MANUEL NAVARRETE. La Venezuela obrera resiste al golpe y grita: “Comuna o Nada”

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“Económicamente sería una gran diferencia para los EE UU si pudiéramos tener a las empresas petroleras estadounidenses invirtiendo y produciendo petróleo en Venezuela. Hay mucho en juego” (John Bolton, en reciente entrevista para Fox Business)

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Analizar la actual coyuntura venezolana nos obliga a contemplar los antecedentes. Es vacuo recordar que el chavismo ha ganado 23 de las últimas 25 elecciones de distinto tipo (y todas las presidenciales, la última en 2018) celebradas en el país caribeño durante las dos últimas décadas y supervisadas con lupa por los organismos internacionales. Y es que la legitimidad del proceso revolucionario proviene de algo mucho más profundo que cualquier proceso electoral en el que, como sabemos, la oligarquía emplea todos sus “medios”. 

 Desde los 80, el pueblo venezolano viene luchando contra el austericidio, con insurrecciones que fueron bañadas en sangre por los gobiernos burgueses. El valor de Hugo Chávez en el levantamiento de 1992 lo convirtió en un héroe popular, que aglutinó a las fuerzas patriotas opuestas a las imposiciones de EE UU y partidarias de una segunda y verdadera independencia.  

 Ya en el gobierno, la Ley de Hidrocarburos (2001) puso las rentas petroleras al servicio de la reducción de la pobreza, sacándolas del bolsillo de una burguesía rentista que nunca se lo perdonó al popular comandante. Desde 2005 Chávez reivindicó el socialismo, se alió a Cuba y creó Telesur. Envuelto en una retórica “progre”, Obama llegó al poder en 2008 y radicalizó el ataque contra Venezuela.  

 El bloque bolivariano, inicialmente muy diverso, se fue fracturando y, en 2012, poco antes de morir, Chávez defiende un golpe de timón hacia el objetivo revolucionario de “Comuna o Nada”. Así, el proceso sigue avanzando y, en marzo de 2015, Obama dicta la ley de «seguridad nacional» por la que Venezuela es declarada el peor enemigo de los EEUULa radical bajada del precio del petróleo desde el año 2014 favorecía ya los planes del Tío Sam. 

 En abril de 2017 se inicia el ataque total de la oligarquía, con una guarimba fascista en la que matones a sueldo son reclutados entre las bandas criminales, armados y pagados a base de droga. Se trata de bandas como los camisas pardas y negras, como los freikorps o como el lumpen francés empleado para arrasar la Comuna de París. Llegaron al extremo de atar y quemar vivas a personas y colapsaron el país, pero la astucia, el valor y la determinación de Maduro movilizaron a cientos de comités chavistas de base, que lograron garantizar la llegada a destino de las ayudas públicas, paliando el desabastecimiento y la falta de dinero-papel generados.  

 Además, Maduro pasa a la ofensiva y convoca una Asamblea Constituyente, en la que el pueblo da la espalda a los guarimberos y escoge masivamente a delegados chavistas. Con ello, Maduro derrota la intentona golpista nuevamente: a día de hoy y con la más reciente, ya ha derrotado siete desde 2013.  

 Se inicia una situación de doble poder y Trump recrudece la guerra económica contra Venezuela con un diluvio de medidas de asfixia que incluye el cierre financiero y el bloqueo de medicamentos. Las cuentas corrientes en el extranjero de Venezuela son incautadas. Venezuela responde con una criptomoneda, el Petro, audaz medida para dar estabilidad, resolver la inflación y sortear las sanciones. Fue la primera criptomoneda creada por un Estado para desafiar al dólar y la primera respaldada por un activo (el barril de petróleo).  

 Así llegamos a la crisis actual, en la que los EE UU y la UE han bloqueado miles de millones de dólares en medicamentos destinados por ejemplo a la diabetes y la tensión arterial. Pero decía el Che que el bloqueo tenía el aspecto positivo de reforzar la conciencia del pueblo para que sepa quiénes son sus enemigos. Venezuela se ha hecho más independiente y, obligada por la situación, produce ya el 70% de los medicamentos que necesita. También ha avanzado en la soberanía alimentaria en materia de arroz, hortalizas, verduras y, recientemente, en la producción avícola y ovina. 

Tras recibir directrices de EE UU, y en medio de una protesta callejera de enero de 2019, el extremista Guaidó se autoproclama “presidente encargado” de Venezuela y, minutos después, es reconocido por los países imperialistas y por sus lacayos en América Latina, incluyendo a Luis Almagro, secretario general de la OEA. 54 países miembros de la ONU reconocen a Guaidó… pero, aunque la prensa no vaya a recalcarlo, otros 139 siguen reconociendo a Maduro. Incluidas potencias como China o Rusia. 

