«El camarada Bordiga quería, por lo visto, defender aquí el punto de vista de los marxistas italianos; pero, sin embargo, no ha contestado ni a uno solo de los argumentos aducidos aquí por otros marxistas en defensa de la actividad parlamentaria.
El camarada Bordiga ha reconocido que la experiencia histórica no se crea artificialmente. Acaba de decirnos que es preciso trasladar la lucha a otro terreno. ¿No sabe, acaso, que toda crisis revolucionaria va acompañada de una crisis parlamentaria? Ha dicho, es cierto, que la lucha debe ser trasladada a otro terreno, a los sóviets. Pero el propio camarada Bordiga ha reconocido que los sóviets no pueden ser creados artificialmente. El ejemplo de Rusia demuestra que los sóviets pueden ser organizados o durante la revolución o inmediatamente antes de la revolución. Ya en tiempos de Kerenski, los sóviets –exactamente, los sóviets mencheviques– fueron organizados de tal manera que no podían en modo alguno formar parte del poder proletario. El parlamento es un producto del desarrollo histórico que no podremos suprimir de la vida mientras no seamos tan fuertes que estemos en condiciones de disolver el parlamento burgués. Únicamente siendo miembro del parlamento burgués se puede, partiendo de las condiciones históricas concretas, luchar contra la sociedad y el parlamentarismo burgueses. El mismo medio que emplea la burguesía en la lucha debe ser empleado también por el proletariado, como es natural, con fines completamente distintos. No puede usted afirmar que esto no es así, y si quiere impugnarlo, tendrá que tachar de un plumazo la experiencia de todos los acontecimientos revolucionarios del mundo.
Ha dicho usted que los sindicatos son también oportunistas, que también ellos representan un peligro; pero, por otro lado, ha dicho que es preciso hacer una excepción con los sindicatos, pues son una organización obrera. Mas eso es justo sólo hasta cierto punto. También en los sindicatos hay elementos muy atrasados. Una parte de la pequeña burguesía proletarizada, los obreros atrasados y los pequeños campesinos, todos esos elementos piensan, efectivamente, que en el parlamento están representados sus intereses; hay que luchar contra eso actuando en el parlamento y mostrando con hechos la verdad a las masas. A las masas atrasadas no se las puede convencer con la teoría: necesitan la experiencia.
Lo hemos visto también en Rusia. Nos vimos obligados a convocar la Asamblea Constituyente, después ya de haber triunfado el proletariado, para demostrar al obrero atrasado que a través de ella no conseguiría nada. Para comparar una y otra experiencia tuvimos que contraponer concretamente los sóviets a la Constituyente y presentarle los sóviets como la única salida.
El camarada Souchy, que es sindicalista revolucionario, ha defendido las mismas teorías, pero la lógica no está de su parte. Ha dicho que no es marxista y, por ello, se comprende que ocurra eso. Pero si usted, camarada Bordiga, afirma que es marxista, se le puede exigir más lógica. Hay que saber cómo se puede destruir el parlamento. Si puede usted hacerlo por medio de una insurrección armada en todos los países, eso estará muy bien. Usted sabe que nosotros hemos demostrado en Rusia, no sólo en teoría, sino también en la práctica, nuestra voluntad de destruir el parlamento burgués. Sin embargo, ha perdido de vista que eso es imposible sin una preparación bastante larga y que en la mayoría de los países no es posible todavía destruir de un solo golpe el parlamento. Nos vemos obligados a librar la lucha en el parlamento para destruir el parlamento. Usted sustituye con su voluntad revolucionaria las condiciones que determinan la línea política de todas las clases de la sociedad contemporánea y, por eso, olvida que nosotros, para destruir el parlamento burgués en Rusia, tuvimos primero que convocar la Asamblea Constituyente incluso después de nuestra victoria. Usted ha dicho: «Es cierto que la revolución rusa es un ejemplo que no corresponde a las condiciones de Europa Occidental». Pero no ha aducido ni un solo argumento de peso para demostrarlo. Nosotros pasamos por el período de la democracia burguesa. Pasamos por él rápidamente en unos momentos en que nos veíamos obligados a hacer agitación en favor de las elecciones a la Asamblea Constituyente. Y más tarde, cuando la clase obrera tuvo ya posibilidad de tomar el poder, los campesinos siguieron creyendo aún en la necesidad del parlamento burgués.
