«En este bloque analizaremos el porqué de la alianza entre cierta parte de la intelectualidad y los traperos; la metodología y los argumentos que utilizan aquellos «filósofos» y «expertos musicales» que lo defienden, etc.
Algunos a estas alturas del documento seguro que espetarán: «Pero si tan poco os gusta el movimiento trap actual, si os parece zafio, entonces, ¿¡qué hacéis dedicándole un artículo!?». A esto bien podríamos responder con la famosa frase de Terencio que el mismo Marx hizo suya: «Nada humano me es ajeno», ante lo cual tendríamos que aclarar para algunos despistados: «Y porque no nos gusta que nuestra juventud tire su futuro en balde». Reproduzcamos unos versos de un conocido y admirado músico en el mundo rapero y trapero:
«Me busco la vida para tener mis caprichos / Mi chándal, mis zapas mis temas de Los Chichos. (…) Soy el carterista que tiene tu cartera / Yo soy lo más kinki de la escena navajera». (Jarfaiter; Sonido Kinki, 2011)
Lo primero de todo, pedimos perdón al lector por adelantado por la ristra de jerga lumpen que mostraremos en este artículo. Esperemos que no se pierda y, en medida de lo posible aclararemos ciertos términos para que no abandone la lectura, pero debe entender que es algo necesario para comprender las letras y el vocabulario habitual de estas tribus urbanas y su forma de ver las cosas. En palabras de sus autores:
«¿Que es el trap? Cocaína y follar», resume Fernando, alias Yung Beef, uno de los cuatro componentes de Pxxr Gvng». (El Mundo; El ‘trap’, la música que odian los padres 2015)
En efecto, que actualmente se le intente dar un barniz filosófico y un trasfondo a algo como el trap que no lo tiene por ningún lado, es bastante triste. No se veía nada tan lamentable desde el intento de lavado de cara que Deleuze –autor posmoderno– y muchos otros intentaron hacer con la filosofía de Nietzsche, al cual poco menos que quisieron presentar –a este reaccionario consumado– como una especie de «coach motivacional», intentando ocultar la mayor parte de su ideario supremacista e individualista, hablándonos de cosas anecdóticas y distorsionadas. Pues hoy, tarea similar emprenden los intelectuales como Ernesto Castro, al cual con su permiso usaremos una y otra vez, porque nos parece magnífico como paradigma. Este autor alcanzó su cuota de fama por su libro «El trap: Filosofía millenial para la crisis en España» (2019), en el cual intentó realizar un estudio filosófico, sociológico y en menor medida musical sobre dicho fenómeno. Lo que salió de tal «intento» fue uno de los mayores blanqueamientos culturales que se han visto jamás. Cuando le preguntaron en una entrevista con Javier Blánquez si era, como decían, el filósofo del trap, este filósofo madrileño, con su pedantería característica, respondió: «Más bien soy el trapero de la filosofía». Entonces, ¿quién mejor que él para continuar con nuestro recorrido sobre este género?