El imperialismo realiza entonces su maniobra más vil: incauta 7.000 millones de dólares en activos de PDVSA, robando CITGO, filial con sede en Texas, y se los ofrece a Guaidó. Además, se establecen sanciones para cualquier país que se atreva a comprarle petróleo a Venezuela. Lo mismo que le hicieron a Allende antes del golpe de Pinochet. La potencia del norte impone duros castigos económicos a Venezuela y a Cuba, para luego culpar a sus líderes por los efectos que ocasionan y a fin de crear desazón en las poblaciones para que apoyen sus planes golpistas y desestabilizadores. Lástima que, en demasiadas ocasiones, la izquierda occidental entre en diapasón con tan macabros planes. 

Siguieron meses de soborno e intento de conspiración con sectores de las Fuerzas Armadas, a fin de encontrar apoyos. Y el 30 de abril, en Caracas, llegó la caricatura de golpe de Estado, desinflado al atardecer. Una serie de militares habían sido citados mediante engaño pero, al darse cuenta de que Guaidó pretendía usarlos en una acción golpista, se fueron y volvieron a sus unidades. Paralelamente el oligarca ultraderechista Leopoldo López escapó de su arresto domiciliario. Lo que la oposición deseaba era un enfrentamiento entre militares y un derramamiento de sangre que sirviera de casus belliDesde la “autoproclamación” de enero, todas estas acciones vienen siendo teledirigidas por la Casa Blanca y, en concreto, por Bolton, Pompeo, Marco Rubio y Mike Pence. 

Pero Maduro, al igual de los mandos de la FANB, volvieron a demostrar inteligencia y nervios de acero (no como algunos revolucionarios de salón que le exigían “más mano dura”). Además, los barrios obreros se movilizaron. El pueblo, el ejército y las fuerzas sociales sociales de la revolución demostraron de nuevo su autoconciencia, su autoorganización y su unidad, gestadas en la lucha contra el imperialismo y modelo de resistencia para los pueblos del mundo. Por ejemplo, se reforzó el sistema de los CLAPS (Comités Locales de Abastecimiento y Producción Socialista). 

“Fe en los CLAPS, todo el poder a los CLAPS”, proclamó Maduro, anunciando la incorporación de los milicianos para supervisar en cada calle el sistema de distribución de los alimentos, cuyas bolsas y cajas fueron ampliadas para incluir más pollo y carne, además de mortadela y productos de higiene personal. De este modo, se frenaron los sabotajes y robos contra los CLAPS, puesto que frente a los milicianos decayó en picado la valentía de ese «frente de la vergüenza» entre el lumpen «bien pagado» y los niños bien de la oligarquía opositora, vendidos a Washington y dispuestos a dejar sin su pan a las familias humildes. Igualmente, esta movilización a gran escala del pueblo venezolano ha logrado superar incluso el sabotaje eléctrico de las últimas semanas.  

A Estados Unidos le va quedando una sola opción: la guerra. Y, tras comprobar que, pese a las presiones y las amenazas, la FANB permanece sólidamente cohesionada; tras fracasar en todos sus objetivos, Guaidó ya ha declarado públicamente que la intervención militar imperialista directa es una opción que él y los suyos aplaudirían. Jair Bolsonaro descartó públicamente que Brasil participara en una acción militar contra su vecina Venezuela, aunque Colombia sí demostró una mayor disposición y, de hecho, los paramilitares fascistas colombianos vienen operando ya en suelo venezolano desde hace años. 

La evolución de las contradicciones mundiales marca también enormemente esta situación. Rusia advirtió que no permitiría una operación militar contra Venezuela, mientras EEUU replicaba que no toleraría que Moscú siguiera vendiendo armas a Maduro y entrenando a sus oficiales militares. También China ha establecido contratos multimillonarios y pagado por adelantado grandes sumas de petróleo, que un gobierno golpista tutelado por los EE UU pondría en franco peligro. 

A todo esto, el fugado Leopoldo López ha acabado en la embajada española en Caracas, lo que ha congratulado mucho, por ejemplo, a personalidades “del cambio” como Manuela Carmena. Pese al fracaso del golpe, la ministra portavoz española, Isabel Celaá, sostuvo que Guaidó seguía siendo “la persona legitimada para llevar adelante una transformación democrática” en Venezuela, por lo que contaba con el apoyo de España. ¿Se convertirá Leopoldo quizá en una especie de “Assange imperialista” atrincherado en la embajada para recibir el peregrinaje de los FelipesRiverasAznaresBolsonaros y quién sabe qué otros fantoches del mundo? 

 

(Artículo publicado originalmente, en versión abreviada, en el número 18 de la revista de Red Roja) 

Fuente: insurgente

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