Augusto Zamora R.*.— Hubo un tiempo, hará medio siglo, que buena parte del mundo miraba a Europa Occidental, organizada en la Comunidad Económica Europea (CEE), como un modelo en el que inspirarse. Niveles de bienestar amplios y mayoritarios, sistemas democráticos respetuosos de la diversidad ideológica, altos estándares de derechos humanos, tierra de asilo para perseguidos políticos… Hace medio siglo, media centuria, y como si hubieran pasado mil años. Poco queda de aquella Europa Occidental, tan constreñida por la Guerra Fría, la división de Europa en dos bloques político-económicos y militares y el peso, entonces moderadamente visible, del gran tótem, EEUU. Hoy es, apenas, un remedo de lo que fue. Una caricatura. Una broma de pésimo gusto. En media centuria.
Hace 36 años que cayó el muro de Berlín, símbolo de la Guerra Fría y de la división de Europa y del mundo. Muchos creímos que, con el fin del mundo bipolar, se abriría una etapa de cooperación y entendimiento entre los antaño adversarios, pero ocurrió lo contrario. Pasando los años, la modélica CEE del Doctor Jekyll fue devorada por el Mr. Hyde que se ocultaba bajo el miedo a la Unión Soviética. Destruida la URSS se cayeron las máscaras, siguiendo al nuevo/viejo flautista de Hamelin, EEUU.
En 1999 despertaron los viejos hábitos agresivos e imperiales. Libres del freno que era la URSS, las potencias atlantistas lanzaron una guerra de agresión contra la exigua Yugoslavia de Serbia y Montenegro, con EEUU de jefe de orquesta. Luego siguieron la expansión sucesiva de la OTAN a los ex miembros del disuelto Pacto de Varsovia y las guerras e invasiones contra Iraq, Afganistán, Libia y -por fin- Siria, país que ha sido entregado a los ‘rehabilitados’ militantes de Al Qaeda y el Estado Islámico. En medio de esta suma de ignominias, el apoyo al régimen sionista de Israel en el genocidio de Gaza. Es posible afirmar, sin ningún género de duda, que, con el genocidio palestino, la UE se sumía en el mayor de los desprestigios posibles, con la honorable excepción de Irlanda. El gobierno español se quedó en el pantano de la hipocresía. Condenando de palabra al régimen sionista genocida, al tiempo que le vendía y le compraba armamentos.
Tuvo en sus manos, la UE, la mejor ocasión de su historia de convertirse en un sujeto autónomo internacional estableciendo un proyecto de cooperación y asociación política y económica con la Rusia que emergía -ingenua y dispuesta-, de la destrucción de la URSS. Por vez primera, en siglos, se abrían en pampa las puertas para una Europa que fuera de Lisboa a Vladivostok, incorporando, de paso, a la mayor parte de las repúblicas ex soviéticas. No hubo tal, sino todo lo contrario. Atiborrados de prepotencia y soberbia, los gobiernos europeos, siguiendo a ciegas a EEUU, optaron por una política de humillación y avasallamiento contra Rusia, con los resultados que tenemos ahora. Ya ni siquiera hay una coexistencia pacífica y tolerancia. No. Rusofobia y tambores de guerra. Sumidos en delirios de sangre, la caspa gobernante de Bruselas plantea reunir 800.000 millones de euros para crear una monstruosa industria militar. La pregunta es ¿para qué?