Pero antes de seguir hemos de poner el contexto al lector, puesto que para quien desconozca quién es este elemento, Ernesto Castro, resulta que él es un filósofo que imparte clases en la Universidad Autónoma de Madrid y que se hizo famoso por dar conferencias a favor de la ideología de la Escuela de Gustavo Bueno, pero de una forma peculiar: lo mismo iba vestido de torero a la facultad para explicar a Tomás de Aquino, que se cambiaba el color del tinte de pelo semanalmente para llamar la atención. Sin duda hace honor al himno no oficial del posmodernismo: «¡Ya que no tiene nada interesante que decir al menos procura que hablen de sus histriónicas performances!». Sobre la ideología que porta, diremos, sin querer ser demasiado duros, que todavía hoy nos es inexplicable entender cómo es posible que él, siendo ya un curtido estudiante de filosofía, se dejase engañar por esa pantomima tan rancia y simplona como es el nacionalismo de Gustavo Bueno, su «materialismo filosófico» –nombre cuanto menos de chiste pues de «visión materialista del mundo» tenía más o menos la misma que sus predecesores inmediatos, Unamuno y Ortega y Gasset, es decir, poco o nada–. Aunque hace tiempo que el señor Castro afirma haber abandonado tal secta y la critica con ahínco, todavía no ha superado su idealismo inherente –por eso, entre otras cosas, es admirador de las ideas religiosas de Francisco Suárez, o rinde aún pleitesía a su antiguo maestro Bueno enseñando sus dogmas fundamentales en cuanto a estudios sobre arte–. El problema es que este filósofo, de por sí, es alguien que acostumbra a dejarse maravillar por cualquier charlatán de turno, procurando adoptar sus mismos sofismas. Así, declaraba sin vergüenza:
«Ernesto Castro: Yo no escribo para que me entiendan, sino que también escribo para lanzar ciertos mensajes encriptados en una botella que ya llegarán a quien tenga que llegar». (Relatos Sonoros; Con Javier Blánquez y Ernesto Castro: Trap, música y filosofía en tiempos de crisis, 2020)
¡Este es el tipo de «filósofos» que los niños temen tanto como al hombre del saco! Los que hacen complicado lo que es sencillo, los que son «incomprendidos» por la «masa» y solo esperan la llegada de «verdaderos» discípulos de su «círculo de fieles». Por este tipo de pamplinas no es extraño ver las aulas de filosofía de las universidades vacías. Pese a su teórico «abandono» de los postulados de la Escuela de Gustavo Bueno, el señor Castro ha conservado lo peor de su bagaje: el idealismo subjetivista, la invención de palabras complejas innecesarias y la no adecuación del registro a lo que pide el ambiente. Sobre esto último, recomendamos mirar cualquiera de sus entrevistas y tertulias. En una, concedida a la Cadena SER en 2019, recibió varias señales por parte de los entrevistadores que daban a entender que el público no se estaba percatando de nada de su discurso en clave de catedrático de filosofía, pero él, pese a todo, continuaba igual, contra viento y marea, ¿cómo era aquello? «¡Show must go on!». No por casualidad su ídolo es ese idiota de Slavoj Žižek, aquél que instaba a votar a Trump porque en un delirio de «fatalismo revolucionario», según él, «cuanto peor, mejor», como si el trumpismo por su reaccionarismo fuese a elevar mágicamente la conciencia de clase de los obreros mecánicos de Boston o los obreros de la construcción de Kentucky. Si las cosas fuesen tan estúpidamente simples, haría siglos que en el Capitolio hondearía una bandera roja.
El mismo Ernesto Castro confesaba que el lenguaje del trapero, confuso, ambiguo –cuando no provocador y cínico–, es algo que le encanta, porque, como piensan los posmodernos –en especial los más influidos por Derrida y compañía–, gracias a esto, los individuos pueden ser liberados de las «ataduras del lenguaje», pueden «cambiar su significado», puesto que claro, a los escritores endiosados y con motivaciones individualistas no les sienta bien que les entienda «la masa» y puedan ser criticados en consecuencia. A él, sin embargo, lo que le divierte es «crear realidades» y darle «nuevos significados» a las cosas mediante el juego de palabras que cubran su vanidad y ambigüedad. Ellos no pretenden clarificar nada a nadie, más bien seguir parasitando en este sistema, perpetuando la ausencia de conocimiento y la lucha real contra los males de la sociedad.
