La filosofía del tendero

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Bianchi .— Las supuraciones y excrecencias de un sistema y/o modo de producción tan bestial y salvaje como el capitalismo dan motivos sobrados para acabar con él cuanto antes aunque sólo sea por cuestiones de salud pública y medidas profilácticas y, como dicen los mexicanos, «a como dé lugar». Los desahucios son un ejemplo sangrante, pero hay muchos más, la pobreza, el paro, etc. Nos pasan imágenes por las televisiones de desahucios, que le hacen a uno hervir la sangre, pero no para excitar nuestro sentido -elemental- de la justicia, sino para que nos acostumbremos a ellas, a esas imágenes, a considerarlas algo «normal» y, apurándonos, «natural». Es como cuando en Irak uno se despertaba con el coche-bomba de rigor. O, en España, que siempre ha sido de ellos, de los fascistas, no nuestra, nos exhiben -ya sin rubor, impudicamente- los casos de corrupción que los más lerdos y amorales traducen como que en la piel de toro eso demuestra que existe un Estado de Derecho, y es que con Franco se robaba más -he leído por ahí- sólo que se tapaba, no como ahora, esto es, tenemos que estar agradecidos, encima. Lo que se pretende es que nos «acostumbremos», que la piel se nos ponga dura como el caparazón de un armadillo como su cara de cemento cuando mienten, que seamos insensibles.

Como todo lo copian, también lo hacen -igual hasta sin saberlo de lumpenburgueses que son- del Imperio, esto es, norteamericano, ya de capa caída, pero no en lo «cultural». En las novelas yankis de la posguerra, incluido Mailer, el trasunto -el «mensaje», como se decía en tiempos existencialistas- era el nihilismo y el ahí-te-las-compongas. Ni siquiera la excelente «novela negra» de los años veinte de los Hammet o Chandler, realista y crítica, pero desazonante. Ve uno cómo el penúltimo tarado se sube a un campanario y se lía a tiros contra todo lo que se menea y dice: «son gringos, zumbados». Y sí, en efecto. Aquí-se consuela uno- no hemos llegado a eso. Sin embargo, el veneno de esa deshumanización llega y se importa acá en forma de indiferencia, que es lo que tratan de transmitir, este es el quid, ante el dolor y la desgracia ajena. Y ello porque se trata, en la jungla de asfalto, en el «mundo libre», de la supervivencia individual. Es aquello de «es tu problema», que en esto consiste la filosofía -la ética- del tendero.

En la sociedad norteamericana, imbuida de calvinismo puritano, se priman a los «ganadores» (winners, como la entrega de los Óscars) y los «perdedores» (losers) es porque se lo han buscado ellos mismos. El sistema es neutral, inmaculado. Ya está bien de echar la culpa a la «sociedad» de la incompetencia -por vagos- de uno. Pero si allá la libertad de empresa es algo sagrado, que incluye la corrupción y lo que llaman «igualdad de oportunidades», acá se roba con la complicidad del sistema, no importa quién gobierne, que tapa, hasta donde ya resulta contraproducente, los casos de corrupción. En Estados Unidos los hay que se suicidan cuando los negocios les van mal; aquí, no. unos meses, a lo más, en el trullo, y venga. Siempre contarán con los micrófonos del fascista Carlos Herrera para poder despacharse y «defenderse».

En los USA, sin apenas historia, no conocieron la picaresca; aquí, con más historia, sí. El pícaro Lazarillo hacía sus trapacerías por hambre; ahora, por robo y avaricia, un pecado capital, según la Iglesia. A ver si vuelven los escraches, por lo menos. O darles de ostias, por lo más. Y me quedo corto. Porque lo más es tumbar este infame sistema y que se vayan todos, incluidos los de «Podemos», por el sumidero de la Historia. Amén.

Arrivederci.

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