1956. Los condes de Barcelona reciben a sus hijos en Estoril, su residencia en el exilio. Juan Carlos, con 18 años, trae en su equipaje un arma que le regaló un compañero en la Academia Militar. Se trata de una Long Automatic Star, calibre 22.
Con Alfonsito, que entonces tenía 14, pasan horas disparando en el jardín, hasta que don Juan ordena guardarla bajo llave. Después de mil ruegos, convencen a su madre, Doña María, de que se las devuelva. Le dicen que está descargada y sólo quieren mirarla. “No es para disparar, mami, sólo para verla”. Los hermanos están solos en la habitación cuando sucede el trágico desenlace.
Según el escritor y periodista Abel Hernández, la infanta Margarita, a pesar de su finísimo oído, no escucha el disparo. Los padres tampoco. “Pilar sí, y nunca olvidará aquel ruido sordo”, asegura. La bala le entra a Alfonsito por la nariz y le alcanza el cerebro.
El parte oficial, comunicado por la embajada española en Lisboa miente: “Mientras su Alteza el Infante Alfonso limpiaba un revólver aquella noche con su hermano, se disparó un tiro que le alcanzó la frente y le mató en pocos minutos”. Poco después, se conoce la verdad: Juan Carlos era quien empuñaba el arma cuando se disparó.