Tomando en consideración a estos elementos atrasados, tuvimos que convocar las elecciones y mostrar a las masas con un ejemplo, con hechos, que aquella Asamblea Constituyente, elegida durante la mayor indigencia general, no expresaba los anhelos y las demandas de las clases explotadas. Con ello, el conflicto entre el poder soviético y el poder burgués estuvo completamente claro no sólo para nosotros, para la vanguardia de la clase obrera, sino también para la inmensa mayoría del campesinado, para los empleados modestos, la pequeña burguesía, etc. En todos los países capitalistas existen elementos atrasados de la clase obrera que están convencidos de que el parlamento es el representante auténtico del pueblo y no ven que en él se emplean medios sucios. Se dice que el parlamento es un instrumento del que se vale la burguesía para engañar a las masas. Pero este argumento debe volverse contra vosotros y se vuelve contra vuestras tesis. ¿Cómo ponéis al desnudo ante las masas verdaderamente atrasadas y engañadas por la burguesía el verdadero carácter del parlamento? Si no entráis en él, ¿cómo vais a denunciar una u otra maniobra parlamentaria, la posición de este o aquel partido, si estáis fuera del parlamento? Si sois marxistas, deberéis reconocer que las relaciones entre las clases en la sociedad capitalista y las relaciones entre los partidos están estrechamente vinculadas. ¿Cómo, repito, demostraréis todo eso si no sois miembros del parlamento, si renunciáis a la labor parlamentaria? La historia de la revolución rusa ha mostrado claramente que habría sido imposible convencer con ningún argumento a las grandes masas de la clase obrera, del campesinado y de los empleados modestos si ellas mismas no se hubiesen convencido por propia experiencia.
Se ha dicho aquí que perdemos mucho tiempo participando en la lucha parlamentaria. ¿Es posible imaginarse una institución en la que todas las clases participen en la misma medida que en el parlamento? Eso no se puede crear artificialmente. Si todas las clases tienden a participar en la lucha parlamentaria es porque los intereses y los conflictos de clase se ven reflejados en el parlamento. Si fuera posible organizar de una vez en todas partes, pongamos por caso, una huelga general decisiva para derrocar de golpe el capitalismo, la revolución se habría producido ya en distintos países. Pero hay que contar con los hechos, y el parlamento es una palestra de la lucha de clases. El camarada Bordiga y quienes comparten sus puntos de vista deben decir la verdad a las masas. Alemania es el mejor ejemplo de que la minoría comunista en el parlamento es posible, y por eso deberíais haber dicho francamente a las masas: somos demasiado débiles para crear un partido con una organización fuerte. Esa hubiera sido la verdad que debería haberse dicho. Pero si hubieseis confesado esa debilidad vuestra a las masas, se habrían convertido no en adeptos vuestros, sino en vuestros adversarios, en partidarios del parlamentarismo.
Si decís: «Camaradas obreros, somos tan débiles que no podemos crear un partido suficientemente disciplinado que sepa obligar a los diputados a someterse al partido», los obreros os abandonarán, pues se dirán: «¿Cómo vamos a edificar la dictadura del proletariado con hombres tan débiles?».
Sois muy ingenuos si pensáis que el día de la victoria del proletariado los intelectuales, la clase media y la pequeña burguesía se harán comunistas.
