Una experiencia comunista en Francia: la Asociación Nacional de Comunistas (II)

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A propósito de «los márgenes comunistas»

Introducción.

Este texto es la traducción de uno de los capítulos de un documento publicado en el sitio de la Association Nationale des Communistes (Francia) en junio de 2020. El documento completo consta de 62 páginas. Igualmente, se incluyen, a modo de introducción, los últimos párrafos del capítulo precedente (titulado «Reconstruir: el camino será largo»), así como las reflexiones finales del autor que siguen inmediatamente al referido capítulo en el documento original [i]

(Antecedentes)

… Los vínculos orgánicos entre el PCF y la clase obrera de Francia comenzaron a fisurarse a partir de los años 80 del siglo XX, cuando este partido, por electoralismo, se enfangó en una estrategia llamada de «Unión de la Izquierda», hasta el punto de participar en gobiernos defensores de la austeridad salarial y las privatizaciones. Al cabo de los años las fisuras de convirtieron en fallas, especialmente desde que, en 1994, bajo la dirección de su secretario general Robert Hue, empezó su llamada «mutación» y teorizó su adhesión de hecho a las tesis de la Unión Europea, la OTAN y el «Democratismo» liberal.

 

Robert Hue: de secretario general del PCF (1994-2002) a… apoyo del Presidente-banquero Macron.

¡El resultado está a la vista!

A pesar de las esperadas reacciones críticas de sus militantes más apegados al marxismo (red «Faire Vivre le PCF» ̶-«Para que viva el PCF» ̶ , núcleos locales de Venissieux, Beziers, etc.) en el Congreso celebrado por el PCF en 2018, el Partido es la sombra de lo que fue, una perfecta ilustración de la «muerte de los partidos» tradicionales que sacude el paisaje político francés de lo que llevamos de siglo XXI.

El Partido dirigido en 1945 por Maurice Thorez representaba más del 26% del electorado y contaba, con toda certeza, con más de 600.000 afiliados. El candidato del PCF a las elecciones presidenciales de 2007 no llegó al 2% de los sufragios, lo que convenció a sus dirigentes para disolverse en la candidatura de Melenchon. Estos reconocían solo 49.000 afiliados en 2018, pero los votantes de los textos que fueron sometidos al Congreso no pasaron de 30.000. Y estos militantes ya no están presentes en los mercados ni en las puertas de las fábricas, como lo estaban antes… Ese mismo año, por otra parte, el PCF se quedaba sin diputados en el Parlamento Europeo…

En este contexto de desaparición programada que nada parece detener, ha emergido un fenómeno desde los años 2000: la aparición en los márgenes del Partido histórico de grupos comunistas militantes opuestos a lo que consideran derivas oportunistas y hacia el liberalismo. Rechazan abandonar el ideal comunista, como lo han hecho, en Francia y  en otros muchos lugares, millones de antiguos afiliados. Estos «márgenes rojos» del PCF, nebulosa cambiante y limitada en número e influencia, merecen sin embargo un análisis objetivo, ya que se proclaman herederos de los compromisos fundacionales de 1920 y se consideran llamados a plasmarlos en organizaciones.

Breve historia de los «márgenes rojos»

El fenómeno es viejo, tanto como el propio PCF que, desde 1920, se había comprometido con la IIIª Internacional a excluir de sus filas a cuantos afiliados no aceptaran su «línea». Fue lo que sucedió, muy pronto, con los militantes que se negaron a romper con la masonería, considerada una forma de colaboración de clases, y después con otras «divergencias». Pero, por lo general, estos grupos comunistas opuestos a la dirección fueron pequeños y efímeros y la mayoría de los excluidos optaron por integrarse en otros partidos o por el mutismo político. Hubo algunas excepciones fugaces, como la del grupo «Unir«, de 1952 a 1972, cuyo boletín llegó a superar los 5.000 suscriptores, militantes indignados por las concesiones electoralistas, como el apoyo a los llamados «poderes especiales» decretados por el gobierno de Guy Mollet en 1956, por parte de diputados del PCF más interesados por acuerdos politiqueros que por solidarizarse con el pueblo argelino sublevado contra el colonialismo francés.

