Es posible que el canadiense Maurice Strong sea uno de los personajes más fascinantes del pasado siglo y son muchas las facetas de su vida que atraen la atención. La primera es el resorte que permitió a un niño de familia humilde llegar a acumular una gigantesca fortuna.
Strong era sobrino de Anne Louise, periodista de la III Internacional que estuvo en la guerra civil española, de la que escribió un libro, luego trabó una estrecha relación personal con Chou En-lai y Mao Zedong, al que realizó una de las mejores entrevistas, que consta en las Obras Escogidas del dirigente chino y publicó uno de los mejores libros sobre el Tíbet (“When Serfs Stood Up in Tibet), editado en 1960 por el gobierno de Pekín.
Como cualquier otro pobre, de joven Strong trabajó aquí y allá, haciendo de todo un poco, hasta que entró en la ONU en 1947, cuando se estaban poniendo los primeros cimientos del edificio de Nueva York. Allí conoce a quien lo estaba levantando: Nelson Rockefeller, el rey del petróleo. Rockefeller y la Standard Oil impulsaron la carrera de Strong hasta las más altas cumbres mundiales.
El magnate le da trabajo en CalTex, una petrolera de Rockefeller en Nairobi, la capital de Kenia, y el canadiense deja la ONU. Fue un cuerto de hadas: no había cumplido los 30 años, ya era multimillonario y se codeaba con lo más selecto de la plutocracia mundial.
Se dedica a fabricar políticos y dirigentes en Power Corporation, de la que es director. Entre sus fichajes más conocidos están James Wolfensohn, futuro presidente del Banco Mundial, y Paul Martin, futuro Primer Ministro de Canadá. Strong tiene los mejores contactos. Es un “relaciones públicas”, un facilitador, un intermediario: el tipo de personaje al que debes acudir para que te de una carta de recomendación o un enchufe.
A partir de entonces, una vez bien repletos los bolsillos, empieza la beneficencia y las obras de caridad con el programa de Ayuda Exterior de Canadá, la Agencia Canadiense de Desarrollo Internacional y el Centro Internacional de Investigaciones para el Desarrollo.
Lo peor de la filatropía, naturalmente, son los donantes generosos (Fundación Rockefeller, Chase Manhattan Bank) que la utilizan para blanquerar dinero, evadir impuestos y presionar al Tercer Mundo, como admitió el propio Strong.
La culminación llegó en 1969 cuando volvió a la ONU por la puerta grande: el embajador de Suecia ante el organismo internacional le encargó dirigir la Cumbre sobre el Medio Humano que se debía celebrar en 1972 en Estocolmo. Empezaban los tiempos de “cumbres”, ese tipo de reuniones mastodónticas típicas del “nuevo orden mundial” donde el malthusianismo es el rey de la fiesta: en el mundo sobra gente o, mejor dicho, sobra determinado tipo de gente.
El Chase Manhattan Bank, la Fundación Rockefeller, la Universidad Rockefeller y la ONU travisten al malthusianismo de “ecología” y la llevan a los centros de “investigación” del mundo, a las facultades de biología, de economía, de sociología… un fenómeno explosivo que se desata en 1973 con el Club de Roma y “los límites del crecimiento”, una de las operaciones de lavado colectivo de cerebro más gigantescas que se ha conocido. Una parte de seudociencia, otra de moda, otra de “mala conciencia”, otra de “reivindicación y lucha”, otra de filantropía…
A través de Strong, los más grandes capitalistas fabrican una ideología verde a golpe de talonario. El canadiense encarga a dos sicarios de Rockefeller, Barbara Ward y René Dubos, escribir “Sólo un planeta Tierra”, donde empiezan a tomar cuerpo los tópicos basicos de la seudociencia, como desarrollo sostenible, energías renovables, planeta finito, capa de ozono, recursos menguantes, efecto invernadero…
Tras la ideología, en la Cumbre de Estocolmo el capital internacional desarrolla planes gigantescos, no tanto con la intención de gestionar la naturaleza -que es sólo una excusa- como las sociedades (todas las sociedades del mundo). El más importante es el PNUMA o Programa de la ONU para el Medio Ambiente, cuyo fundador y primer director es Strong. Su sede se levantó en un sitio que Strong conocía muy bien, Nairobi, en un terreno protegido donde no se podía edificar (dicho sea de paso).
Por aquellos tiempos empezaron a cambiar muchas cosas en el capitalismo, sobre todo en el mercado del petróleo, a causa de la guerra israelo-árabe de 1973, el embargo de crudo, la subida de los precios, la flotación del dólar…
Como consecuecia de la crisis, el Primer Ministro de Canadá, Trudeau, crea en 1975 una empresa petrolera de gestión pública cuyo primer presidente es Strong, que es al mismo tiempo un petrolero y un ecologista de primera línea a escala mundial.
A través del PNUMA, los grandes capitales van financiado un proyecto detrás de otro, todos ellos de talla internacional, todos ellos con participación de los más siniestros imperialistas y todos ellos sobre los mismos tópicos seudoecologístas, a los que se van añadiendo otros nuevos típicos del momento, como las diferentes maneras de aliviar la deuda del Tercer Mundo que estaban generando los mismos que protestaban contra ella.
Pero entre todas las cumbres, la de Río en 1992 fue el Everest. Está considerada como la mayor reunión política de la historia. No sólo fabricó una “agenda 21” sino un “Banco Mundial para la Naturaleza” dotado de 1.000 millones de dólares, al que ahora le han cambiado el nombre para que suene mejor: “Fondo para el Medio Ambiente Mundial”, un grifo inagotable para financiar todo tipo de proyectos verdes, estudios “ecologistas”, impacto ambiental, Protocolo de Kyoto, desarrollo sostenible…
Hasta el momento ha invertido 100.0000 millones de dólares en todo tipo de proyectos que han convertido a la “ecología” es un parque temático que atrae a todo tipo de oportunistas y aprovechados. Ese Fondo financia la Convención Marco de la ONU sobre el Cambio Climático, que a su vez dirige al Grupo Intergubernamental de Expertos en Cambio Climático (IPCC), aunque la telaraña de organismos internacionales “ecologistas” es realmente impresionante. En el mundo nada se mima con más cuidado que el medio ambiente, lo que ha alcanzado el grado de auténtica paranoia.
Cuando en 2015 falleció, la prensa más reaccionaria dijo que Strong había sido el inventor de la doctrina del calentamiento climático del planeta (*). Sin él mañana no tendríamos otra huelga de esas que se convocan de arriba hacia abajo. Tampoco tendríamos ministerios de transición ecológica. Nunca habríamos logrado celebrar esas cumbres que logran sentar a los representantes del mundo entero sobre la misma mesa.
Pero sus últimos años no fueron felices. En 2005 cobró un talón emitido por Tongsun Park, un empresario surcoreano condenado en 2006 en Estados Unidos por sobornar a los funcionarios de la ONU. La policía detuvo a Strong por llevarse una mordida de un millón de dólares del programa “Petróleo por Alimentos” de la ONU, creado para permitir que la población irakí no se muriera de hambre a causa del bloqueo de los imperialistas.
Strong dimitió, huyó a Canadá y de allí a China, donde vivió sus últimos años, cerca de donde su tía Anne Louise yace enterrada con todos los honores en el Cementerio Revolucionario Babaoshan de Pekín. Suponemos que se revolvió en su tumba a causa de la cercanía con su sobrino.
(*) https://www.telegraph.co.uk/news/earth/paris-climate-change-conference/12035401/Farewell-to-the-man-who-invented-climate-change.html