Si no tenéis esa ilusión, deberéis preparar desde ahora al proletariado para hacer triunfar su línea. En ningún dominio de la labor estatal encontraréis una excepción de esta regla. Al día siguiente de la revolución veréis por todas partes abogados oportunistas que se llamarán comunistas y pequeñoburgueses que no reconocerán ni la disciplina del Partido Comunista ni la disciplina del Estado proletario. Jamás prepararéis la dictadura del proletariado si no preparáis a los obreros para crear un partido verdaderamente disciplinado que obligue a todos sus miembros a someterse a su disciplina. Creo que por eso no queréis reconocer que precisamente la debilidad de muchísimos partidos comunistas nuevos es lo que les obliga a negar la labor parlamentaria. Estoy convencido de que la inmensa mayoría de los obreros auténticamente revolucionarios nos seguirá y se pronunciará contra vuestras tesis antiparlamentaristas». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Discurso pronunciado en el IIº Congreso de la Internacional Comunista, 2 de agosto de 1920)
Anotación de Bitácora (M-L):
Bordiga siguió oponiéndose a Lenin:
«El camarada Bordiga se limita a defender una posición cautelosa sobre todas las cuestiones planteadas por la izquierda. Él no dice: la Internacional Comunista plantea y resuelve tal y tal pregunta de esta manera, pero la izquierda, en cambio, la plantea y la resuelve de esta otra manera. En cambio, dice: la forma en que la Internacional plantea y resuelve los problemas no me convence; temo que caiga en el oportunismo, no hay garantías suficientes contra esto, etc. Su posición, entonces, es de sospecha y duda permanentes. De esta manera, la posición de la «izquierda» es puramente negativa; expresan reservas sin especificarlas de forma concreta y, sobre todo, sin indicar de forma concreta su punto de vista, sus soluciones. Terminan difundiendo la duda y la desconfianza, sin construir nada. El artículo comienza con una hipótesis metafísica característica. El camarada Bordiga pregunta; ¿es posible excluir al 100% la posibilidad de que la Internacional Comunista caiga en el oportunismo? Pero también podemos preguntarnos si podemos descartar la posibilidad de que incluso el camarada Bordiga no se convierta en oportunista, que el Papa se convierta en ateo, que el industrial Ford se convierta en comunista, etc. (…) El camarada Bordiga dice a las células como tipo de organización del partido no puede garantizar por sí mismo su carácter político y garantizar contra la degeneración oportunista. Nosotros afirmamos que el tipo de organización por células asegura el carácter proletario del Partido Comunista mejor que cualquier otro tipo, y mejor que cualquier otro salvaguarda del oportunismo al partido. (…) En cuanto a su desacuerdo con Lenin, el camarada Bordiga se mantiene hábilmente en lo general, aunque no es específico. Las frases «Hemos discutido y criticado a Lenin y no estamos del todo convencidos con sus deducciones» y «Los reproches de Lenin no me han convertido» pueden tener un efecto en el pequeño burgués y encogerse de hombros, pero no desde luego entre los comunistas y los trabajadores revolucionarios». (Antonio Gramsci; Crítica estéril y negativa, 1925)
Lejos de basarnos en las reformulaciones posteriores sobre el pensamiento de Gramsci, hay que decir que Gramsci no fue un conciliador sino el más firme opositor a Bordiga, y decirlo en base a documentos oficiales. Por otro lado la posición de Gramsci hacia Trotsky jamás fue de simpatía:
«Finalmente, las lecciones deben extraerse de la cuestión de Trotsky para nuestro partido. Antes de las últimas medidas disciplinarias, Trotsky estaba en la misma posición en la que Bordiga se encuentra actualmente en nuestro partido: desempeñó un papel puramente figurativo en el Comité Central. Su posición creó una situación tendencialmente faccional, al igual que la actitud de Bordiga mantiene una situación objetivamente fraccional en nuestro partido. Aunque Bordiga es formalmente correcto, políticamente está equivocado. El Partido Comunista Italiano necesita recuperar su homogeneidad y abolir esta situación potencialmente fraccional. La actitud de Bordiga, como la de Trotsky, tiene repercusiones desastrosas. Cuando un compañero con las cualidades de Bordiga se retira, se crea una desconfianza del partido entre los trabajadores, lo que lleva al derrotismo. Al igual que en Rusia, Cuando Trotsky adoptó esta actitud, muchos trabajadores pensaron que todo estaba en peligro en Rusia. Afortunadamente, quedó claro que esto no era cierto». (Antonio Gramsci; Informe al Comitè Central del Partido comunista de Italia, 6 de febrero 1925)
