Expulsión de extranjeros: Argentina precursora

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Darío Herchhoren

El hecho de contar acontecimientos que tuvieron lugar hace ya más de un siglo, solo tiene sentido si ligamos esos hechos con la actualidad. Si no lo haemos así convertimos la historia en un cuento como los que nos contaban nuestros padres y abuelos antes de dormir. Lo que a continuación contaremos está dirigido a aquellos que todavía se asombran con las expulsiones de extranjeros que se producen en estos momentos y que atribulan a todos aquellos que consideran que los seres humanos merecen un trato mejor.

La República Argentina es una nación que se construyó sobre la base de enormes flujos migratorios, y fue en su tiempo un refugio para todos aquelos que huían de persecuciones, hambrunas y guerras que asolaban el mundo entero. Para ello, el imperio español que saqueó esas tierras y acabó con la vida de millones de aborígenes, y luego los gobiernos criollos que continuaron esa política de exterminio, había dejado una población muy escasa, y era necesario repoblar el país con inmigrantes, especialmente europeos de raza blanca y de religión cristiana.

Muchos de esos europeos eran  geentes que provenían de Italia y de Rusia, y que venían de sus paises de origen imbuidos de la ideología anarquista que habían leido en las obras de Bakunin y Malatesta. Eran en general gente culta que inmediatamente comenzaron a organizar los sindicatos de trabajadores que por millares se iban incorporando al trabajo en los frigoríficos ingleses que explotaban el negocio de la exportación de la carne vacuna, que había cobrado un enorme impulso con el descubrimiento de la refrigeración. Todos esos frigoríficos se instalaron en las cercanías de Buenos Aires, y especialmente en el partido de Avellaneda contiguo a la capital. La existencia de grandes concentraciones de trabajadores de la industria de la carne y muy poco después de la metalurgia, el cuero y la lana, creó un anillo de clase obrera en torno a la capital, muy combativo y reivindicativo, que chocó de inmediato con las jornadas abusivas y extenuantes a que eran sometidos esos trabajadores.

El conflicto estaba servido. Y estallaron esos conflictos, que giraron en torno a reclamar una jornada de ocho horas, con un descanco de un día los domingos.

Luego esas protestas reclamaron que a cada trabajador se le proveyera de ropa y calzado adecuados para el desempeño de sus tareas, y de un vaso de leche de vaca, más un descanso de media hora para comer en el lugar de trabajo.

Todo esto comenzó a darse en los años de 1895 a 1905, en que las luchas obreras tomaron un cariz insurreccional que no podía ser tolerado por la oligarquía terrateniente y ganadera que sacaba enormes beneficios a costa del sudor de los trabajadores, y para ello se aprobó la ley 4144, conocida como “ley de residencia” todavía vigente, que permitía expulsar del país a todo extranjero que vulnerara el “orden público”. Es decir que se podía expulsar a todo extranjero que luchara por sus derechos y los de su clase. La ley 4144 se aprobó en 1905, y generó enormes movilizaciones en su contra, y algunos gobiernos argentinos no la aplicaron, pero tampoco la derogaron.

El año 1905 es el año de la sublevación del Potemkin; es también el año de la firma del tratado de alianza entre Alemania y el Imperio Austro Húngaro y ya se preparaba la primera guerra mundial. Era el año de la guerra anglo boer en sudáfrica que consolidó el dominio inglés en ese país, y es también el año en que por primera vez es elegido un diputado socialista en Argentina, en la persona del Doctor Alfredo Palacios, un gran defensor de los derechos sindicales de los trabajadores, que consiguio la jornada de ocho horas, un descanso semanal de un día y medio, el vaso de leche y el vestuario adecuado al trabajo desempeñado por cada trabajador.

También en esos años comenzó a crecer el partido radical a cuyo frente estaba uno de los grandes políticos argentinos, Hipólito Yrigoyen, que llegaría a la presidencia de la República Argentina en 1916, y que en 1917, año de la revolución bolchevique en Rusia, envió cargamentos de harina, carne y trigo a Rusia para aliviar la hambruna de los rusos como consecuencia de la contrarevolución y la intervención extranjera en esa nación. Sus palabras fueron célebres: “Los hombres son sagrados para los hombres y los pueblos son sagrados para los pueblos”, en referencia a la revolución bolchevique y en contra de la intervención extranjera en Rusia.

Como vemos, las expulsiones no son una novedad, y nos revelan una constante: Los enemigos de los pueblos del mundo son siempre los mismos, y los pueblos también son los mismos; la clase obrera es siempre la misma clase y los explotadores también son los mismos. Entonces si los actores son los mismos; ¿por qué no hacemos como lo hicieron los explotados de entonces; pelear hasta lograr el objetivo?

Fuente: MPR

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