Federico García Naranjo (@garcianaranjo).— Ha pasado poco más de una semana desde la entrada en Damasco del grupo fundamentalista HTS y de la caída del gobierno de Bashar al-Assad en Siria. Desde entonces, los medios corporativos de comunicación se han dedicado con entusiasmo a lavar la cara a dicha organización terrorista y, en especial, de su líder, Mohammed Al Golani. Este reconocido fanático religioso y cruel mercenario, autor de toda suerte de atrocidades durante la guerra civil, como decapitaciones, torturas y masacres, ahora es presentado como el “líder moderado” que llevará al país a la democracia y la convivencia.
Este encuadre retorcido de los hechos no debe distraer la atención sobre lo que está en juego en la región con el cambio de régimen en Siria. No estamos hablando aquí de una “transición a la democracia” ni de un “levantamiento popular”. La caída de al-Assad es el más reciente movimiento en una confrontación geopolítica de escala global que está definiendo el orden ─o el desorden─ mundial de la próxima década. Como toda estrategia de esta naturaleza, es muy probable se resuelva a través de la vía militar.
Bashar al-Assad en Rusia
El depuesto presidente de Siria publicó un comunicado desde su exilio en Moscú. En una escueta carta, informó que su salida del país se dio un día después de la caída de la capital y que esta no significó una huida ni una claudicación. Consideró lo ocurrido como un golpe del terrorismo patrocinado por intereses extranjeros, reafirmó su compromiso con la causa palestina y libanesa y auguró que el pueblo sirio volverá a ser libre e independiente.
Mientras tanto, el nuevo régimen difunde un discurso de moderación a pesar de su conocido talante integrista y violento. Lo cierto es que la llamada “oposición” siria está conformada por diversos grupos que así como combatieron al gobierno de al-Assad, también se han enfrentado entre ellos. Las guerras internas entre grupos proturcos, kurdos y fundamentalistas han sido tan sangrientas como la propia guerra civil.
Turquía
Poco se habla de los intereses turcos en el conflicto, pero lo cierto es que durante los últimos doce años ha patrocinado a numerosos grupos armados, como el Ejército Nacional Sirio (SNA, en inglés) o el propio HTS. El SNA, además de enfrentarse al Ejército Árabe Sirio del gobierno de al-Assad, también considera como su enemigo a las Fuerzas de Siria Democrática (SDF, en inglés), una coalición de sirios kurdos que, mientras recibe apoyo estadounidense, también mantiene una alianza con el Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK, marxista) y sus Unidades de Protección Popular, YPG.
Este inexplicable entramado de alianzas se comprende por los intereses de Turquía de debilitar al gobierno sirio y de combatir a los kurdos, pueblo que habita también el sudeste de la península de Anatolia y que reivindica su independencia frente a Ankara. Así, la injerencia turca obedece a una estrategia de promover el caos a través de sus patrocinados para tener acceso al petróleo sirio, poder bombardear impunemente a los kurdos y presionar soterradamente a Estados Unidos.
La entidad sionista
El proyecto colonial israelí se ha servido de la guerra civil siria y de la caída de al-Assad para fortalecer sus posiciones. Durante la guerra patrocinó al Estado Islámico e incluso dispuso sus hospitales para atender a los heridos del grupo fundamentalista. También ha aprovechado el caos regional para bombardear una semana sí y otra también las posiciones militares sirias, con el fin de debilitar a su histórico enemigo.
Con el fin del gobierno de al-Assad, el sionismo gana por todas partes. Se quita de encima al único régimen de la región que desde siempre le había hecho frente, rompe las líneas de suministro del eje de la resistencia dejando a palestinos y libaneses a merced de sus bombardeos e invade territorios sirios más allá de los Altos del Golán, avanzando así en su proyecto expansionista del Gran Israel.
Estados Unidos
La potencia del norte intervino en la guerra civil siria, primero con la creación del Estado Islámico, EI, en 2006, la promoción del levantamiento militar contra el gobierno en 2012, luego con el apoyo financiero y militar a los kurdos (que se enfrentaron y vencieron al EI) y, finalmente, con la ocupación del territorio noreste del país, lugar donde se encuentran los yacimientos petrolíferos del país árabe. Estados Unidos ha jugado un rol parecido al de Turquía, patrocinando grupos armados que pueden ser enemigos entre sí, pero cuyo enfrentamiento crea las condiciones para la injerencia y el control.
Por ello, a pesar de que las declaraciones de sus voceros diplomáticos llaman a la paz, la realidad es que Estados Unidos se beneficia con la guerra y el caos en la región, ya que puede seguir ocupando el territorio sirio, extrayendo y robando su petróleo y debilitando a Irán y al eje de la resistencia.
El eje de la resistencia
El gran perdedor geoestratégico de la caída del gobierno de al-Assad es el eje de la resistencia, conformado por Irán, Hezbollah, los grupos de la resistencia palestina, el movimiento hutí Ansarolá de Yemen y las milicias nacionalistas de Iraq. Este eje ha hecho frente a la ocupación sionista y a los intentos de Estados Unidos y sus aliados por someter a la región. Si bien Siria era tal vez uno de los eslabones más débiles de la cadena debido a la cruenta y larga guerra civil que dejó disminuidas sus capacidades militares y de información, su ubicación geográfica era fundamental para trasladar recursos y personas entre Irán y los grupos de la resistencia como Hamás, el FPLP y Hezbollah.
El panorama no es alentador para el pueblo sirio. Es muy posible que en los próximos meses haya enfrentamientos entre las facciones de la otrora oposición y se desate otra guerra que conduzca a la balcanización del país, similar a lo ocurrido en Libia desde 2011. Hay demasiados intereses en juego entre los ganadores de esta coyuntura; esos intereses, a pesar de lo que parece a primera vista, muchas veces entran en contradicción.