El bordigismo empezaría apoyando al trotskismo y acabaría con fundirse con él:
«En 1923-25, cuando nuestro Partido, sin haberse aún repuesto de los duros «golpes de la reacción, carecía de una línea política acertada, no estaba libre definitivamente del pesado lastre del bordiguismo y se encontraba en un estado de gran desorganización, Gramsci y Ercoli, sostenidos no ya sólo por el viejo grupo «Ordine Nuovo», sino por los mejores camaradas del Partido— Terracini, Scocimarro, Grieco y otros—, emprendieron una gran labor creadora para bolchevizar al Partido. Gramsci luchaba enérgicamente contra Bordiga que entonces dirigía al joven Partido y era teórico de la «minoría pura y valiente», y que luego se deslizó al campo de la contrarrevolución trotskista». (Guiseppe Amorette; Los héroes de la lucha antifascista en Italia, 1936)
Eso no quita que como ya hayamos comentado, en Gramsci existiesen evidentes debilidades de Gramsci en cuanto a comprender al gravedad del carácter agudo y de no retorno que estaba adquiriendo la lucha contra el trotskimo en el seno del partido bolchevique y el movimiento comunista a partir de 1926 [véase aquí]. Pero hemos de decir que lejos de las especulaciones que después de su muerte hicieron algunos oportunistas, Gramsci jamás se convirtió al trotskismo. He aquí algunos de sus pensamientos sobre dicha corriente:
–«Declaramos en este momento que consideramos fundamentalmente justa la línea política de la mayoría del C.C. del Partido Comunista de la URSS y que en este sentido se pronunciará, evidentemente, la mayoría del partido italiano si fuera necesario abordar la cuestión. (…) Repetimos que nos impresiona que la posición de las oposiciones afecte al conjunto de la línea política del C.C., al corazón mismo de la doctrina leninista y de la actividad política de nuestro Partido de la Unión. Lo que se discute es el principio y la práctica de la hegemonía del proletariado, son las relaciones fundamentales de alianza entre obreros y campesinos lo que se pone en discusión y en peligro, es decir, los pilares del Estado Obrero y de la Revolución. (…) Este es para nosotros el elemento esencial de vuestra discusión, donde reside la raíz de los errores del bloque de las oposiciones y el origen de los peligros latentes contenidos en su actividad. En la ideología y en la práctica del bloque de las oposiciones renace toda la tradición de la socialdemocracia y del sindicalismo, tradición que ha impedido, hasta el momento, al proletariado occidental organizarse en clase dirigente. (Antonio Gramsci; Carta al Comité Central del Partido Comunista Soviético, 1926)
–«A propósito de la consigna «jacobina» lanzada por Marx a Alemania en 48-49 hay que observar su complicada fortuna. Retomada, sistematizada, elaborada, intelectualizada por el grupo Parvus-Bronstein [Helphand-Trotzky], se manifestó inerte e ineficaz en 1905 y a continuación: era una cosa abstracta, de gabinete científico. La corriente que se opuso a ella [el bolchevismo] en ésta su manifestación intelectualizada, al contrario sin usarla «de propósito» la empleó de hecho en su forma histórica, concreta, viviente, adaptada al tiempo y al lugar, como brotando de todos los poros de la sociedad que había que transformar, de alianza entre dos clases con hegemonía de la clase urbana. (…) En uno de los casos [Trotsky], temperamento jacobino sin el contenido político adecuado, tipo Crispi: en el segundo caso [los bolcheviques], temperamento y contenido jacobino según las nuevas relaciones históricas, y no según una etiqueta intelectualista». (Antonio Gramsci; Dirección política de clase antes y después de ir al gobierno; Cuadernos de la Cárcel, Cuaderno I, 1928)
