Niña errante. Foto: Internet

Rolando Pérez Betancourt.— Sensible película en competición la colombiana Niña errante, de Rubén Mendoza, que trae la historia de cuatro hermanas con madres diferentes y un padre picaflor que acaba de fallecer. Tres de ellas rondan los 30 años, la menor tiene solo 12, pero huérfana de madre, es la única que vivió con su padre, de ahí que lo defienda cuando, finalizado el funeral que las ha reunido, las otras empiecen a sacarle trapos sucios durante un largo viaje que emprenderán de sur a norte.

Esta es la historia de una niña a la que le espera lo desconocido, luego de que quede al cuidado de una tía que vive en una zona intrincada. Pero el viaje le servirá para confraternizar con sus hermanas mayores y descubrir, gracias a ellas, los misterios de su cuerpo en desarrollo y otras incertidumbres de las que nadie le ha hablado.

Un fin de semana en un hotel de carretera le será suficiente para que le expliquen acerca de la sexualidad, la maternidad y otras inquietudes que se le harán más evidentes viendo a las otras en paños menores mientras duermen, o indagando directamente en los cuerpos de ellas, a manera de material de estudio. Bailará, escuchará conversaciones subidas de tono, encenderá su primer cigarro y también conocerá de los peligros que en la calle acechan a las mujeres, solo por el hecho de ser mujer.

Viaje de formación sentimental y con poéticas evocaciones de la huérfana imaginándose en medio de exuberantes escenarios naturales, el filme tiene la virtud, a pesar de lo predecible de su final, de acercarnos a la fragilidad de un ser que, tras saber de iniciaciones fundamentales, está condenado a crecer lejos de aquellas que le sirvieron de guía y al mismo tiempo se hicieron querer.

También de Colombia es Pájaros de verano, el filme de mayor presupuesto realizado en ese país y dirigido por Ciro Guerra (El abrazo de la serpiente) junto a Cristina Gallego.

Guerra vuelve a la indagación antropológica, ahora con la cultura wayús y hablado buena parte del filme en lenguas indígenas. Solo que a diferencia de la anterior cinta, arma una potente historia que, basada en hechos reales, se refiere al inicio del tráfico de drogas en Colombia, en los años 70 (la mariguana, a instancia de negociantes estadounidenses), y al enfrentamiento de clanes, no solo por razones de dinero, sino también de honores mancillados.

Narrada en diferentes capítulos por un cantor que asume la función de un coro griego, Pájaros de verano inserta recurrencias del cine de mafia, pero las hace verosímiles al desarrollarlas en un contexto de costumbres indígenas y códigos inviolables.

La mayor parte de los actores no son profesionales en este filme de fuerte presencia femenina, aliento trágico, y sostenido con rigor a lo largo de sus dos horas de duración, no obstante algún que otro desnivel en el guion.

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