Internet es la gran cloaca del capitalismo

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Juan Manuel Olarieta.— A lo largo de la historia, la tecnología nunca ha sido algo puramente instrumental, ni una simple herramienta. Es un reflejo de la sociedad que la ha creado, del desarrollo de sus fuerzas productivas y, por lo tanto, de sus necesidades (económicas, políticas, sociales, culturales).

Pero no es sólo un reflejo pasivo de ella sino que, al mismo tiempo, la retroalimenta, la refuerza y la justifica.

Hoy la informática, los buscadores, los algoritmos tampoco son neutrales; reproducen fielmente la sociedad que los ha creado, sus mezquinos intereses lucrativos, su ideología clasista, su individualismo y su competitividad.

El reflejo del capitalismo en internet es ideológico, es decir, falso, distorsionado y deformado. No se trata de que todo lo virtual sea falso o una mentira. Tampoco de que sea ficción o invento, sino de que es ideológico, es decir, que lo cierto y lo falso coexisten en el mismo plano y la mayor parte de los usuarios no somos capaces de discernir uno de otro.

En los inicios de internet a los servidores se les llamó “esclavos” (en inglés “slaves”) en la jerga informática, rememorando la dialéctica del amo y el esclavo de Hegel, donde el usuario adquiere una sensación —falsa— de supremacía: es quien da las órdenes y ha adquirido la convicción de que, por ello mismo, por su condición dominante, “utiliza” el ordenador, “utiliza” su conexión a internet o “utiliza” un servidor, con el añadido de que, como cualquier negrero a la caza de esclavos, todo es gratuito y todo se puede aprovechar en su beneficio: puede ver películas, apoderarse de imágenes, descargar música, plagiar textos ajenos…

Con la informática llegó el torrente de quimeras pequeño burguesas, promovidas por “expertos” que no saben lo que tienen entre manos. Hablan de horizontalidad, transversalidad y de comunicación P2P, bidireccional, de un punto a otro, sin intermediarios, sin censura, sin límites. En internet hay sitios donde nos dejan discutir los artículos, e incluso votar a favor o en contra de ellos. Lo virtual es el imperio de la democracia en estado puro. Incluso los afiliados a Podemos, prototipo de conglomerado virtual, son el colmo de la modernidad digital: votan por internet.

El universo virtual ha logrado el sueño del capitalismo: que todo, incluidas las personas, seamos mercancías, tengamos un valor comercial y un precio. Quienes realmente nos hemos esclavizado a nosotros mismos en internet somos los miles de millones de usuarios que trabajamos muchas horas cada día, gratuitamente, al servicio de monopolios del tipo Google, Microsoft, Amazon o Tweeter.

Cada vez que visitamos un sitio o pulsamos un enlace, generamos dinero; cada vez que rellenamos un formulario para abrir una cuenta de correo electrónico, generamos dinero; cada vez que introducimos textos, fotos, música o vídeos en un servidor ajeno, generamos dinero.

Como todo universo ideológico, internet vuelve las cosas del revés. Los sirvientes son los amos, mientras los usuarios somos millones de pequeñas hormigas trabajando todos los días muchas horas sin parar y sin cobrar absolutamente nada. Los monopolios se apropian incluso de esos tan sagrados derechos de propiedad intelectual sobre los textos, las imágenes, la música, los juegos y los vídeos. Aunque las TOS (“terms of service”, condiciones de uso) digan otra cosa, esos servidores que los usuarios llenamos de contenidos, hacen con ellos lo que les da la gana: compran, venden, cambian, difunden, eliminan…

El usuario nunca es el dueño, siempre es el esclavo. A pesar del —falso— debate sobre la Ley de Propiedad Intelectual de 2014 (canon digital, tasa Google), en el universo virtual no existen las copias privadas. Aunque el usuario pague por una descarga, no adquiere nada porque no se considera como compra, sino como un alquiler permanente. Creemos que tenemos el disco duro lleno de música, por ejemplo, y seguimos vacíos; no es nuestra, no tenemos nada de nada.

Los ordenadores, las redes sociales, los programas informáticos e internet en su conjunto tuvieron un origen militar. Son, al mismo tiempo, el instrumento y el escenario de la guerra, como se pone de manifiesto en el gigantesco ataque informático desatado este mes de mayo. Los ejércitos, las centrales de espionaje y la policía se han llenado de informáticos. Su tarea es la de cualquier militar: atacar (a los demás) y defenderse (de los ataques de los demás).

La guerra no es más que la competencia en el terreno militar. Pero la competitividad capitalista está, además, en la economía, la publicidad, la política, las elecciones… en todo. Internet es la competencia llevada hasta sus últimos extremos.

Las relaciones familiares, sociales y políticas se han sustituido por las virtuales, por comunicaciones indirectas a través de un chat, un correo o un mensaje de Whatsapp. Así se crean personajes inexistentes, perfiles falsos, falsas “comunidades” e incluso partidos políticos puramente virtuales. Más de la mitad del tráfico en internet es ficticio. Ha sido creado por medios automáticos llamados “bots”.

Las redes sociales, lo mismo que Google, nos han introducido en un burbuja cerrada que luego nosotros mismos nos hemos encargado de estrechar cada vez más mediante contactos, suscriptores, grupos de interés o vínculos de afinidad. A veces los llaman “nichos”. A pesar de la invocada interconectividad, los usuarios han creado mundos fragmentados para sí mismos, aislados unos de otros.