–«Esta me parece la cuestión de teoría política más importante planteada por el período de la posguerra, y la más difícil de resolver acertadamente. Está relacionada con las cuestiones suscitadas por Bronstein [Trotsky], el cual puede considerarse, de un modo u otro, como el teórico político del ataque frontal en un período en el cual ese ataque sólo es causa de derrotas. Este paso en la ciencia política no está relacionado con el ocurrido en el campo militar, sino indirectamente –mediatamente–, aunque, desde luego, hay una relación, y esencial, entre ambos. La guerra de posición requiere sacrificios enormes y masas inmensas de población; por eso hace falta en ella una inaudita concentración de la hegemonía y, por tanto, una forma de gobierno más «interventista», que tome más abiertamente la ofensiva contra los grupos de oposición y organice permanentemente la «imposibilidad» de disgregación interna, con controles de todas clases, políticos, administrativos, etc., consolidación de las «posiciones» hegemónicas del grupo dominante, etc. Todo eso indica que se ha entrado en una fase culminante de la situación político-histórica, porque en la política la «guerra de posición», una vez conseguida la victoria en ella, es definitivamente decisiva. O sea: en la política se tiene guerra de movimiento mientras se trata de conquistar posiciones no decisivas y, por tanto, no se movilizan todos los recursos de la hegemonía del Estado; pero cuando, por una u otra razón, esas posiciones han perdido todo valor y sólo importan las posiciones decisivas, entonces se pasa a la guerra de cerco, comprimida, difícil, en la cual se requieren cualidades excepcionales de paciencia y espíritu de invención. En la política el cerco es recíproco, a pesar de todas las apariencias, y el mero hecho de que el dominante tenga que sacar a relucir todos sus recursos prueba el cálculo que ha hecho acerca del adversario». (Antonio Gramsci; Paso de la guerra de movimiento –y del ataque frontal– a la guerra de posición también en el campo político; Cuadernos de la cárcel, Tomo VI, 1929-1931)
–«Habrá que ver si la famosa teoría de Bronstein [Trotsky] sobre la permanencia del movimiento no es el reflejo político de la teoría de la guerra de movimiento o maniobra –recordar la observación del general de cosacos Krasnov–, y, en último análisis, reflejo de las condiciones generales económico-culturales-sociales de un país en el cual los cuadros de la vida nacional son embrionarios y laxos, y no pueden convertirse en «trinchera o fortaleza». En este caso se podría decir que Bronstein, que se presenta como un «occidentalista», era, en cambio, un cosmopolita, o sea, superficialmente nacional y superficialmente occidentalista o europeo. En cambio, Ilici [Lenin] era profundamente nacional y profundamente europeo. Bronstein recuerda en sus memorias que de su teoría dijeron que había demostrado su bondad… al cabo de quince años, y contesta a ese epigrama con otro. En realidad, su teoría como tal no era buena ni quince años antes ni quince años después. (…) La teoría de Bronstein [Trotsky] puede compararse con la de ciertos sindicalistas franceses sobre la huelga general, o con la teoría de Rosa [Luxemburg] en el folleto traducido por Alessandri. El folleto de Rosa y las teorías de Rosa han influido, por lo demás, en los sindicalistas franceses». (Antonio Gramsci; El hombre individuo y el hombre masa; Cuadernos de la cárcel, Tomo III, 1931)
-«La tendencia de Leone Davidovi [Trotski] estaba íntimamente relacionada con esta serie de problemas, y me parece que esa relación no se ha puesto suficientemente de manifiesto. El contenido esencial de su tendencia consistía, desde este punto de vista, en una voluntad «demasiado» resuelta –y, por tanto, no racionalizada– de conceder la supremacía en la vida nacional a la industria y a los métodos industriales, acelerar con medios coactivos externos la disciplina y el orden de la producción, adecuar las costumbres a las necesidades del trabajo. Dado el planteamiento general de todos los problemas relacionados con su tendencia, ésta tenía que desembocar necesariamente en una forma de bonapartismo: de aquí la necesidad inexorable de aplastar su tendencia. Sus preocupaciones eran justas, pero sus soluciones prácticas eran profundamente equivocadas; en este desequilibrio entre su teoría y su práctica arraigaba el peligro, peligro, por lo demás, manifiesto ya antes, en 1921. El principio de la coacción directa e indirecta en la ordenación de la producción y del trabajo es justo, pero la forma que tomó era equivocada; el modelo militar se había convertido en él en un prejuicio funesto, y los ejércitos del trabajo fueron un fracaso». (Antonio Gramsci; Racionalización de la producción y del trabajo; Cuadernos de la cárcel, Tomo VI, 1932)