La cuestión central, en este tema, es, precisamente, esa. ¿800.000 millones de euros para qué? La propaganda belicista dice que son para defenderse de Rusia, que amenaza a los ingenuos y pacíficos europeos. ¿Hay alguien mínimamente sensato y honesto que pueda creerse ese cuento? Los insensatos y sus primos los fanáticos no cuentan. Pueden tragarse cualquier cuento, desde que la Tierra es plana hasta que Rusia amenaza a los pobres europeítos. Los deshonestos tampoco. Esos, con tal de llenarse el bolsillo, así sea asesinando niños en Gaza, no tienen problemas, ni tampoco escrúpulos. La pregunta va a los sensatos y honestos, aunque su número no dé para ganar unas elecciones. ¿Pueden creerse los delirantes cuentos militaristas de unos señores a los que nadie ha elegido? Para ayudar en la respuesta daremos unos pocos datos básicos:
La OTAN rodea a Rusia, desde el océano Ártico y Finlandia hasta Turquía, sin más excepción que Ucrania, Georgia y Azerbaiyán. Las fronteras con la OTAN son estas:
Noruega 195.8 km
Finlandia 1 271.8 km
Estonia 324.8 km
Letonia 270.5 km
Lituania 266.0 km
Polonia 204.1 km
Haciendo la suma, Rusia tiene 2.533 kilómetros de fronteras con países miembros de la OTAN. A ello deben agregarse Dinamarca y Suecia que, aunque no son países limítrofes, controlan los estrechos daneses, de forma que pueden bloquear, fácilmente, el paso hacia y desde el mar Báltico. Turquía, también atlantista, controla los estrechos turcos, que puede cerrar a Rusia, impidiéndole el acceso al mar Mediterráneo. Si hacemos un traslado de esta extensa línea limítrofe a un escenario de guerra, veremos con claridad que Rusia tendría que combatir desde el Ártico hasta el Cáucaso, en un frente que superaría los 3.000 kilómetros de largo, pues debe agregarse el frente de Turquía. Si a ello sumamos lo que quede de Ucrania, el frente de guerra superaría los 5.000 kilómetros (aclaramos que excluimos a EEUU y Canadá, porque dudamos de que esos dos países participen o se dejen arrastrar por la locura europea).
No es preciso ser un genio militar para darse cuenta de que, en una guerra convencional, un frente militar de esta extensión sería casi imposible de sostener para Rusia. Tendría un costo humano insoportable y un costo económico ruinoso. Recordemos que una de las principales causas de la derrota de Japón, en la II Guerra Mundial, fueron los infinitos frentes de guerra que abrió, que se extendían desde Australia y Filipinas, en el sur del mundo, hasta la península coreana, en el norte mundial, incluyendo China, que devoraba el 50% del esfuerzo militar japonés. Intentar mantener un frente tan extenso, que superaba los 7.000 kilómetros de largo, agotó rápidamente las reservas de Japón, que sufrió una devastadora derrota en todos los frentes. La URSS lo remató en 1945. Más familiarizados estamos con la II Guerra Mundial. Alemania incurrió en un error similar al del Japón imperial. Los nazis abrieron frentes de guerra desde Noruega hasta el Mediterráneo, pasando por África, aunque su mayor y fatal error fue invadir la URSS. La línea del frente alemán llegó a superar los 8.000 kilómetros de largo, terminando como terminó: en un colapso total. Cuanto más extensos los frentes de guerra menos posibilidades y probabilidades hay, no ya de vencer sino siquiera de un empate.
La realidad geográfica (vean un mapa político de Europa, por favor) nos lleva a pensar que, en caso de darse un conflicto armado entre la UE/OTAN y Rusia, éste podría comenzar de un modo convencional, pero terminaría de manera fulminante con un ataque nuclear devastador. Rusia, atendiendo a la imposibilidad de sostener un frente de tal extensión, se vería compelida a recurrir a su poder atómico contra las principales potencias europeas, para detener, de golpe, la maquinaria militar en marcha. Podemos poner nombre a las potencias que deberían quedar fuera de combate, para acabar la guerra en horas: Alemania, Polonia y Rumania. Si Francia y Gran Bretaña quisieran recurrir a su armamento nuclear -que podría ser posible-, Rusia las borraría totalmente del mundo. No hay en absoluto equivalencia entre el poder nuclear ruso y el de estos dos países. Sea como fuere Europa tal y como la conocemos ahora dejaría de existir para siempre. Por supuesto, los corruptos y dementes que gobiernan la UE no plantean estos escenarios a sus manipulados ciudadanos. Les basta con saturar su mente de propaganda para dar por resuelto el tema. Así que repetimos la pregunta: ¿Para qué 800.000 millones de euros? Sólo valen o bien para enriquecer a los más ricos o bien para preparar un suicidio colectivo y el fin de la civilización occidental. Para nada más.