No deben confundirse estas disidencias con otras organizaciones que han competido con el PCF a lo largo de su historia, desde distintos referentes doctrinales y, por lo general, virulentamente antisoviéticas y anti PCF. Tal es el caso de los grupos anarquistas o libertarios, existentes desde antes de 1920 y de muy limitada influencia, con la salvedad de algunos sindicatos obreros o de enseñantes. Y, especialmente, es el caso también de la nebulosa de capillas trotskistas, construidas desde el rechazo a la burocracia política en el seno de la Tercera Internacional y de los PC afiliados a ella. En momentos de poderosas movilizaciones sociales desempeñaron un papel de aguijón maximalista. Por ejemplo, el grupo de Marceau Pivert durante las huelgas de 1936 («Tout est posible!«, «¡Todo es posible!») y otros en las movilizaciones estudiantiles de 1968. A veces practicaron el «entrismo», en el seno del Partido Socialista y de los sindicatos en 1936-39, o de la Unión Nacional de Estudiantes de Francia en el 68. Pero este «izquierdismo» trotskista no se tradujo en organizaciones influyentes y duraderas, a pesar de que el NPA («Nuevo Partido Anticapitalista») y Lutte Ouvrière («Lucha Obrera»), nacidos en ese medio, sacaron provecho del hundimiento del PCF con el cambio de siglo. El éxito de algunos grupos maoístas en el 68 y en los años siguientes fue aún más fugaz, y se extinguió rápidamente cuando la propia China desaprobó el Pequeño Libro Rojo.

Los verdaderos «márgenes rojos», entendidos como grupos estructurados de militantes opuestos a la «línea» mayoritaria, o al menos del aparato dirigente, surgieron a partir de 1995, dentro y fuera del Partido Comunista Francés, como reacción a su declive electoral y a sus derivas oportunistas. Durante años ello se fue traduciendo en descontentos dispares que solo coincidían realmente en señalar la falta de democracia interna y la incapacidad de dirigentes demasiado alejados de las bases militantes y de las realidades obreras. Un malestar masivo, pero demasiado ambiguo para desembocar en un proyecto coherente, ya que mientras unos criticaban los deslices derechistas (abandono de la «dictadura del proletariado«, alianza de gobierno con un PS adepto a los dogmas liberales), otros, más numerosos, preconizaban una evolución aún más radical hacia una socialdemocracia europeísta «moderna». Se les conocía como «Refundadores» y tenían influencia entre los «cuadros» del Partido (cargos electos y liberados), preocupados sobre todo por la continuidad de sus salarios. Generalmente reclutados por cooptación, y mantenidos por su fidelidad hacia los dirigentes, fueron finalmente los grandes vencedores de la «mutación» de Robert Hue en 1995. Una mutación sociológica de los dirigentes nacionales y locales a favor de jóvenes liberados que empezaron su carrera al término de su trayectoria escolar o universitaria, burócratas del Partido y de los sindicatos sin inserción real en la clase obrera. Pero a la vez una mutación ideológica, en la medida que la orientación electoralista justificará el abandono progresivo de los principios marxistas, para convertirse en «un Partido como cualquier otro», en lugar de uno de lucha de clase.

Es entonces cuando florecen los grupos de lo que he llamado «márgenes rojos»: formaciones a veces efímeras que reúnen a afiliados indignados por las derivas oportunistas y que en lugar de abandonar el barco y verlo desde la orilla, se organizan para intentar recuperar sus bases iniciales, tanto dentro como fuera del PCF. Es imposible (¿y tal vez inútil?) recordar los detalles de su génesis, en medio de una nebulosa inestable.

Tanto más cuanto que una de sus debilidades originales era la de estar a menudo vinculados a militantes influyentes: determinados diputados, como Georges Hage en el Norte, André Gerin en la periferia lyonesa, Pranchere en el Limosín, algunos cargos electos en municipios de la periferia parisina (como Aubervilliers o Saint Denis) o la senadora por París Perlican, a veces con el asentimiento de héroes del pasado anticolonialista del PCF, como Henri Martin o Henri Alleg. Pero a menudo estos focos internos de contestación desaparecieron con sus iniciadores, y más frecuentemente aún con la pérdida de su anclaje obrero (caso de la Sección contestataria del PCF del 2º distrito de París, disuelta de un plumazo por el aparato federal una vez que las células de empresa habían desaparecido del barrio).