«Ernestro Castro: A mí como filósofo me gusta mucho este estado de posverdad y de confusión en el que la gente no sabe qué es verdadero y falso. (…) Es el punto de partida en el que la gente ya puede plantear el mito de la caverna [de Platón]». (Relatos Sonoros; Con Javier Blánquez y Ernesto Castro: Trap, música y filosofía en tiempos de crisis, 2020)
Pero sin lugar a dudas hay otro aspecto mucho más grave que descalifica el trabajo de Ernesto Castro sobre el trap, y es su método en sí de acercarse a dicho fenómeno social:
«La perspectiva de Jameson, de al mismo tiempo analizar la cultura de manera desprejuiciada y no moralizar acerca de la industria cultural del presente, sino ver también los elementos utópicos en lo que parece profundamente alienante de la cultura actual pues es un poco mi actitud. Buena parte de lo que yo digo no lo digo porque yo lo crea, sino porque me parece sugerente o interesante en términos casi de filosofía ficción… coger una premisa y ver hasta dónde llega. (…) Eso sucede en el libro. (…) Si el libro tiene 400 páginas, a lo mejor el 70 % de ellas, insisto, son simplemente: vamos a tirar de este hilo a ver hasta dónde llega». (Ernesto Castro; YouTube, Presentación del libro «El trap: filosofía millenial para la crisis en España, 2020)
Ese intento de «abstracción de todas mis opiniones e influencias culturales» para ser «neutral» enjuiciando se le podría consentir como una chiquillada a un cándido positivista del siglo XIX, pero no a un filósofo del siguiente decenio, que se presupone que debe haber superado esta etapa infantil del pensamiento. Ernesto Castro cae en la fetichización del crítico que cree que su moral no está interviniendo en la investigación porque este se abstiene de «emitir juicios morales» sobre su objeto de estudio, obviando que la elección de no emitir juicios es ya es una decisión moral y filosófica, en este caso: una omisión a criticar desde una perspectiva transformadora lo más reaccionario del espectro cultural y que supone una muestra de insolidaridad con aquellos alienados por esta cultura. La clásica cantinela del pedagogo moderno que se cree «objetivo» al explicar Historia o Filosofía intentando omitir posicionamientos claros, aunque luego no deje de manifestar o insinuar esto y aquello. No olvidemos tampoco que el tema de estudio como así el foco es algo que también parte de la percepción del autor, pues este decide en qué emplea su tiempo, con qué profundidad, bajo que óptica metodológica, etcétera, sin olvidar el cómo lo expondrá una vez finalizado el análisis. Por si esto fuera poco, existen otros factores que están por encima del control o voluntad de los investigadores, como la educación de base que han recibido, la presión a que están sometidos por los dueños de los medios de producción intelectual o aspectos como la oferta y la demanda de los productos culturales. Si tenemos en cuenta que desde el «oficialismo» se desea que todas estas esferas están cortadas por sus cánones de lo «razonable», comprenderemos cuan ridículo se torna la pretendida «equidistancia» sobre los aspectos sociales. No estamos diciendo que los sujetos sean autómatas al desarrollar su historia y estudiar la de otros, todo lo contrario, que más bien es solo a partir de entender este tipo de condicionantes que se puede elegir con mayor conciencia, pero aun con todo, negar que existen condicionantes y asegurar que vivimos en el «reino de la libertad» sería engañarse a sí mismo y embaucar al resto. Pero esto es algo compresible para los idealistas que no entienden la interrelación entre «necesidad» y «libertad».
Ernesto Castro simplemente se inclina hacia sus intereses subjetivistas en el análisis. Él mismo explica que prácticamente la mayor parte de su obra sobre el trap está cimentada sobre delirios lógico-formales que han ido ocurriéndosele por el camino. Entre los dos ángulos en que se puede mover el crítico: hacer un análisis de los posibles beneficios y perjuicios sociales de un movimiento cultural o un análisis despreocupado y laxo, el señor Castro opta por la segunda opción, dejando claro cuál es su posición en la lucha de clases, en concreto respecto a la nociva cultura lumpen, la cual desnorta a la juventud y le inculca a cualquiera que lo siga unos valores despreciables, pero que al señor Castro también le parece algo deslumbrante. Entre tanto, cómo no, todo este tipo de posicionamiento son alimentados y aprovechados por el poder dominante que celebra todo lo que sea mantener el statu quo.
No contento con no armarse de una perspectiva científica y emancipadora –y por el contrario dedicarse al análisis banal y ocioso–, nos comenta orgulloso que él ejerce una labor que podríamos denominar «prospección basuril», esto es, buscar pequeñas piedras de utopismo –que relaciona con el progreso–, entre todo el material hedonista, nihilista, antisocial y machista del trap. Vamos, lo mismo que aquel que va a recoger pequeñas gotas de agua en un desierto con sus manos en vez de abrir el grifo de su casa. Pura frivolidad y creatividad artificiosa. Teniendo en cuenta todo esto, podemos constatar que su metodología para abordar tal o cual asunto nos lleva a descartar a Castro como individuo garante de ser un teórico en el que se pueda confiar, dado que mezcla realidad y ficción a su gusto de forma intermitente posibilitando una gran confusión por parte de sus lectores o espectadores. Pero dado que su obra ha tenido un gran impacto en los análisis y concepciones sobre el movimiento trap, nos vemos obligados a perseguirle en sus quijotadas para refutarlas una a una.
