
Juan J. Sánchez (Unidad y Lucha).— El capitalismo en su fase superior y última, el imperialismo, ha sentenciado a millones de seres humanos a la miseria e indigencia. La vorágine extractiva inherente al sistema capitalista ha generado fenómenos como el de la migración masiva. Millones de seres humanos son obligados a abandonar sus pueblos y familias en busca del sueño de conseguir mejores condiciones de vida. Lamentablemente, la clase obrera migrante encuentra en los países de destino una vida marcada por la explotación, la precariedad y la exclusión. Una opresión perpetuada por un sistema, el capitalismo, que solo tiene como objetivo la extracción de plusvalía para aumentar su tasa de beneficios.
La migración es el resultado de varios siglos de acumulación capitalista. Todavía hay quienes pretenden ocultar que la migración de las masas obreras es una consecuencia directa de la acumulación capitalista. El capital, en su lógica extractiva y de concentración, orienta los beneficios a centros y Estados que garantizan su defensa ante el proletariado y los pueblos colonizados, los llamados «países desarrollados». Para conseguir el objetivo vital de la existencia del capitalismo, ejerce explotación de los recursos materiales y humanos en los llamados «países subdesarrollados», llevando a estos países y sus habitantes a la más profunda miseria, quienes se ven obligados a migrar.
En este contexto, las y los migrantes no son meras víctimas pasivas, sino parte de la fuerza laboral que el capitalismo necesita para mantener su tasa de ganancia. Las trabajadoras y trabajadores migrantes son obligados a aceptar empleos precarios y mal remunerados, lo que permite a los capitalistas aumentar la explotación. La clase obrera migrante sufre una doble explotación: como trabajadora y como extranjera. La clase obrera migrante, en su mayoría excluida de derechos laborales y jurídicos, se ve obligada a ofrecer su fuerza de trabajo en condiciones de inferioridad, comparada con la clase obrera nativa. Esta condición no es accidental, sino que forma parte de la lógica capitalista de dividir a la clase obrera para debilitar su capacidad de resistencia.
Al crear una distinción entre trabajadores nativos y migrantes, el capitalismo fomenta la competencia y el resentimiento entre ellos, lo que dificulta la unidad de la clase. Además, debido a variadas razones, la mayoría de las trabajadoras y trabajadores migrantes no están organizados política y sindicalmente. Revertir esta situación es un objetivo que deberíamos situarnos como prioritario para poder confrontar los intereses del capital. Los migrantes, debido a su precaria situación social y política, se ven obligados a aceptar salarios más bajos y condiciones laborales más duras, generando una situación extraordinaria, a través de la cual los capitalistas intensifican la sobreexplotación y opresión de clase.
La situación de las y los migrantes no solo implica una explotación económica, sino también una alienación cultural y social. Estas trabajadoras y trabajadores son despojados de sus raíces culturales, obligados a asumir determinados valores de la cultura occidental que perpetúan la explotación y opresión capitalista. Esta desposesión no solo es material, sino también simbólica, lo que facilita que los migrantes sean estigmatizados y marginados en las sociedades de «acogida». Desde la perspectiva marxista, esta alienación es funcional al sistema capitalista, ya que facilita la debilidad de la identidad de clase y fomenta la individualización. Al perder sus interacciones culturales, los migrantes son obligados a no tener interrelación entre sí, mientras que se alimenta la división entre migrantes y nativos, lo que facilita al burgués emplear en condiciones cada vez más precarias.
¿Es permanente o insalvable esta situación? Podemos afirmar que es reversible. La clase obrera migrante, junto con la nativa, tiene el potencial de convertirse en un actor clave en la lucha de clases. A pesar de las dificultades, los migrantes organizados junto a obreras y obreros nativos en sindicatos y organizaciones revolucionarias podrán hacer frente al capital. Las luchas por los derechos laborales, la regularización y la igualdad de trato son elementos centrales de cómo los migrantes pueden desafiar al sistema capitalista.
El Estado capitalista y los gobiernos que lo gestionan juegan un papel ambivalente en la situación de la clase obrera migrante. Por un lado, necesitan su fuerza de trabajo desvalorizada para mantener la economía capitalista; por otro lado, a través de los medios de información y alienación, alimentan la xenofobia, el racismo y el odio, aplicando el principio estratégico de la burguesía: divide y vencerás. Culpan a los migrantes de gran parte de los males de la sociedad capitalista corrupta.
La ideología también cumple un papel crucial en la justificación de esta situación. El discurso dominante presenta a las obreras y obreros migrantes como una amenaza para la seguridad y el bienestar de los ciudadanos nativos, lo que sirve para legitimar políticas represivas y excluyentes. Usando un símil futbolístico, los partidos se ganan por detalles; hemos visto que a los migrantes se les culpa de violación, asesinato o robo, haya pruebas o no. Se agita el bulo y nadie lo puede desmentir. Cuando se comete un delito, y el culpable es migrante, se publica su nombre y procedencia bien claros. Cuando el delito lo cometen nativos o aliados, el delito es cometido por varón o mujer.
La liberación de la clase obrera migrante es indisolublemente la liberación de toda la clase obrera. Se hace necesario elevar la cultura proletaria a través de las organizaciones revolucionarias de las masas trabajadoras. Toda batalla contra el capital debe orientarse a su derrota. Como situara Marx, no dejaremos de luchar por mejorar las condiciones económicas de las masas, al tiempo que trabajamos para hacerles comprender, que sus condiciones de explotación y miseria son inherentes al sistema capitalista. Los sindicatos denominados de clase no pueden seguir actuando entre los migrantes como ONGs, preocupados solo por cuestiones que no producen el efecto de elevación y aceptación de la ideología de clase, paso previo a la gran batalla que la clase obrera deberá dar al capital.
«Migrante o nativa, una misma clase» no puede quedar reducida a una consigna que gritar en las manifestaciones, en las que lamentablemente hay pocos migrantes. Sindicatos y partidos revolucionarios deben trabajar interviniendo en el seno de las masas migrantes y nativas, con el objetivo de unirlas como una sola clase.
Elevemos la conciencia revolucionaria marxista-leninista entre las masas trabajadoras. Solo la abolición del sistema capitalista y la construcción de una sociedad socialista garantizarán los derechos y la dignidad de todos los trabajadores, sin distinción de origen o nacionalidad.