Manlio Dinucci.— Hace 10 años, el 19 de marzo de 2011, fuerzas militares de Estados Unidos y sus aliados de la OTAN iniciaban su campaña de bombardeos contra Libia.
Aquella agresión contra un país soberano fue dirigida por Estados Unidos, inicialmente a través del AfriCom (el mando de las fuerzas militares estadounidenses en África) y después a través de la OTAN, que actuaba bajo las órdenes del Pentágono.
En 7 meses, los aviones de Estados Unidos y de los países de la OTAN implicados en aquella agresión realizaron 30 000 misiones contra Libia, entre ellas 10 000 misiones de ataque, utilizando contra el pueblo libio más de 40 000 bombas y misiles.
Italia, “gracias” al consenso multipartidista en el parlamento –con el Partido Democrático en primera línea– participó en la guerra contra Libia poniendo a la disposición de la campaña de bombardeos 7 bases aéreas (Trapani, Gioia del Colle, Sigonella, Decimomannu, Aviano, Amendola y Pantelleria) y enviando además sus cazabombarderos Tornado, Eurofighter y otros más, así como el portaviones Garibaldi y otros buques de la marina de guerra italiana. Pero desde mucho antes del inicio de la agresión aeronaval, una serie de grupos tribales así como grupos islamistas hostiles al gobierno libio ya estaban recibiendo financiamiento y armas desde el exterior y unidades de fuerzas especiales de diferentes países, principalmente de Qatar, habían sido infiltradas en Libia para provocar enfrentamientos armados dentro de la Yamahiriya.
Así fue destruido ese Estado africano que, como consta en la documentación del Banco Mundial correspondiente al año 2010, mantenía «altos niveles de crecimiento económico», con un aumento anual de su PIB de 7,5% y registraba «altos indicadores de desarrollo humano», como el acceso universal a la escuela primaria y la instrucción secundaria y con más de un 40% de personas incorporadas a estudios universitarios.
A pesar de ciertos desequilibrios, el nivel de vida promedio de los libios era considerablemente más alto que el de los demás países de África. Incluso 2 millones de inmigrantes, en su mayoría africanos, encontraban trabajo en la Yamahiriya Árabe Libia. El Estado libio, que poseía las mayores reservas de petróleo de toda África, además de grandes reservas de gas natural, dejaba márgenes de ganancia limitados a las compañías extranjeras.
Gracias a la exportación de recursos energéticos libios, la balanza comercial de la Yamahiriya registraba un excedente anual de 27 000 millones de dólares. Con tamaños recursos, el Estado libio había invertido en el exterior unos 150 000 millones de dólares. Las inversiones libias en África eran fundamentales para el proyecto de la Unión Africana tendiente a la creación de 3 organismos financieros:
- el Fondo Monetario Africano, con sede en Yaundé (Camerún);
- el Banco Central Africano, con sede en Abuya (Nigeria);
- el Banco Africano de Inversiones, con sede en Trípoli (la capital libia).
Esos nuevos organismos financieros africanos debían crear a su vez un mercado común y una moneda única para las naciones de África.
No es casual que la guerra de la`OTAN contra Libia comenzara menos de 2 meses después de la cumbre de la Unión Africana que había dado –el 31 de enero de 2011– luz verde a la creación, durante aquel mismo año, del Fondo Monetario Africano. Así lo demuestran los correos electrónicos de la secretaria de Estado de la administración Obama, Hillary Clinton, posteriormente divulgados por WikiLeaks.
El hecho es que Estados Unidos y Francia querían eliminar a Muammar el-Kadhafi antes de que el líder libio utilizara las reservas de oro de su país para crear una moneda panafricana como alternativa al dólar estadounidense y al franco CFA (la moneda que Francia impone desde 1945 a 14 de sus antiguas colonias africanas).
Eso está demostrado por el hecho que, antes del inicio de los bombardeos en 2011, fueron los bancos los que entraron en acción contra Libia apoderándose de los 150 000 millones de dólares que el Estado libio tenía depositados en el extranjero y que en su mayor parte “desaparecieron”. En ese descarado saqueo de los fondos libios se destaca nada más y nada menos que Goldman Sachs, el todopoderoso banco de negocios estadounidense, que tuvo como vicepresidente a Mario Draghi [el hoy jefe de gobierno de Italia].
Hoy en día, los ingresos de las exportaciones de hidrocarburos libios van a manos de los grupos que se disputan el poder y de unas cuantas transnacionales extranjeras mientras que la población libia trata de sobrevivir en medio de una situación caótica caracterizada por constantes enfrentamientos armados entre diferentes facciones.
Después de la caída de la Yamahiriya, los inmigrantes africanos, acusados de ser «mercenarios de Kadhafi» fueron perseguidos, capturados y encerrados hasta en jaulas para animales, torturados y asesinados. Hoy Libia se ha convertido en la principal vía de tránsito, ampliamente explotada por traficantes de personas, de un caótico flujo migratorio hacia Europa que ya ha dejado más víctimas que la guerra de 2011.
En la ciudad libia de Tawerga, las milicias islamistas de Misurata –las mismas que asesinaron a Kadhafi en 2011–, respaldadas por la OTAN, procedieron a una limpieza étnica, obligando a 50 000 libios a huir de sus hogares, a los que nunca han podido regresar.
Y de todo eso es responsable también el parlamento de Italia, que el 18 de marzo de 2011 comprometió el gobierno a «adoptar toda iniciativa destinada a garantizar la protección de las poblaciones de la región». De esa manera justificaron los parlamentarios italianos la participación de Italia en la guerra contra Libia.
Il Manifesto (Italia)