Enrico Oliari.— El espectáculo en el Despacho Oval no sorprendió a nadie con dos dedos de frente. Detrás de los ridículos “Slava Ukraini” de moda entre quienes hasta ayer no sabían ubicar Ucrania en el mapa, se esconde una guerra que comenzó en 2014. Lo único reprochable a Trump es reconocer lo evidente: este conflicto siempre fue un negocio para los fabricantes de armas y gas estadounidenses, que ahora abandonan a su títere sin remordimientos.
Todo pudo evitarse. Bastaba respetar los acuerdos de Minsk, proteger las minorías rusófonas, mantener los medios y escuelas en lengua rusa, evitar la persecución política de la oposición y, sobre todo, no expandir la OTAN hasta rozar las fronteras rusas. Pero no, eligieron la guerra. Y ahora Europa paga la factura: gasto militar disparado al 2.5% del PIB, fondos sociales saqueados, ciudadanos sacrificados en el altar de un conflicto entre dos de los regímenes más corruptos del continente.
Los corifeos del “Slava Ukraini”, alimentados por medios gubernamentales, repiten como loros discursos sobre democracia sin conocer siquiera los informes de la OSCE que desde 2015 documentaban las masacres neonazis en el Donbás. No espere usted conocimiento geopolítico de quien hasta ayer confundía Kiev con Crimea.
Trump simplemente ha quitado la careta. A Estados Unidos, revelando que esta guerra siempre fue un negocio. A la UE, mostrando su servilismo ante Washington. A Ucrania, demostrando que Zelensky nunca fue más que un peón prescindible. Trump, Putin, Zelensky, Von der Leyen… distintos actores, mismo teatro de hipocresía.
Mientras las facturas energéticas estrangulan a las familias y las empresas europeas cierran, alguien sigue frotándose las manos. Y la historia se repite: en 2008 la OTAN ya planeaba incorporar a Ucrania, Moldavia y Georgia. Ahora quieren meter a Georgia en la UE, aunque geográficamente esté en Asia. Prepárense para la próxima crisis fabricada, donde como siempre, la culpa será de los demás.
Publicado originalmente por notiziegeopolitiche.net