Internet ha convertido en realidad —aparente— la gran quimera burguesa del hombre hecho a sí mismo (“self made man”). Yo me lo guiso, yo me lo como. No necesito un periódico para publicar un artículo ni una editorial para publicar un libro; ni siquiera necesito un maquetador, ni tampoco necesito saber maquetar, ni una imprenta… Hay infinidad de sitios en internet que hacen todo eso automática y gratuitamente.

Lo real se nutre de lo virtual. No son los blogs los que se informan en la prensa sino al revés. Ya no hay corresponsales. En la Guerra de Siria son muchos los medios convencionales que están acudiendo a sitios de internet, a mensajes de Twitter, a Youtube y a redes sociales como fuente de información.

La policía también se informa gracias a internet. En las aduanas de Estados Unidos preguntan a los viajeros por su cuenta de Facebook para identificarle mejor. Las empresas apenas hacen entrevistas de trabajo; te piden tu cuenta en alguna red social. Si no estás en internet, no estás en el mercado, no existes.

En los medios digitales (foros, blogs) la escritura predomina sobre la lectura. Podemos ser autores, creadores, protagonistas. Cualquiera tiene un espacio para dejar su impronta, desde un breve comentario a un texto, hasta un foro de debate o incluso un blog propio. En esta sociedad capitalismo no somos nada, pero podemos parecer grandes, con muchos seguidores y “amigos” en nuestro perfil de Facebook.

Sobre todo, internet es publicidad, “marketing”. Es la consolidación de un tiempo en el que las recomendaciones y menciones de los demás desempeñan un papel clave en la difusión de las publicaciones. El crédito de una marca comercial o la reputación de una persona dependen de su tratamiento en la red, de las apariencias, de fragmentar la información, erradicando las malas noticias y destacando las buenas. Las noticias, verdaderas o falsas, las fabrican “influencers” o especialistas contratados para ello.

En los agregadores predomina el culto al aspecto cuantitativo de la información, que se expresa en nociones tales como la “visibilidad”, la “viralidad”, el “retuit” o el “spam”. Son las “radiofórmulas” de internet, al estilo de “Los 40 Principales”, donde lo primordial es la difusión, las visitas que un sitio tiene, el “share”, la audiencia. No importa que el visitante no haya leído el contenido. Basta con que pulse el enlace, “me gusta” o “compartir”.

El capitalismo obliga a los blogs a competir unos con otros. Si la música y el arte se ponen en un escalafón, los blogs también y los partidos políticos y las empresas. En cualquier aspecto de la vida hay que ser un ganador, estar al principio. Si tienes un blog, debes lograr la gran hazaña de que Google te ponga en un primer plano, de lo contrario de conviertes en “invisible”, no eres nada. Por lo tanto, en un blog no se escribe para el lector sino para Google, como Google quiere.

El valor de un sitio o un dominio depende del número de visitas. Cada vez que entras en una página, aumentas su precio de mercado. Hay sitios que lo calculan de manera automática. ¿Sabes cuánto vale un sitio como La Haine? Lo puedes comprobar en http://urlm.es/www.lahaine.org. Supera los 16.000 dólares. Puedes seguir la cotización de una web lo mismo que cualquier valor bursátil en Wall Street: “en tiempo real”. Cada vez que visitas La Haine su valor aumenta tres céntimos de dólar.

Como en la televisión, impera lo frívolo y los tópicos. Los agregadores se llenan de noticias sensacionalistas, de ínfima calidad pero capaces de atraer visitas y, por lo tanto, publicidad. Se buscan noticias estrafalarias: famosos, fútbol, televisión… Una página de pornografía, como Pornhub, es mil veces mejor que La Haine, su precio es mil veces mayor (17 millones de dólares), es decir, es mil veces mejor. Si La Haine hablara de Messi y Cristiano Ronaldo mejoraría mucho. Así es el capitalismo y así lo refleja internet.

Es un fenómeno que, a su vez, va ligado a la ideología pragmatista que llega del mundo anglosajón: la difusión es el mayor emblema del “éxito”, cuando no es el “éxito” en sí mismo. Los “más populares”, una expresión en la que hasta la traducción es infame, están los primeros. A su vez, el “éxito” demuestra que algo funciona y, además, que es correcto, que lo hace bien, con el corolario habitual: todos deberían proceder de la misma manera. De lo contrario, eres un perdedor, que es lo peor que se puede ser.

Una marca siempre debe ser signo de actualidad y de modernidad, a diferencia del comunismo o la URSS, que son cosas del pasado, prehistoria. Internet es el culto a lo efímero: el “trending topic”, lo que aparece y desaparece de manera casi instantánea. No existe el medio ni el largo plazo. Las tecnologías de la información no promocionan los contenidos alojados en sitios estáticos, como las antiguas páginas web, sino aquellos que cambian continuamente. Por lo tanto, para poder estar entre los primeros hay que añadir contenidos continuamente al blog, que se convierte en una actividad frenética.

Ha triunfado la reputación, la marca y la imagen. Lo importante no es lo que uno es sino lo que los demás piensen o supongan, bien entendido que las marcas son artificios; no son ni dejan de ser sino que se fabrican mediante las correspondientes campañas, debidamente orientadas por los “influencers”, los que en la prensa de siempre se llamaron “creadores de opinión”, es decir, los que nos dicen a los demás lo que debemos pensar.

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