>> La decadencia de Estados Unidos (parte I)
Mauricio Escuela.— Trump está obsesionado con China, le preocupa la hegemonía política y militar del gigante asiático en el Pacífico. Quien gobierne la gran isla mundial, Eurasia, lo hará con el mundo, eso lo sabían las clases gobernantes de las principales potencias en el pasado, en especial de Alemania, atareada en la adquisición de ese «espacio vital».
Hoy China, el poder económico, y Rusia, el poder militar, han equilibrado la balanza posterior a la guerra fría, eso enfurece al hombre blanco, aún encerrado en su discurso racial, un ser de clase media cada vez más pobre al que se le engañó con el sueño americano. Dicho votante, en extremo ignorante y peligroso, hará lo que sea para recobrar la mitología que le da sentido.
Parafraseando al socialdemócrata alemán Kurt Schumacher, quien en 1932 dijera que el nazismo era un llamado al «cerdo interno del hombre», hoy Trump representa algo similar, lo cual aleja a Estados Unidos de sus tradicionales aliados.
En tal sentido, pudiéramos con Immanuel Wallestein, decir que la masa furiosa del blanco norteamericano se parece mucho al pueblo romano
frustrado bajo la égida de Nerón, al cual se le azuza contra cualquier enemigo fantasmal creado had hoc. Incluso las guerras libradas por el imperio en el hemisferio y fuera de este, califican como lo que los historiadores de la decadencia llaman «micromilitarismo», una vertiente del uso de la fuerza que tiende solo a mostrar músculo, sin otra función, ya que ello funciona como un mecanismo compensatorio de la decadencia de la potencia en cuestión.
LA CEGUERA DE LA CLASE POLÍTICA
La lucha contra el terrorismo, el enemigo más infinito e invencible que pudieron buscarse las empresas del complejo militar industrial, ha agotado los fondos de un caudal que es cada vez más artificioso y dependiente del entramado de las economías mundiales. Estudios serios abundan sobre la caída del peso de Estados Unidos en su aporte al PIB mundial, en beneficio de las nuevas potencias en ascenso.
Dicha realidad económica y política apunta a un mundo cada vez más multirregulado, que requiere de una actualización del sistema de Naciones Unidas, salido del Encuentro de Yalta entre las grandes potencias vencedoras
de la Segunda Guerra Mundial. En esa verdad geopolítica, el peso de Occidente tiende a ser menor, a la vez que se fortalece el papel de Oriente, región que generaría una dinámica distinta del financismo neoliberal en los diferentes escenarios de África y América.
La ceguera de la clase política estadounidense le impide actuar con objetividad, llegándose incluso a la falacia de que «no hay nada más allá de la Pax Americana». En ese nuevo fin de la historia, los norteamericanos estarían dispuestos a aplicar hasta el límite su doctrina de la seguridad nacional, saliéndose de tratados de desarme, aislándose de la arena diplomática para llevar más los conflictos al terreno bélico confrontacional.
La retirada de un Afganistán sumido en una guerra civil, así como el pobre desempeño en Siria, frente a la firme posición de Rusia que venció al Estado Islámico, son pruebas claras de que el aferramiento a la doctrina de la seguridad nacional a toda costa, no trajo ni resultados geoestratégicos ni económicos.
Estados Unidos, con su presidente outsider es una potencia a la deriva, como no lo estuvo jamás su predecesor en la historia, el imperio británico, cuya clase política a regañadientes supo reconocer el fin de su papel hegemónico mundial.