Rita

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Descontextualizar la historia de una película puede significar dilapidar su fuerza emocional o su posible carga crítica. No es el caso de Rita (2024), la excelente ópera prima de la joven y conocida actriz sevillana (“Sólo mía”, “Lucía y el sexo”) Paz Vega. La novel realizadora hispalense sabe lo que quiere contar y nada la disuade de su objetivo. Planta su cámara con tino, escribe un guion perfecto y, como si toda su vida lo hubiera hecho, filma con intuición y talento. Dominando el encuadre, el espacio y el tiempo. Privilegiando un ambiente claustrofóbico que clava al espectador en su butaca. Desechando artificios prescindibles y logrando, con tan solo sutiles pinceladas sociológicas, implantar su historia en el contexto que le interesa. Es decir, en la Sevilla de los años 80, en una España obcecada con la Eurocopa de fútbol y durante los últimos alientos de la alambicada Transición lastrada por más de cuarenta años de franquismo. Y es en ese entorno social y político, y en un barrio humilde de las afueras de la capital sevillana, donde la cineasta lleva a cabo su personal ajuste de cuentas con el pasado narrándonos una parte decisiva de la vida de una familia obrera compuesta por José Manuel, María y sus dos hijos, Rita y Lolo, de 7 y 5 años: la de la toma de conciencia de una niña perspicaz y receptiva que a golpes va alejándose de la infancia.

Cine neorrealista

Todo pasa por el filtro que son los ojos inocentes de Rita (sobrecogedora Sofía Allepuz): la violencia machista de un padre brutal que se cree con derecho a todo; la sumisión de una madre sensible e inteligente que prefiere callar y obedecer a su esposo para proteger a sus hijos; y, finalmente, el pánico que atenaza a Lolo, el hermano menor de Rita, cada vez que su progenitor se enfurece injustificadamente. Un cine, por consiguiente, alejado de costumbrismos y trivialidades estilísticas a los que nos tiene acostumbrados el cine español últimamente. Muy cerca de lo más granado del cine neorrealista, desde “Ladrón de bicicletas” (1948) de De Sica hasta “Mamma Roma” (1962) de Pasolini, pasando por “Los 400 golpes” (1959) de François Truffaut. Por tanto, un filme de inesperada y reconfortante madurez  artística y conceptual, con clarividentes y eficaces actores, que, ahorrándonos en todo momento la violencia explícita en las imágenes, nos habla de temas que siguen siendo de tremenda actualidad: violencia de género, feminismo, machismo, alienación de la clase obrera en el capitalismo, drama de las madres solteras, etc. Cuestiones de importante calado social como para que desde las páginas de  esta publicación comunista demos la bienvenida a películas tan sorprendentes y gratificantes como la de esta prometedora cineasta andaluza.

Rosebud

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