En febrero de 2024, en respuesta al plan del presidente francés, Emmanuel Macron, de enviar tropas de la OTAN, el presidente Putin afirmó que “las consecuencias para los posibles intervencionistas serán trágicas… Todo esto realmente amenaza con un conflicto con el uso de armas nucleares y la destrucción de la civilización. ¿No lo entienden?”, preguntó el presidente ruso. Es la pregunta a hacer: ¿No lo entienden?
*
* *
Pasemos a otra guerra, esta real y con años de existencia: la económica. En los inicios de la operación miliar en Ucrania, los gobiernos de EE.UU y la UE estaban convencidos de que la economía rusa colapsaría bajo el peso de las sanciones impuestas por el Occidente colectivo. En marzo de 2022, el presidente Joe Biden declaró: “La economía rusa está camino de reducirse a la mitad”. En Europa, en agosto de 2023, el entonces representante de la UE para relaciones exteriores, Josep Borrell, declaró que “Rusia es un enano económico, es como una gasolinera cuyo propietario tiene una bomba atómica”. Nadie en el atlantismo se expresa hoy en términos parecidos.
La maquinaria industrial rusa produce más armas que toda la OTAN, el PIB de Rusia creció un 4,1% en 2024 y el PIB real per cápita de Rusia fue un 6% más alto en 2024 que en 2021. Cifras que dejan en ridículo el crecimiento de la Eurozona, que fue de un raquítico 0,7%, según datos suministrados en enero por la agencia Eurostat. Y aún en más ridículo si se compara con el PIB de los países europeos más belicosos: Francia creció un 1,1% y Reino Unido, 0,9 %. Alemania sigue en una recesión económica por segundo año consecutivo: el PIB del país cayó un 0,3% en 2023 y un 0,2% en 2024 (el PIB de EE.UU fue el que más creció en el mundo atlantista: 2,8%).
No fue menor la sorpresa occidental por la rapidez con la que Rusia pudo sustituir los mercados europeos. La idea preconcebida sobre la fragilidad de la economía rusa, la fe ciega en el efecto demoledor de las sanciones y las presiones internacionales para aislar a Rusia, terminaron en un fracaso atronador con efecto bumerán. Como informara el pasado febrero la agencia de noticias alemana Deutsche Welle:
“En 2021, casi el 50% de las exportaciones rusas se dirigieron a países europeos… Sin embargo, a finales de 2023, menos de dos años después de que comenzara la invasión el 24 de febrero de 2022, el panorama había cambiado por completo. Las cifras publicadas recientemente para 2023 muestran que China y la India son los dos principales mercados de exportación de Rusia, con un 32,7% y un 16,8% respectivamente, la mitad del total. En 2021, China representó el 14,6% de las exportaciones rusas, mientras que la India representó solo el 1,56%.”
La idea, con reminiscencias de caduco imperialismo, de que nadie podía sobrevivir a una guerra económica y comercial con Occidente, se derritió como mantequilla en una sartén caliente. Rusia no sólo pudo sustituir fácilmente los mercados europeos, sino que, para mayor horror del gallinero europeo, también sustituyó rápidamente a las empresas occidentales. La mezcla de prepotencia y soberbia más una crasa ignorancia del mundo de hoy, llevó al atlantismo a estrellarse contra sus propias medidas. Rápidamente, empresas y proveedores de China, India, Irán, Brasil, las repúblicas centroasiáticas y etcétera, se aplicaron a sustituir a los occidentales, dejándoles en ridículo y sin mercado.
