
María Julia Mayoral (Granma).— A corto plazo, ningún país podría eludir los impactos adversos de la ofensiva arancelaria desatada por el Gobierno de Estados Unidos; pero la potencia norteña tampoco escapará al efecto bumerán de sus propios desafueros.
El pasado jueves, el presidente Donald Trump aprobó nuevos gravámenes aduaneros, bajo el pretexto de «abordar aún más el creciente déficit comercial anual de bienes de Estados Unidos», y proteger al país «de las amenazas extranjeras a la seguridad nacional y la economía».
En opinión de analistas, el magnate consiguió buena parte del respaldo electoral por sus promesas de reactivación económica, pero en lugar de decirles a los ciudadanos que «sufrían por cuatro décadas y media de políticas neoliberales, les dijo que sufrían por culpa de China, del comercio y de los inmigrantes».
Así lo argumentó la doctora Radhika Desai en un diálogo con el académico estadounidense Michael Hudson, cuyo título impreso llamó la atención sobre «El espejismo maga…» (acrónimo del eslogan Make America Great Again, que identifica a Trump y a sus seguidores).
Con todo el asunto de los aranceles, en realidad el mandatario «pretende dar la impresión de que está abordando los problemas de la economía estadounidense», acotó la experta, quien dirige el Grupo de Investigación de Economía Geopolítica de la Universidad de Manitoba, Winnipeg, Canadá.
Al decir de Hudson, «hay una teoría descabellada, casi esquizofrénica, tras las políticas de Trump». Hipotéticamente, el efecto de los aranceles sería reducir las exportaciones y trasladar la producción al territorio del país, «pero Estados Unidos está desindustrializado».
En su discurso mediático, la Casa Blanca difunde la creencia de que un tipo de cambio más bajo elevará la competitividad de las exportaciones y generará contrataciones e inversiones.
Pero EE. UU. ya no es un exportador ni un inversor industrial a la altura de décadas precedentes. «Por lo tanto, el efecto de un dólar más bajo simplemente elevará el precio de las importaciones, incluso por encima del arancel. Y la combinación de aranceles altos y un tipo de cambio más bajo creará un paraguas para que las empresas estadounidenses aumenten sus propios niveles de precios, como lo están haciendo actualmente», sopesó el perito.
El Observatorio de la crisis, un espacio digital dedicado a los asuntos internacionales, también abordó el tema en un artículo de Hudson sobre «el nuevo rostro de la crisis hegemónica estadounidense».
De acuerdo con el análisis, la apuesta de Trump, lejos de fortalecer la base manufacturera, acelerará el declive relativo de la potencia del norte, al aislarla de las cadenas de suministros más dinámicas y forzar a la mayoría global a ensayar mecanismos alternativos para sus transacciones comerciales y financieras.
EE. UU. intenta desempeñar prácticamente el mismo papel que en 1944, cuando logró moldear el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial.
«El método cambia de etiqueta, pero la lógica es clara: la política comercial sigue siendo la carta de poder estadounidense para dictar las reglas del juego global», sintetizó Hudson, en alusión a los acuerdos de Bretton Woods, frutos de la conferencia monetaria y financiera de las Naciones Unidas, celebrada en julio de 1944.
Para el economista, la novedad radica en la amplitud del objetivo geopolítico, pues Trump no oculta que el arancel es un arma para obligar a otros a sumarse a la Nueva Guerra Fría contra China y Rusia.
La cláusula de seguridad nacional, argumentó, «puede significar cualquier cosa», y funciona como comodín para vetar bienes estratégicos. En la práctica, abundó, Washington ofrece una dicotomía: alinearse con su órbita decreciente o arriesgar el acceso a su mercado.
En condiciones de bajo crecimiento económico mundial y alto endeudamiento, el alza de los aranceles «podría erosionar la confianza, frenar la inversión y amenazar los avances en materia de desarrollo, especialmente en las economías más vulnerables», advirtió la agencia ONU Comercio y Desarrollo (la antigua Unctad).
Sin embargo, EE. UU. sigue empeñado en el uso de la fuerza para tratar de conservar su antigua hegemonía, en un escenario de crisis globales e inevitable reconfiguración multipolar.