-«El escrito de Giuseppe Bessarione [Stalin, Jossip Vissarionóvich] –por el sistema de preguntas y respuestas– de septiembre de 1925 acerca de algunos puntos esenciales de ciencia y arte políticos. El punto que me parece necesario desarrollar es éste: que según la filosofía de la práctica –en su manifestación política–, ya en la formulación de su fundador, pero especialmente en las precisiones de su gran teórico más reciente [Lenin], la situación internacional tiene que considerarse en su aspecto nacional. Realmente la relación «nacional» es el resultado de una combinación «original» única –en cierto sentido– que tiene que entenderse y concebirse en esa originalidad y unicidad si se quiere dominarla y dirigirla. Sin duda que el desarrollo lleva hacia el internacionalismo, pero el punto de partida es «nacional», y de este punto de partida hay que arrancar. Mas la perspectiva es internacional y no puede ser sino internacional. Por tanto, hay que estudiar exactamente la combinación de fuerzas nacionales que la clase internacional tendrá que dirigir y desarrollar según la perspectiva y las directivas internacionales. La clase dirigente lo es sólo si interpreta exactamente esa combinación, componente de la cual es ella misma, y, en cuanto tal, puede dar al movimiento una cierta orientación según determinadas perspectivas. En este punto me parece estar la discrepancia fundamental entre Leone Davidovici [Trotski] y Bessarione [Stalin] como intérprete del movimiento mayoritario. Las acusaciones de nacionalismo son inepcias si se refieren al núcleo de la cuestión. Si se estudia el esfuerzo realizado desde 1902 hasta 1917 por los mayoritarios [los bolcheviques], se ve que su originalidad consiste en una depuración del internacionalismo, extirpando de él todo elemento vago y puramente ideológico –en sentido malo– para darle un contenido de política realista. El concepto de hegemonía es aquel en el cual se anudan las exigencias de carácter nacional, y se comprende bien que ciertas tendencias no hablen de ese concepto o se limiten a rozarlo. Una clase de carácter internacional, en cuanto guía estratos sociales estrictamente nacionales –los intelectuales– e incluso, muchas veces, menos aun que nacionales, particularistas y municipalistas –los campesinos–, tiene que «nacionalizarse» en cierto sentido, y este sentido no es, por lo demás, muy estrecho, porque antes de que se formen las condiciones de una economía según un plan mundial es necesario atravesar múltiples fases en las cuales las combinaciones regionales –de grupos de naciones– pueden ser varias. Por otra parte, no hay que olvidar nunca que el desarrollo histórico sigue las leyes de la necesidad mientras la iniciativa no pasa claramente de parte de las fuerzas que tienden a la construcción según un plan de división del trabajo pacífica y solidaria. Los conceptos no-nacionales –o sea, no referibles a cada país singular– son erróneos, como se ve por su absurdo final: esos conceptos han llevado a la inercia y a la pasividad en dos fases bien diferenciadas: 1) en la primera fase, nadie se creía obligado a empezar, o sea, pensaba cada uno que si empezaba se encontraría aislado; esperando que se movieran todos juntos, no se movía nadie ni organizaba el movimiento; 2) la segunda fase es tal vez peor, porque se espera una forma de «napoleonismo» anacrónico y antinatural –puesto que no todas las fases históricas se repiten de la misma forma–. Las debilidades teóricas de esta forma moderna del viejo mecanicismo quedan enmascaradas por la teoría general de la revolución permanente, que no es sino una previsión genérica presentada como dogma, y que se destruye por sí misma, por el hecho de que no se manifiesta fáctica y efectivamente». (Antonio Gramsci; Internacionalismo y política nacional; Cuadernos de la cárcel, Tomo V, 1932-34)
Sobra decir que algunos cuadros como Pietro Secchia, Humberto Terracci, y por supuesto Ercoli [pseudonimo de Palmiro Togliatti] se convirtieron en reconocidos renegados del marxismo-leninismo, lo que sumado a la pérdida de varios cuadros en la lucha contra el fascismo italiano y alemán, mermó la capacidad del partido, que iría cayendo en manos de oportunistas emboscados, carrerristas y seguidistas, que poco a poco lo harían degenerar. Los sucesivos defectos del Partido Comunista Italiano (PCI) pueden ser vistos en varios de nuestros análisis. Véase nuestra obra: «La crítica al revisionismo en la Iº Conferencia de la Kominform de 1947» de 21015.