Peor aún, y de más largo alcance, fue la reacción interna rusa a la batería de sanciones (más de 22.000 fueron adoptadas). Como expresara el presidente Putin, el 21 de febrero de 2025, en la sesión plenaria del Foro de Tecnologías del Futuro, “Los problemas externos, las sanciones y todos los desafíos y dificultades jugaron un papel estimulante importante para nosotros. Cada vez más, las empresas rusas recurren a nuestros científicos y reciben dicha ayuda. Además, las soluciones nacionales suelen resultar más eficaces que sus análogas extranjeras”. No exageraba una pizca el presidente ruso.
Ningún sector refleja de forma más clara la portentosa recuperación de la economía y la industria rusa que el sector aeronáutico, posiblemente el área más difícil y compleja del sector industrial, por los altísimos niveles de exigencia en tecnología y seguridad. En 2022, cuando se imponen las sanciones draconianas, la práctica totalidad de la aviación comercial rusa empleaba aviones Airbus y Boeing. El resto lo ocupaban aeronaves canadienses y de otros países occidentales. La prohibición de vender aeronaves y repuestos de aviones dejó al sector en una posición extremadamente crítica. El objetivo atlantista era derrumbar el transporte aéreo ruso y, tratándose de otro país, lo habría conseguido sin lugar a dudas. Tratándose de Rusia era otra cuestión.
A partir de 2022, el gobierno ruso ordenó la reactivación de la industria aeronáutica nacional, con el propósito de que Rusia pudiera construir su propia flota aérea. No es posible, aquí, hacer recuento del inmenso esfuerzo desplegado. Tampoco hace falta, pues los resultados hablan por sí mismos. A inicios de febrero pasado, el ministro de Industria y Comercio de la Federación de Rusia, Anton Alikhanov, anunció que las primeras entregas del avión Tu-214 estaban previstas para este año 2025. Expresó, además, que Rusia sustituirá por completo las importaciones de todos los componentes de este modelo de avión, así como de los aviones Superjet 100 e Il-76. A principios de marzo, Alikhanov también anunció que los primeros vuelos del avión de pasajeros MS-21, fabricado un cien por cien con componentes rusos, se realizarán en la primera mitad de 2025. “Estamos planeando los primeros vuelos de los aviones MS-21 con motor PD-14 y SJ-100 con motor PD-8, totalmente rusos, en el primer semestre del año, después de lo cual comenzarán las pruebas de vuelo de certificación”. También expresó que 13 aviones MS-21 están en producción. En suma, que Rusia, en el plazo asombroso de tres años, ha podido reconstruir su industria aeronáutica, a tal punto que, para 2035, la práctica totalidad de aviones que vuelen empresas rusas habrá sido fabricada en Rusia, con componentes totalmente rusos. La ‘gasolinera’ escondía un robocop industrial.
Poco más que decir. La UE se ha metido en un laberinto del que no quiere por ahora salir y del que cuando salga lo hará apaleada y sin plumas. Cuanto más se implique el gallinero europeo en la guerra con Rusia peor serán sus consecuencias. La ‘burbuja Europa’ no parece querer enterarse de que vivimos en el siglo XXI, en un mundo multipolar y complejo, donde la UE pinta cada vez menos.
El presidente Donald Trump despertó a sus aliados del ensueño de que EEUU seguiría financiando eternamente despliegues militares y guerra y un comercio sin control. El sueño acabó. La economía estadounidense ha tocado fondo y EEUU quiere un tipo de relación que le permita hacer caja. El ‘America First’ es eso. EEUU primero y luego los demás, por muy amigos que sean. El gallinero europeo debería tomar nota y buscar la sensatez perdida. La guerra con Rusia ha sido una ruina y un enfrentamiento abierto sería el suicidio de Europa. Buen momento para recordar una frase del forjador del imperio alemán, Otto von Bismarck: “¿El secreto de la política? Haga un buen tratado con Rusia”. Tiempo hay aún para un buen tratado. Lo que no hay es inteligencia. Y, según las pintas, ni sitios dónde buscarlas… No en Bruselas, claramente.
*Autor de Multipolaridad y descolonización de Naciones Unidas, Akal, 2024.