
Fernando (Unidad y Lucha).— Al aparato estatal de poder en Marruecos se le conoce como el majzén. A ese régimen, todavía con muy importantes rasgos feudales y encabezado por el sátrapa dictador, el rey Mohamed VI, le están empezando a salir unas grietas cada vez más difíciles de disimular.
Así lo atestiguan las recientes protestas populares, encabezadas principalmente —aunque no de manera exclusiva— por grupos de jóvenes, que se han dado a conocer como Gen-Z 212. Si bien este nombre lo toman de otros estallidos juveniles populares, similares y casi coincidentes en el tiempo: Nepal, Madagascar, Kenia o Perú; no parece que a priori haya una conexión directa clara con los demás países. De hecho, en los primeros días de protestas masivas (finales de septiembre), todo indicaba que el grado de espontaneidad era alto. No obstante, en las últimas semanas y en paralelo con una bajada en la efervescencia en las calles, parece que han venido tomando mayor profundidad política y organizativa.
Mientras, la represión de la dictadura marroquí no ha escatimado en su brutalidad, como es tan habitual en ella. Según el medio digital Nueva Revolución, a 4 de octubre —en el punto álgido de las protestas—, se conocían al menos 7 muertes (3 por disparos de la policía en la localidad de Lqliâa), más de 300 heridas y heridos y alrededor de 500 detenciones y secuestros, donde en muchos de los cuales se ha sufrido torturas de lo más sádicas. Por internet circulaban vídeos de las fuerzas represivas atropellando intencionadamente a manifestantes. Por contra, en nuestros medios de comunicación burgueses, un silencio casi sepulcral.
No en vano, el régimen marroquí es una pieza importante para el imperialismo en la región, un socio clave del Estado español y de la UE, y uno de los colaboradores más descarados con el sionismo en el mundo árabe. En torno al expolio mineral y pesquero del Sáhara Occidental, a la producción y el tráfico de drogas, al control de los flujos migratorios africanos, etc. se forjan unos intereses de clase —dominante, obviamente—, que se plasman en cómo la prensa sistémica nos oculta aquí las protestas populares de allí.
Unas propuestas que prendieron mecha contra los exorbitantes gastos en infraestructuras turísticas y en estadios de fútbol para la Copa África 2025/26 y, principalmente, para el Mundial 2030 (que Marruecos albergará conjuntamente con España y Portugal). Frente a estos despilfarros, que en nada benefician a la clase obrera y los sectores populares del país, se evidencian unas condiciones pésimas de los servicios públicos más básicos: hospitales más que insuficientes y desabastecidos, tanto de profesionales como de equipamiento y medicinas; una educación pública abandonada, sin apenas recursos; unas infraestructuras nulas (como dejó ver el terremoto de septiembre de 2023), etc. De hecho, un detonante clave ha sido la muerte —asesinato por desatención, podríamos decir, sin lugar a dudas— de 8 mujeres que habían acudido a dar a luz al hospital de la ciudad de Agadir. Por eso, la consigna más repetida en las calles ha sido: «Menos estadios y más hospitales».
Las protestas han ido afinando en señalar a los culpables políticos últimos y, a pesar del nivel de adoctrinamiento histórico, amenazas y brutalidad constante del majzén, se han producido incluso algunas quemas de fotografías del sátrapa Mohamed VI.
Todo esto en un Estado marroquí donde la represión contra el pueblo saharaui es salvaje, sistemática y diaria (principalmente en los territorios ocupados y también contra el pueblo rifeño), que gasta ingentes cantidades de dinero en tratar de mantener esa ocupación ilegal e ilegítima, y que se ve forzado a esconder ante la opinión pública el goteo de militares muertos en la guerra que mantiene contra el Ejército de Liberación Popular Saharaui, desde que en noviembre de 2020 Marruecos violara el acuerdo de alto al fuego, al disparar contra un grupo de civiles saharauis que protestaban bloqueando el tránsito ilegal de mercancías por el paso de Guerguerat.

