Cuando defendemos la necesidad de mantenernos firmes frente a la represión, no son pocos quienes nos acusan de «buscar mártires». Estos reproches culpan al revolucionario represaliado en vez de poner el foco en los represores, además de sembrar la falsa ilusión de que se puede combatir la fuerte opresión sin fortaleza de principios. Nadie discutirá, ni siquiera quienes esgrimen estas acusaciones, que el objetivo de la represión es que reneguemos de la lucha y nos alejemos de esta. Por lo tanto, cuando alguien se arrepiente públicamente, legitima con ese discurso que repriman a otros al pintar la confrontación como una actitud errónea a corregir mediante un castigo represivo. Es lo que persigue y promueve el Régimen, coincidiendo con quienes en nombre de la lucha difunden que «todo o prácticamente todo vale para librarse de la represión». Por esa regla de tres, si no hay lucha, no hay riesgo de padecerla y que directamente digan que hay que quedarse de brazos cruzados. Que a veces, también lo dicen.
Defender posiciones ultra individualistas en cuestiones colectivas como la lucha y la represión, no ayuda en nada ni al avance de la primera, ni a enfrentar la segunda. Tampoco nadie pondrá en duda que cuando nos reprimen no lo hacen solo para intentar frenar a los encausados, sino también al resto propagando el terror. De ahí que tanto represaliados directos como aludidos, necesitemos unirnos para defendernos de sus agresiones con una férrea y activa solidaridad. Solo desde la consecuencia mutua se puede, como ha quedado demostrado incontables ocasiones, hacer fracasar los objetivos de los represores además de dar un impulso a la lucha. La historia está plagada de ejemplos de cómo enfrentando la represión con contundencia convirtiéndola en un revulsivo, se han debilitado y posteriormente derrotados regímenes reaccionarios, se ha elevado la conciencia y se han multiplicado las fuerzas revolucionarias.
Sin embargo, también demuestran las experiencias que cuando se responde a la represión con claudicación o vacilaciones, se retrocede sin beneficio alguno para la causa colectiva que sirve a tantos millones de personas. Algo que omiten los propagadores de la rendición que encima dicen admirar a revolucionarios de épocas pasadas -o presentes, pero a muchos km de distancia ocultando que aquí existen porque es lo fácil- que sí fueron o son consecuentes y que en ocasiones cayeron como mártires. No porque lo buscaran, sino porque fue el precio que les hicieron pagar los opresores por contribuir al avance de la lucha. Estos también enfrentaron a los domesticados de su época que les repetían que el camino no era la consecuencia. Si les hubieran hecho caso ni se hubieran organizado revoluciones, ni se hubieran arrancado importantes mejoras a base de arduas y arriesgadas confrontaciones.
Ninguno de los enaltecedores de la claudicación puede poner un solo ejemplo de cambios profundos conquistados sin grandes esfuerzos, elevada combatividad, desobediencia y firmeza ante la represión. Pero a falta de argumentos suelen recurrir a la calumnia, dejándonos como unos insensibles que pretendemos que no se reduzca la condena al represaliado. Al revés, llamamos a la máxima solidaridad que organizamos y demostramos con hechos, tanto para dificultar la condena, como para explicar cuánto nos atañe y acompañar a las personas encausadas. Además de para que contribuya a acercar el fin del Régimen que nos reprime, pues de lo contrario no abordaríamos la raíz del problema ayudando a perpetuarlo. Pero no llamamos a pactar y evitar la condena a cualquier precio, no solo por lo mencionado anteriormente, también por la propia dignidad del represaliado. Una cosa es -en la medida de lo posible- intentar escabullirse en un juicio con según qué argucias y otra muy distinta perjudicar a otros, despojar de contenido un juicio político o el arrepentimiento. Una absolución solo puede ser una conquista si se arranca con solidaridad, si se logra a base de colaboración con los represores supone todo lo contrario y no tiene nada que ver con la libertad. Además, a menudo la solidaridad y la consecuencia logran condenas más bajas que los humillantes pactos.
Si quienes aseguran que agachar la cabeza -e incluso cosas peores- es válido para evitar acabar en prisión o para salir mucho antes de ésta aceptando su Programa de Tratamiento basado en la claudicación con todo tipo de humillantes sometimientos, están tan preocupados por el aumento de presos políticos y por nuestras condenas, ¿por qué entonces no reivindican la Amnistía Total? ¿por qué no ejercen la solidaridad con tantos represaliados? Igual es que lo que suele molestarles es la consecuencia y no la existencia de presos políticos y condenados. Digo suele porque hay excepciones, personas honestas con buenas intenciones que creen -a veces respetando las posiciones firmes- que son beneficiosos a nivel político esos planteamientos. Sobre todo porque mezclan la comprensión con lo conveniente políticamente. Es decir, humanamente todos podemos entender -sobre todo quienes la padecemos con ensañamiento- que alguien se quiebre ante la represión. Pero una cosa es esa empatía y la otra querer vender que lo mejor para la lucha es, en vez de ayudarle a mantenerse íntegro, empujarle a que le venza. Hay quienes no la aguantan y tienen la decencia de reconocerlo, sin atacar la consecuencia ni enmascarar la debilidad. Desde luego no es para crucificarlos. Otros aún nos quieren convencer de que quienes nos negamos a arrodillarnos sin brindar al enemigo lo que quiere, seguimos un camino inútil, continuamos reprimidos porque queremos y llevamos a la gente al matadero.
Pues no, quienes conducen a la clase obrera y a los sectores populares al matadero son quienes en nombre de la lucha, de la izquierda e incluso del comunismo, ayudan a perpetuar la represión y otras tantas lacras sin combatirlas con firmeza y lo que es peor, arremetiendo contra quienes resistimos sin domesticarnos ante los duros golpes del Estado. Precisamente porque de verdad queremos poner fin a la represión y al resto de brutales imposiciones cuanto antes posible, no permitimos que esta nos detenga. Por eso persistimos en el señalamiento de aquellos que, como el falso Gobierno «progresista», aprueban más leyes represivas, no derogan las que prometieron, no se oponen a tribunales políticos de excepción como la Audiencia Nacional y en vez de amnistiarnos a miles de represaliados y presos políticos antifascistas, permiten la impunidad incluso de torturadores fascistas. Igual que nos oponemos al resto de planteamientos que quieren conducirnos al redil del legalismo desde el que no puede desarrollarse lucha seria alguna, ni una verdadera solidaridad que no haga distinción entre métodos de lucha, sin caer en el sectarismo corporativista de quienes solo se solidarizan con represaliados cercanos.
No hay otro modo de avanzar frente a un despiadado sistema de dominación bien organizado que no duda a la hora de emplear todos los medios para saquearnos y pisotearnos, incluida la guerra sucia. Que siempre ejerce la solidaridad de clase -burguesa- con los suyos cuando son enfrentados por revolucionarios y que sabe muy bien que sin firmeza hubieran perdido el poder hace mucho tiempo. Pero justo esa contundencia que se manifiesta también en forma de represión, los erosiona al desenmascararlos y hacerles perder apoyo popular, sobre todo cuando se enfrenta de la manera mencionada. Eso es lo opuesto a buscar mártires, es evitar que los opresores provoquen tantos como quisieran al acercar la victoria que ponga fin a su represión y a tantas otras atrocidades de la única forma posible.