En mayo de 2000, doscientos militantes firmaban un texto explicando su decisión de dejar el PCF y trabajar por el renacimiento de un Partido reconstituido sobre bases marxistas-leninistas: de este modo se formó en París el «Partido Revolucionario Comunistas» («Parti Révolutionnaire Communistes«), que sigue existiendo en 2020, esencialmente en medios universitarios.

Pero fue sobre todo a partir de 2003 cuando tomaron cuerpo varios grupos organizados más o menos duraderos. Fueron los llamados «Rojos Vivos» («Rouges Vifs«), especialmente en la Región de Île-de-France (donde perdieron fuerza al cabo de una década) y en la de Marsella, donde persisten en 2020 bajo la denominación «Rojos-vivos 13». A menudo los impulsan militantes sindicales (de grandes empresas como la SNCF o Air France, Comités de parados de la CGT…). En el Norte del país apareció la «Coordinación Comunista» («Coordination Communiste«), a su vez origen de varios grupos. Así, en los siguientes 17 años surgieron el «Polo Renacimiento Comunista en Francia» («Pôle renaissance Communiste en France«,PRCF), con implantación sobre todo en el Pas de Calais; el «Partido Comunista Revolucionario Francés» («Parti Communiste Révolutionnaire Français«, PCRF), más presente en la Región parisina, y «Agrupación Comunista» («Rassemblement Communiste«), esencialmente en el área metropolitana de Lille.

Igualmente en 2003, nació en la Región parisina el «Colectivo Polex Rojo Vivo» («Collectif Polex Rouge Vif«), denominación inicial que remitía, por una parte, a los «Rojos Vivos» de Île-de-France, como afirmación de su ruptura con la matriz PCF, y, a la vez, a través del vocablo «Polex», afirmaba su continuidad con la Comisión de Política Exterior del Comité Central del PCF, disuelta por el Secretario General Robert Hue en el contexto de la «mutación» derechista. Su fundador, J.P. Page, había sido miembro del CC del PCF y responsable de relaciones internacionales en la CGT, antes de ser excluido por Bernard Thibault como parte de una «mutación» en esta confederación sindical paralela a la del PCF. Este pequeño grupo, rebautizado como «Colectivo Comunista Polex», persiste en 2020, con una influencia mayor que la que cabría suponer de sus pocas decenas de integrantes. Bien es cierto que su especificidad internacional y su vocación asumida de dar cabida a una diversidad de análisis comunistas le han preservado de las dificultades y escisiones que han conocido otros «márgenes rojos».

En efecto, en aquellos comienzos de siglo, esta nebulosa de «márgenes rojos» no solo se había mostrado incapaz de unir en una organización a los pocos centenares de militantes que se disputaba, sino que fracasaron todos los intentos de acción común. En 2003 hubo una efímera tentativa de publicación, el Manifeste, en referencia explícita al de Marx de 1848, a la vez que al periódico que en Italia trataba de reagrupar a los restos de un PCI sin sucesor. Impulsado por algunos militantes de Île-de-France, la base del proyecto era demasiado frágil para dar perennidad a la operación. Al cabo de unos meses sucumbió por falta de abonados.

Movimiento obrero y «Chalecos Amarillos»: convergencia de luchas.

El intento más duradero de acercamiento entre «márgenes rojos» tomó cuerpo en 2007, bajo la ambiciosa denominación de «Assises du Communisme» [el primer término significa Asamblea o Reunión general, pero también bases o cimientos]. Según el testimonio del sindicalista marsellés Charles Hoareau, el primer encuentro de las «Assises» tuvo lugar en Marsella, en 2010, y reunió a una serie de secciones críticas del PCF (Venissieux, Beziers, Gironda, Aubervilliers, los Círculos Henri Barbusse y RCC del Norte, Colère et Espoirs de Picardía, ACC11 del departamento del Aude…), a iniciativa de «Rojos Vivos 13», movilizados en apoyo de los obreros de FRALIB en Gemenos, en lucha para salvar su empresa. Las reuniones se repitieron, en Marsella o en Venissieux: en 2011 y 2012, con la participación del Colectivo Polex, y en 2013, con la del PRCF. En cada ocasión con algunas nuevas incorporaciones, pero también desapariciones. De este cartel de organizaciones sólo salieron algunos debates, una crítica unánime del PCF y un Comité de Enlace que, a decir verdad, funcionó poco. Los escasos intentos de acciones públicas, como la de mayo de 2015 junto a la Asamblea Nacional [Parlamento], se limitaron a algunas decenas de participantes, en su mayoría llegados de la región Norte-Pas de Calais. Desde entonces, entre el sectarismo de unos y el desánimo de los más, las «Assises» no volvieron a reunirse físicamente.

