó facilidades especiales para la educación superior de los chechenos, lo cual permitió que se graduaran numerosos profesionales e incluso oficiales del Ejército soviético. Por ejemplo, Dudaiev y Masjadov, los dos primeros dirigentes de Chechenia tras la caída de la URSS, eran de aquellos niños deportados durante la guerra y alcanzaron -nada menos- que el rango de generales del Ejército soviético. Nos tratan de hacer creer en una oposición irredenta de los chechenos a integrarse en la URSS que nosotros no advertimos por ninguna parte. Se nos antoja un poco difícil comprender cómo aquellos dos niños, Dudaiev y Masjadov, que padecieron tan salvaje deportación y que vieron exterminar a su pueblo (a sus familiares, a sus vecinos, a sus amigos) a manos del Ejército soviético, se integraran luego en ese mismo Ejército, cómo juran bandera, alcanzan el grado de generales y se les pone al mando de escuadrones enteros de bombarderos atómicos. Y se nos hace imposible comprender cómo luego, en 1991, vuelven a su país y su pueblo les elige como máximos dirigentes de la nueva República…
Aquí algo falla estrepitosamente. Las cosas no encajan. Por ejemplo, nos quieren hacer creer que al regresar de su deportación a los chechenos se les habían quitado sus propiedades, cuando todos pensábamos que la propiedad privada se había abolido en la URSS…
Por cierto, hablando de este retorno, tenemos otra duda aritmética que quienes hablan acerca de ello quizá nos puedan responder: cómo es posible que Chechenia haya padecido el primer y único genocidio de la historia en el que regresan más habitantes de los que tuvieron que marchar. Los farsantes nos quieren hacer creer que la mitad de los chechenos murieron durante el viaje que los trasladó a Kazajistán; si salieron 400.000, llegaron 200.000 a su destino y cincuenta años después -a pesar de un continuo genocidio soviético- eran 1.200.000, eso significa que la población se había multiplicado por seis, lo cual arroja un fabuloso crecimiento demográfico.
¿Genocidio o baby boom?