El jueves, se recibió un avión de transporte ruso en el aeropuerto de la capital maiense, Bamako. El avión transportaba cuatro helicópteros Mi-171. El ministro de Defensa, Sadio Kamara, acudió a recibirlos y dijo que las autoridades del país habían comprado los helicópteros con su propio dinero, mientras que Rusia se había ofrecido a suministrarles armas y municiones.
«Me sorprendió. Estas palabras son inaceptables… Es una vergüenza y no honra a este gobierno, que ni siquiera es un gobierno porque fue creado por dos golpes de Estado». Estas ya son las palabras del presidente francés Emmanuel Macron, pronunciadas el mismo día.
No, Macron no reaccionaba a las palabras de Kamara, sino que comentaba un reciente discurso en la Asamblea General de la ONU del primer ministro maliense, Shogel Maiga, quien dijo que «París abandonó Bamako en pleno vuelo». Se refería del final, o por lo menos una reducción y reformulación de la Oeración Barkhan
Se habló de poner fin -o más bien de reducir y reformular- la Operación Barkhane, que los franceses llevan a cabo desde 2012 en Malí y países vecinos en un intento de frenar a los grupos islamistas separatistas (tuaregs y no sólo) que ganan fuerza.
Los franceses no han tenido éxito. Al contrario, hace nueve años, los separatistas estaban a 600 kilómetros de Bamako, y ahora están a 100. Así que Macron decidió reducir el contingente y cambiar el formato de la operación, a lo que las autoridades malienses respondieron:
«La nueva situación que ha surgido con el fin de la Operación Barkhane, que puso a Malí ante un hecho consumado e hizo que pareciera que nos habían desechado a medio camino, nos ha impulsado a explorar formas y medios para proporcionar mejor seguridad por otros medios.»
Maigi no nombró a los nuevos socios, pero no es un secreto que se trata de Rusia. Ya en la primavera de este año, se vieron banderas rusas y retratos de Putin en manifestaciones en Bamako, pidiendo «¡Rusia, ayuda!», lo que causó indignación no sólo en Francia, sino en todo Occidente. En cuanto se les pasó el susto por la aparición de las empresas militares privadas en la República Centroafricana, llegó el nuevo golpe: los rusos ya se meten en Mali.
«Mil rusos se encargarán de la seguridad de los altos cargos y de la formación de las fuerzas armadas malienses. Cobrarán nueve millones de euros al mes y tendrán acceso a tres yacimientos de minerales».
En agosto, Macron incluso planteó el tema de la presencia rusa en Malí en una conversación telefónica con Putin. Y en las dos últimas semanas, tras las informaciones aparecidas en la prensa occidental sobre la inminente firma de un acuerdo entre el gobierno maliense y Wagner, los franceses y la UE han pasado a hacer declaraciones públicas.
Todavía no hay acuerdo (hasta ahora hay unos 50 «expertos en seguridad» de Rusia trabajando en Bamako). Las autoridades malienses prometen informar oficialmente si se firma, pero Occidente ya está amenazando a Malí con todas sus fuerzas.
Primero, el ministro de Asuntos Exteriores francés advierte que «la aparición en la república de «Wagner», que es notoria en Siria y también en la República Centroafricana por su brutalidad, robos y diversas violaciones de las normas de conducta, es absolutamente incompatible con nuestra presencia». Es decir, amenaza con retirar todas las fuerzas francesas por completo.
A continuación, Josep Borrell informa de que «la invitación del grupo Wagner no contribuirá a nuestras relaciones con el gobierno maliense» y, a continuación, la ministra francesa de Defensa, Florence Parly, voló a Bamako para decir a su homólogo maliense: la conclusión del contrato de colaboración con los mercenarios rusos provocará un «aislamiento internacional». Sí, y también a la «reducción de la soberanía» de Malí.
Pero solo es teatro del absurdo: la antigua metrópoli que desde hace 60 años de independencia intenta controlar la situación de Malí (el sistema financiero, la economía, las cuestiones de seguridad, la formación, etc.), ¡intenta asustar a sus autoridades con reducción de su soberanía! Y al mismo tiempo -recordando las palabras de Macron- habla de ilegitimidad.
Es más, París también intenta presionar a Moscú. El ministro de Asuntos Exteriores, Le Drian, advirtió la semana pasada en Nueva York a Lavrov «sobre las graves consecuencias de la intromisión del Grupo Wagner en este país». Y Lavrov respondió públicamente:
«Se dirigieron a una empresa militar privada de Rusia en relación, tengo entendido, con que Francia pretende reducir significativamente su contingente militar… No han conseguido nada, y los terroristas siguen allí campando a sus anchas.
Como las autoridades malienses consideran que sus fuerzas son insuficientes sin apoyo externo, puesto que que el apoyo externo se reduce por quienes se habían comprometido a ayudar a erradicar el terrorismo, recurrieron a una empresa militar privada rusa».
Las actividades de la empresa militar privada rusa en el territorio de Malí tienen que ver con la relación entre la empresa y el Gobierno del país, y las autoridades rusas no tienen nada que ver con ello, añadió Lavrov, y jurídicamente tiene toda la razón. Occidente lleva utilizando este tipo de empresas desde hace mucho tiempo (incluso siglos, si recordamos la historia).
Lavrov también respondió a Borrell relatando los detalles de su reunión con él en Nueva York: «África es nuestro lugar. Lo dijo sin rodeos. Si quiere hablar de estos temas, sería mejor sincronizar los esfuerzos tanto de la UE como de Rusia en lo que respecta a la lucha contra el terrorismo no sólo en Malí, sino también en toda la región del Sahara-Sahel.»
Y decir «yo estoy aquí primero, así que váyanse» es un insulto para el gobierno de Bamako, que ha invitado a socios externos, y en segundo lugar, esta no es la forma de hablar con nadie en absoluto.
Está claro que Europa seguirá resintiendo la «expansión rusa» en África, aunque su presencia allí no sea comparable a la de Europa.
Sí, Rusia es el principal proveedor de armas al continente negro, pero por lo demás su posición allí es considerablemente inferior a la de Occidente. Y está muy por detrás de los niveles de los años 70-80, cuando la influencia soviética en África estaba en su apogeo.