Importa recordar que para uno de los impulsores principales, la red «Para que viva el PCF», la prioridad era la preparación del Congreso de este Partido, del que esperaban importantes cambios en la dirección. El Congreso se celebró en 2018 y, aunque efectivamente la secretaría  general cambió de titular, lo hizo a través de un compromiso político, sin un cambio real de rumbo en un PCF cada vez con menos influencia, y en gran parte carente también de referentes.

En paralelo, los «márgenes rojos» crecieron con otros dos elementos. La «Asociación Nacional de Comunistas» («Association Nationale de Communistes«, ANC de Francia), es una extensión a diversas regiones del país de los Rojos Vivos marselleses, con fuertes vínculos, tanto en Provenza como en París y demás lugares, con los militantes de la CGT más combativos frente a la orientación de la dirección confederal por un sindicalismo «reunido» («rassemblé«, anclado a la claramente reformista CFDT). Por su parte, el PRCF ejerce, a través de la editorial Delga (libros de historia y de filosofía), una influencia apreciable en medios militantes de intelectuales marxistas.

Más allá de las reticencias que hubo que superar dentro de la galaxia de los «márgenes rojos», lo cierto es que cada uno de los grupos subsistentes cuenta con unos efectivos limitados de militantes, no más de algunos cientos, y que su activismo se manifiesta sobre todo a través de Internet, en sitios, blogs y publicaciones periódicas. Bastante por debajo, desde luego, de los 30.000 (?) fieles reivindicados en 2018 por un PCF en estado de supervivencia en vísperas de su centenario.

Esta constatación de debilidad y de impotencia no debe atribuirse simplemente a determinados sectarismos que anteponen la propia organización a la eficacia militante. La causa es más profunda y tiene que ver con divergencias de prácticas políticas e ideológicas entre los distintos componentes. A pesar de que todos ellos hayan salido más o menos de la misma colmena, son herederos de una diversidad de prácticas y de análisis que ha existido siempre en el seno del Partido, aunque se disimulara en nombre de un cierto «centralismo democrático» al uso.

Divergencias, en primer lugar, en la concepción de la organización comunista. El PRCF y el PCRF, como el propio Parti Révolutionnaire Communistes, se consideran el embrión del Partido reconstruido sobre sus base iniciales, en el que los demás deben integrarse.

Por el contrario, la ANC se concibe como una asociación (según la ley de 1901) cuyos afiliados reivindican su diversidad, más allá del enfoque comunista común, lo que conlleva, entre otras, la posibilidad de una doble pertenencia (por ejemplo, al PCF y a la ANC).

Ello implica, de hecho, una visión específica del futuro partido reconstruido de los comunistas. Por lo general, los miembros de la ANC piensan que este partido deberá respetar tal diversidad militante, que debe considerarse más una riqueza que un inconveniente, y no soñar con un retorno a un modelo de disciplina militar que sería difícilmente aceptable en el siglo XXI.

Divergencias, por otra parte, de orden ideológico, derivadas de las anteriores, en el enfoque de la futura sociedad socialista. Para todos los comunistas esta se basa en la propiedad colectiva de los medios de producción de las riquezas, pero hay divergencias sobre la apreciación de la historia de las experiencias socialistas del siglo XX y sobre la forma de las experiencias futuras. Desde luego, hay coincidencia general en denunciar la criminalización del ideal comunista por la vulgata liberal y los partidarios de la Unión Europea capitalista. La publicación por la Editorial Delga de estudios históricos (incluidos algunos de autores estadounidenses) que restituyen el papel positivo desempeñado por la Unión Soviética suscita un consenso de todos. Pero hay diferentes apreciaciones sobre divergencias históricas entre distintos proyectos de sociedad socialista, especialmente en materia de democracia y de libertades civiles.

