No se puede ocultar el miedo

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Que el capitalismo está en modo pánico total es algo más que una evidencia. Que el neoliberalismo está muerto es una obviedad. Que no lo dice un hatajo de rojillos trasnochados y, aún, soñadores es también una evidencia. Porque cuando se ven cosas como éstas que os relato, la sonrisa no puede dejar de aparecer pese a la dureza de lo que vais a leer. Y lo que digo entrecomillado es textual, tal cual aparece en ambas referencias.

Son los dos grandes referentes del capitalismo mundial. Los dos son de esta semana. Y los dos están llorando porque el dilema vida-negocio se está llevando por delante al capitalismo. Pero con matices entre uno y otro. Importantes matices.

¿Sorprendente? no tanto, es el gatopardismo otra vez, solo que ahora a escala Occidental.

El primero habla de “un cálculo sombrío“. Más evidente que esto es el capitalismo, imposible. Cálculos, negocios. ¿Cuánto vale una vida? Porque ese es el cálculo que hace. Al igual que los capitalistas hacen siempre el cálculo entre inflación y desempleo -aunque les da igual la calidad de ese empleo, siempre tiene que haber una mano de obra de reserva, y más barata-, base de toda la teoría neoliberal, ahora lo intentan hacer entre vida y negocio.

Porque para el capitalismo, todo tiene un precio. “Los compromisos e intercambios entre dinero y vida son inevitables“, dice. Y sin inmutarse. Esto es el capitalismo. La cuestión es “cómo se compensa una cosa y otra“. Y ahí es donde dice que ahora está el debate, en la compensación. Es decir, de nuevo en el dinero. El capitalismo no tiene otra visión.

El segundo habla de “la fragilidad del contrato social“. Dice que el COVID-19 “ha arrojado una luz deslumbrante sobre las desigualdades sociales” y que “aunque la mayoría de las víctimas del COVID-19 son abrumadoramente viejas, es a los jóvenes y activos [laboralmente hablando] a quienes se les pide que suspendan su educación y renuncien a sus preciosos ingresos“. Es decir, “la forma en que libramos la guerra contra el virus beneficia a unos a expensas de otros“. Literal.

Por eso, y dado que los viejos ya tienen poca capacidad de rebelión, es a los jóvenes a quien hay que mirar y por los que preocuparse. Porque “dado que los sacrificios son inevitables (…) será necesario poner sobre la mesa las reformas radicales que inviertan la dirección política predominante en las últimas cuatro décadas“.

Y ¿cuáles son? Pues pasmaos: “los gobiernos tendrán que aceptar un papel más activo en la economía, viendo los servicios públicos como inversiones en lugar de pasivos, y buscar formas de hacer que los mercados laborales sean menos inseguros“.

Ya os veo la sonrisa, pero coged un poco de aire. Porque hay más: “las políticas consideradas excéntricas, como los impuestos básicos sobre la renta y la riqueza, tendrán que abordarse“. A esto lo llama “medidas que rompen los tabúes en los que estaban hasta ahora los gobiernos“.

Esta vez no voy a hacer comentarios. Os los dejo para vuestras propias reflexiones.

Mientras tanto, allá en el Lejano Oriente…

El Lince

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