La profecía de las tierras y otras cosas raras

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Artículo publicado en la revista n.º 6 Con-Ciencia de Clase.

Oleg Yasinsky.— Ahora los marginales mentales del planeta tienen una nueva agenda bajo el doble lema ¡Stop Putin! ¡Stop Trump! o al revés, según su origen ideológico.

Cada vez me resulta más difícil sobrellevar la nostalgia por el buen imperialismo estadounidense tradicional y comprensible y (especialmente para los compañeros anticomunistas) por los poco carismáticos pero claros abuelos del Comité Central del PCUS que se le oponían, y de quienes los inconscientes niños soviéticos contábamos chistes tontos, probablemente fabricados por la CIA.

Al igual que las polillas en el armario convierten en polvo las ropas viejas, los medios de comunicación y las redes sociales del mundo, subordinados al mismo pulpo corporativo de forma constante y profesional, vuelven serrín los cerebros humanos. Y los algoritmos del sistema, vuelven al nuevo ser humano según su imagen y semejanza: una criatura en un estado de constantes convulsiones de histeria, odio y miedo, incapaz de cumplir el principal deber del ser humano, pensar. Por lo menos un poquito y aunque sea a veces.

Hablemos de Trump, por ejemplo. Los medios de comunicación mundiales, durante años toleraron y no se dieron cuenta del genocidio en África, de las masacres de líderes sociales en América Latina, de los crímenes en el Donbass, del fascismo en los países bálticos y de muchas tantas otras cosas que sus amos necesitaban. Después de todo, todos estos procesos fueron dirigidos desde el “Primer Mundo” (¿primero en qué?) por fuerzas feministas tolerantes preocupadas por la ecología, expertas en discursos elegantes, correctos y modernos en la mejor forma civilizada… Ahora, esos medios también están azuzando una histeria planetaria sobre lo «racista, misógino, homófobo y simplemente grosero» que es Trump.

Reconozco que no siento ninguna simpatía por Donald Trump. Pero aún menos simpatía me despierta la infinita capacidad de sus críticos para sustituir el verdadero análisis racional de la actual política estadounidense por las caricaturas de Trump con eslóganes que en su estupidez y primitivismo superan mucho a los propios discursos de Trump.

Es necesario dejar de lado las emociones y las histerias inculcadas por la prensa, para construir entre nosotros un análisis frío y racional de lo que está ocurriendo y así acercarse a comprender los verdaderos proyectos y objetivos de los dos depredadores imperiales del «mundo civilizado» enfrentados en una lucha a muerte.

Es una lucha de dinosaurios en el jardín de Borrell, donde el suicidio más seguro sería salir de nuestro escondite para apoyar a alguno de los bandos.

El nivel actual de la «crítica» a Trump impuesto por los medios liberales made by USAID es el cacareo desesperado de Zelensky en el Despacho Oval.

A esto podemos añadir algunas líneas sobre metales de tierras raras y cosas por estilo.

El trabajo de los economistas, tecnólogos y analistas profesionales consiste en convencernos de cosas que son perfectamente lógicas desde su punto de vista, que es nada más y nada menos que la misma mirada del poder y desde el poder. Por regla general, se trata de una imagen del momento presente, limitada por la lógica coyuntural del momento, los intereses de tal o cual gobierno actual y las opiniones de sus representantes, que mañana ni se acordarán de lo que decían.

Se nos dice, por ejemplo, que Ucrania (o Rusia) no tiene (HOY) los medios, tecnologías o capacidades para desarrollar nuestras riquezas, por lo que es «rentable» invitar a un inversionista de ultramar para una cooperación «mutuamente beneficiosa» con el fin de crear «progreso», «beneficios», «puestos de trabajo», etc.

Creo que las riquezas almacenadas en nuestros subsuelos son propiedad de nuestros pueblos, propiedad indivisible de nuestra memoria colectiva y nuestra historia conjunta en Rusia, Ucrania y otros países vecinos. Lo afirmo no por la «lógica imperialista rusa», de lo que nos suelen acusar todas las ultraderechas, derechas y seudo izquierdas a su servicio, sino para entender que sólo nosotros unidos (nuestros pueblos, que son gente de diferentes lenguas, dialectos, credos y tiempos) somos capaces de trabajar juntos por el bien común, que no puede ser medido únicamente por el beneficio financiero ni otras ficciones macroeconómicas. Es nuestra tierra, donde habita el sudor, la sangre y las cenizas de nuestros antepasados, y bebemos de sus pozos. No son sólo minerales, son también los huesos del Soldado Desconocido, del centinela del Espacio y del Tiempo, que no nos dejará solos. No se trata de un «recurso monetizable que nos pertenece», sino de nuestra pertenencia de la memoria de los difuntos y de los que aún no han nacido.

Nuestros recursos (materiales y morales) deben trabajar por nuestro verdadero desarrollo humano y la independencia de nuestros pueblos, que son un solo pueblo, más allá de las historietas que nos presentan la televisión y el Internet. Y en el caso de nuestra unificación como países, tendríamos un enorme potencial tanto para nosotros mismos como para la ayuda desinteresada a los demás.

sólo así le será más fácil digerirnos.

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