Otras diferencias se han manifestado, sobre la concepción de la nación y especialmente de la Unión Europea. Sin duda, todos los comunistas reivindican unánimemente la herencia de los FTP [«Franc-tireurs partisans«, resistencia armada contra el invasor nazi y sus aliados petainistas impulsada por el PCF]. Asimismo, todos denuncian a la UE y la OTAN, su corolario militar, que son la cara actual del capitalismo transnacional. Pero hay algo más que diferencias de matiz entre quienes, desde el PRCF, sueñan con un Frexit (salida de Francia de la UE, al estilo del Brexit del Reino Unido) y, para logarlo, están dispuestos a aliarse con corrientes soberanistas o incluso nacionalistas o gaullistas, y quienes, por ejemplo en el PCRF, piensan que la UE existe solo por voluntad del capitalismo francés y del Estado nacional liberal a su servicio.

El futuro será el que seamos capaces de construir

Otras diferencias pueden manifestarse ocasionalmente entre comunistas. No hay que insistir en ellas si aspiramos a acciones comunes. ¿Acaso lo esencial no radica en lo que todos compartimos, que no es poco, y que puede sintetizarse en algunas convicciones?

1) La convicción de lo nefasto del capitalismo, que genera explotación y guerra y que tenemos que hacer que dé paso al socialismo, basado en la propiedad colectiva de los medios de producción e intercambio, único sistema capaz de hacer posible la igualdad entre las personas y entre los pueblos. Pero hay que añadir que si nos congratulamos de los éxitos de los países socialistas actuales y nos declaramos sinceramente dispuestos a defenderlos, ninguno de ellos es para nosotros un modelo para copiarlo en Francia.

2) Que la lucha de clases constituye la realidad fundamental de la historia, que persistirá a pesar de todas las artimañas de quienes la niegan y que la obligación de los comunistas es estimular y fortalecer las luchas populares que produce. Solo así conquistaremos el futuro.

3) Que tales combates están condenados al fracaso sin la fuerza colectiva y organizada de un Partido Comunista, imbuido de las lecciones de la historia, de los grandes descubridores sociales y revolucionarios, Marx, Engels, Lenin, Fidel y muchos otros; de esa cohorte de héroes que se atrevieron a asaltar los cielos, como se decía en la Comuna de París. Sus escritos no son textos sagrados. Pudieron cometer errores, pero su ejemplo es inmortal y necesario.

Indudablemente, el Partido al que aspiramos no está a la vuelta de la esquina. Se hará en su momento, de una forma que no puede anticiparse ahora, respetando nuestra diversidad. Lo que es incuestionable es que ninguno de los grupos actuales está habilitado para fagocitar a los demás. Los «Márgenes Rojos» son diversos y seguirán siéndolo. Su ambición debe ser hoy la de golpear juntos (o codo con codo) al enemigo capitalista, más bien que soñar con una fusión precipitada.

Toda competencia entre nosotros solo puede ser nefasta para el objetivo común, todavía lejano, que no resultará de la situación socioeconómica sin un inmenso esfuerzo de convicción para arrancar a nuestro pueblo de la marea liberal que lo encorseta y que no ha dejado de calar en las mentes desde hace medio siglo. Únicamente nosotros podemos acometer este trabajo de pedagogía necesario, con la razón y con en el ejemplo, desde el corazón de la lucha de clases.

Estos dos últimos años nos muestran el calibre de la tarea que nos queda por delante: la meta está en el futuro al que aspiramos.

Francis Arzalier. Historiador. Miembro del Collectif Communiste Polex y de la Association Nationale des Communistes (ANC de Francia)

[i] Fuente: Francis Arzalier, Réflexions. Les luttes de clases en France (Novembre 2018-Été 2020). Chronique raisonnée au jour le jour d’une année jaune à un hiver brûlant, d’un février-mars amer à un printemps de pandémie, El extracto aquí traducido corresponde a las páginas 50-59 del original en francés.

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