

Francisco Arias Fernández (Granma).— Cada palabra, firma, acción, presupuesto, chantaje, decisión, mentira, pacto, plazo o ultimátum, operativo secreto, directiva de guerra y conspiraciones de Donald Trump dan la razón a quienes, desde la campaña electoral anterior, auguraban amenazas a la democracia estadounidense, al derecho internacional y a la paz, pisoteadas en el intento de «hacer grande otra vez» al imperio.
El brutal asalto al Capitolio, el 6 de enero, para tratar de robarse las elecciones, las múltiples mentiras que le sucedieron, los anuncios injerencistas de inicio del segundo mandato de anexarse a Canadá, Groenlandia, el Canal de Panamá o la Franja de Gaza; rebautizar el Golfo de México; el desprecio por América Latina; las alianzas con el genocida Netanyahu o el entreguista Milei, confirman la calaña del fascista, quien el día de su cumpleaños se regaló un desfile militar que no se realizaba en EE. UU. desde 1991.
El cinismo y la trampa sobrepasan los augurios o pronósticos, y sus acólitos internos o foráneos tratan de convertirlo en el paradigma del gran dictador del mundo actual, con el superpoder de las armas más sofisticadas para imponer sus designios, por encima de la onu u otros organismos internacionales, burlándose una vez más del manipulable y cuestionado Consejo de Seguridad.
La impunidad de los poderosos debe acabar. Nada justifica bombardear un país y poner al planeta en riesgo de una catástrofe radiactiva, para que un presidente con causas pendientes con la justicia se acredite lo que ningún otro había hecho, o para que el mandatario sionista, también requerido por delitos de corrupción y crímenes de lesa humanidad, se mantenga en el poder.
Tan peligrosa como la intención trumpista de poner al mundo de rodillas para demostrar la «grandeza» de Estados Unidos, es la posición vacilante y cómplice de Occidente, aliados incondicionales del Israel que comete crímenes y genocidios sin precedentes tras la Segunda Guerra Mundial, o que aplaude ataques injustificados y prepotentes del Gobierno de Estados Unidos contra instalaciones nucleares con fines pacíficos, certificadas por el organismo mundial autorizado para ello.
Las acciones encubiertas de las agencias de inteligencia de EE. UU. y de sus aliados contra Rusia, China, Irán, Venezuela y otros países, unidas al respaldo público de cuanta acción hostil promueve Washington, confirman la sospecha de que las directivas y planes de Occidente apuntan a guerras sangrientas y a una amenaza de conflagración nuclear, ahora más cerca que nunca.
El desparpajo y el cinismo de Trump no tienen comparación: «Hemos completado nuestro exitoso ataque… Una carga completa de bombas fue lanzada en el sitio principal de Fordo… No hay otro ejército en el mundo que podría haber hecho esto… Ha llegado la hora de la paz».
Pero la verdadera cara del neofascismo la describe el secretario de Defensa estadounidense Pete Hegseth: «Muchos presidentes han soñado con un golpe al programa nuclear de Irán. Trump lo hizo. Cuando este Presidente habla, el mundo debería escuchar».
Es la advertencia, la amenaza y el desafío al orbe desde el Pentágono. La paz por la fuerza y el silencio cómplice de muchos que tiemblan ante el chantaje y el menosprecio por la vida de un nuevo engendro de halcones irresponsables que, hace tiempo, fue calificado como el gobierno de los peores, que arrastra con la mentira, y con la presión económica, política, diplomática y militar a una Unión Europea súbdita y a una otan totalmente plegada a las órdenes del mandamás fascista.