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Un militar condenado por los falsos fusilamientos de Abena, en 1984, dio un seminario para los empresarios de Guadalajara

El pasado jueves 21 de marzo, el general de división del Ejército de Tierra y comandante del Mando Conjunto de Operaciones Especiales, Jaime Íñiguez, dio una charla para acercar a los directivos de varias empresas de la provincia sobre cómo las tácticas militares pueden ser de gran ayuda dentro de la empresa. La charla estuvo llena de elogios hacia las Fuerzas Armadas y su “tesón” en situaciones de crisis, y el militar proponía trasladar estas tácticas al mundo empresarial, pues según él, la empresa es un escenario parecido a una guerra.

El autor de este seminario tiene motivos para pensar así. Y es que este general ascendido en 2014 por el gobierno de Mariano Rajoy a su actual puesto, fue protagonista hace algo más de tres décadas de un infame episodio revelador de quiénes son los verdaderos enemigos del Ejército español. El evento estaba organizado por la Fundación Ibercaja y la “Asociación para el Progreso de la Dirección” (APD).

Los falsos fusilamientos de Abena

El miércoles seis de junio de 1984 se intuía el inicio del verano en el Pirineo. Con la caída del sol, y aprovechando que las temperaturas eran ligeramente más suaves que en las jornadas precedentes, los vecinos de Abena, un pequeño pueblo de Huesca situado a 20 kilómetros de Jaca, coincidían en la Plaza Mayor y en las calles de localidad; era un buen momento para cambiar un saludo y comentar las pequeñas incidencias del día a día antes de retirarse a casa para cenar.

De repente ocurrió algo inesperado: comenzaron a oírse voces y gritos provenientes de la plaza. Los vecinos, movidos por la curiosidad, se acercaron a ver qué ocurría. Allí se encontraron con un grupo de una veintena de militares, vestidos de camuflaje y con las armas bien visibles que identificaba a quienes iban llegando. Les pedían los papeles, los interrogaban brevemente y los apartaban a un lado. Sin embargo, los vecinos de Abena no se preocuparon en demasía: la presencia de soldados en maniobras, procedentes de Jaca (donde tenía su sede la Brigada de Cazadores de Montaña) era relativamente habitual.
Lo extraño, sin embargo, era su actitud: el oficial al mando (un capitán), dio orden de reunir a todo el pueblo en la plaza. Los militares se dispersaron en pequeños grupos por las calles, llamando a las puertas y voceando. Unos minutos más tarde, las gentes de Abena –ahora sí, preocupadas y asustadas- se amontonaban delante de su ayuntamiento mientras un teniente procedía a leer en un papel un bando. Un bando de guerra.

Concentraron a los habitantes en la plaza del pueblo

En silencio escucharon como el militar anunciaba que su compañía había tomado el pueblo y descubierto una “red de apoyo a la guerrilla”. Como represalia y en consonancia con las órdenes impartidas por la superioridad, pasarían por las armas a los cabecillas. Dicho esto, los soldados empujaron a dos personas contra uno de los muros del ayuntamiento. Los vecinos los reconocieron de inmediato: eran el alcalde de la localidad, Juan Galindo, y un vecino llamado Generoso Ara. Ante la consternación general, se formó un pelotón de fusilamiento al mando del mismo teniente que había leído el bando. Cuando el oficial gritó la orden de “¡Apunten!”, se oyeron lamentos y protestas. Una mujer comenzó a llorar, pero nadie reaccionó. Hay que tener en cuenta que menos de cincuenta años antes esta misma escena se había repetido en varios lugares de la provincia: los mayores de Abena sabían, por propia y dolorosa experiencia, que en España lo de fusilar a alcaldes en plena Plaza Mayor no era algo impensable, ni mucho menos.

“¡Fuego!”, ordenó secamente el teniente y un instante después el estruendo de la descarga ahogó el coro de murmullos y protestas. Muchos vecinos cerraron los ojos, como hicieron el alcalde y Generoso, convencidos de que –por motivos que desconocían- iban a morir. Pasó lo que pareció una eternidad pero, para alivio y pasmo general, los fusilados siguieron en pie, temblando de miedo e incredulidad. Los soldados, por su parte, comenzaron a reírse: “¡que eran balas de fogueo, hombre!”. Todo había sido, explicaron, parte de las maniobras, una pequeña broma. Que no se preocupasen, que ya se iban.

Asalto de desconocidos a Radio Jaca

Los habitantes de Abena volvieron silenciosos a sus casas. Ese silencio perduró durante las jornadas siguientes. Tenían buenas razones para ser discretos: seis días después, uno de los vecinos se puso en contacto con Radio Jaca y contó lo ocurrido. La emisora lo difundió a las 22h mediante una grabación, ya que entre las 22 y las 23h los periodistas salían a cenar.

En ese lapso de tiempo, un grupo de desconocidos asaltó la emisora, destruyendo todo el equipo técnico –incluyendo las grabaciones- y sustrayendo, de paso, las 30.000 pesetas que se encontraban en la caja. Sin embargo, el esfuerzo fue inútil: la noticia dio el salto a todos los medios de comunicación del país, generándose una enorme polémica. Se supo que los soldados pertenecían a las COE (Compañías de Operaciones Especiales), que realizaban unas maniobras de adiestramiento junto con alumnos de la Academia General de Zaragoza, los futuros oficiales del ejército. Hacía apenas 3 años del fallido golpe de estado del 23-F y mucha gente se preguntó si era normal incluir en un ejercicio el fusilamiento sumario de un cargo democráticamente elegido. ¿Qué tipo de instrucción recibían quienes estaban considerados como la flor y nata de las fuerzas armadas?.

El asunto fue recogido por la prensa internacional y el ejército no tuvo más remedio que reaccionar. Anunció una investigación sobre el proceder del oficial al mando, el capitán Carlos Alemán Artiles y de su segundo, el teniente Jaime Íñiguez Andrade. Tras una pugna judicial el Supremo decidió que el asunto competía a la justicia militar, que un año después condenó a ambos a algunos meses de arresto militar con pérdida de antigüedad durante el tiempo de la sanción.

De los asaltantes de Radio Jaca, nada más se supo. Los únicos indagados fueron, paradójicamente, José Luís Rodrigo y Carlos Sánchez-Cruzar, dos de los periodistas que habían difundido la información, que fueron citados a declarar por el juez militar en el marco del sumario 256/85, que terminó discretamente archivado.

Antonio Román, entre los asistentes

El acto contó con la presencia de Antonio Román, alcalde de Guadalajara. José Luis San José, director provincial en Guadalajara de Ibercaja, fue el encargado de introducir el acto junto con Arturo Orea-Rocha, Regional Sales Director Western Europe BASF. Jorge Sicilia Espuny, Gerente Comercial de Negocio Ibercaja Banco, el ponente anteriormente mencionado, Blanca del Amo, Directora del Centro Cultural de Fundación Ibercaja en Guadalajara el General Jaime Íñiguez de Andrade, así como diversas autoridades políticas y militares, y del ámbito empresarial de la Provincia de Guadalajara e Ignacio Pausa, Director de Recursos Humanos de APD.

A TRAVÉS DEMPR

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