Cabe destacar que la metodología subjetivista de este filósofo no queda confinada a su obra sobre el trap y sus declaraciones públicas sobre este tema, sino que desborda ese campo. Esto se pudo comprobar hace no mucho en uno de sus videos de su canal de YouTube, en el que afirmó que la violencia no puede tener ninguna función de progreso en la sociedad, más que el disfrute sádico o lúdico del propio autor material de esta. ¿Se imaginan? ¡Malditos campesinos alemanes y sus guerras del siglo XVI, qué puñado de trastornados debieron de ser para levantarse contra el feudalismo y la opresión religiosa! En su delirio rampante el señor Castro llegó a calificar la protesta social violenta como poco menos que un eco infantil de personas que no habían llegado a la madurez, como sinónimo de algo «inhumano» y, para más inri, este «filósofo transgresor» advertía a los manifestantes que luchan por sus derechos que, como dice el refranero castellano «Donde las dan, las toman». Así pues, acababa animando a los antidisturbios a que «sofoquen todas las revueltas sociales sin aspavientos» porque, según él, la ciudadanía debe recordar «el monopolio de la violencia legítima» (sic). Véase el video de Ernesto Castro: «Presentación de «memorias y libelos del 15M» de 2021.
Uno de los aspectos a tener en cuenta a la hora de entender la postura de este filósofo respecto al trap es su admiración casi mística por la figura de Yung Beef, algo que no sale del esquema clásico del intelectual sabihondo y refinado que es deslumbrado por su antítesis, el lumpen ignorante y marginado que transgrede las leyes, conclusión que es admitida por el propio Ernesto Castro:
«A mi juicio, la introducción en el castellano peninsular de términos como «josear», «hauma» o «lileta» supone una contribución tan importante en el enriquecimiento de nuestra lengua como lo fue la importación de la métrica italiana por los poetas renacentistas del siglo XVI y, por ese motivo, cuando entrevisté a Yung Beef, le pedí que me firmara mi ejemplar del «Diccionario de la Real Academia Española». (Ernesto Castro; El trap: Filosofía millenial para la crisis en España, 2019)
Ya ven, ¡Yung Beef pasará a los anales de la historia al nivel de los renacentistas! ¡Petrarca se revolvería en su tumba! En el canal del youtuber «Un Tío Blanco Hetero», famoso por criticar las meteduras de pata feministas y ser el sucedáneo hispano de esa estafa motivacional llamada Jordan Peterson –otro nietzscheano-freudiano de poca monta–, nuestro filósofo del trap opinaba sin despeinarse:
«Ernesto Castro: Yung Beef tiene más poesía que García Lorca, te lo digo de verdad». (Un Tío Blanco Hetero; UTBH vs ERNESTO CASTRO, 2019)
Más allá de las extravagancias del señor Castro, ¿en serio alguien puede afirmar que la importación de los sonetos a la lengua española, que fue utilizado en la poesía del Siglo de Oro –por Garcilaso de la Vega, Lope de Vega y Quevedo–, es igual de importante que el término «josear»? Pero esta no es la única barbaridad que podemos encontrar en las «grandes reflexiones» de Ernesto Castro, en su citado libro, se maravilla con determinados gestos de sus referentes:
«Como ya comentamos en el primer capítulo, la performance de Hakim y de Yung Beef en el Primavera Sound comenzó en la rueda de prensa en la que participó éste junto a C. Tangana y Bad Gyal. Ante la pregunta «¿Qué es el trap?», Hakim, vestido con un chaleco antibalas como única prenda superior, se sacó una piedra de hachís de entre los huevos. «Punk is not dead», es el único comentario que cabe hacer». (Ernesto Castro; El trap: Filosofía millenial para la crisis en España, 2019)
¡Wow! Sin palabras. Esta gran performance es igual de transgresora que los artistas que salen al escenario con un bozal y no tocan durante una hora para «protestar» por la causa X. ¡Brutal! Sigamos:
«Probablemente no haya mayor expresión de esa complejidad y superficialidad combinadas [del sentido del humor de Cecilio G.] que la entrevista que le hizo el trapero a Carlotta Cosials, guitarrista y vocalista de las Hinds, para el suplemento «Tentaciones» del diario «El País». (…) Yo creo que este intercambio define a la perfección un género conversacional en el que Cecilio G. es pionero y que, por analogía con «el posthumor», podría llamarse «la postentrevista». En una postentrevista lo importante no es que el entrevistador formule buenas preguntas o que el entrevistado desvele alguna exclusiva, sino, al contrario, provocar la risa mediante la violación sistemática de las expectativas construidas alrededor del formato tradicional de la entrevista –entre ellas, la expectativa de que el entrevistador está informado e interesado en la vida y hechos del entrevistado–. En España, el padre indiscutible de la postentrevista es David Broncano, pero su máximo exponente, su epítome, fue este show de Cecilio G. en «El País»». (Ernesto Castro; El trap: Filosofía millenial para la crisis en España, 2019)
Probablemente el culmen del absurdo en este libro, a la par que de la pedantería es el análisis de C. Tangana en términos de la historia, desarrollo y distintas ramas del cristianismo. Atentos:
«A mi juicio, la trayectoria musical de Antón Álvarez Alfaro tiene la estructura de una teogonía que se puede dividir en cuatro periodos: un primer momento politeísta, (…); un segundo momento monoteísta judío, (…); un tercer momento monoteísta cristiano, (…); y, por último, un cuarto momento monoteísta protestante (…) y comienzan los «beefs» entre la Reforma y la Contrarreforma». (Ernesto Castro; El trap: Filosofía millenial para la crisis en España, 2019)
«Así comprendo yo el paso de Crema a C. Tangana: como el paso del Antiguo al Nuevo Testamento». (Ernesto Castro; El trap: Filosofía millenial para la crisis en España, 2019)
«Así pues, lejos de fardar de una riqueza que ya se tiene, este videoclip [Alligators] de C. Tangana utiliza marcas de ropa de manera calvinista, como signo de salvación y del éxito que está por venir». (Ernesto Castro; El trap: Filosofía millenial para la crisis en España, 2019)
De nuevo, con el único fin de mostrar sus «conocimientos» en filosofía, hace mención a una respuesta de Bad Gyal en el programa de «La Resistencia» de David Broncano como:
«Ese momento final de autocorrección y suspensión del juicio ha sido lo más cerca de la duda cartesiana que ha estado nunca la escena urbana española». (Ernesto Castro; El trap: Filosofía millenial para la crisis en España, 2019)
Llegados a este punto ni merece la pena extenderemos más en replicar estas idioteces. En cambio sí detectamos cuestiones superiores sobre las que hay que reflexionar visto lo visto.
Hasta aquí hemos podido comprobar cómo el señor Castro es uno de tantos intelectuales del panorama actual que se dedican a maquillar la esencia del trap. Aun con todo, el filósofo con su cinismo tan característico se atreve a sostener que él no realiza tal labor:
«La función del filósofo, al igual que la del músico, no es el adoctrinamiento. Suele funcionar mejor predicar con el ejemplo que hacer grandes declaraciones que no van a ningún lado. En este sentido, creo que ciertos traperos a través del ejemplo negativo, como son el caso de C. Tangana con el machismo y Yung Beef con la vida del desfase, pueden mostrar, insisto, lo opuesto de lo que ellos encarnan». (Ernesto Castro; El trap: Filosofía millenial para la crisis en España, 2019)
Ya ven, el músico o el filósofo no adoctrinan, ¡en absoluto! Es más, piensa que no hay mejor adoctrinamiento saludable que las propias expresiones morales de los traperos que él mismo condena como «negativas», ¿la razón? En otra de sus piruetas filosóficas opina que las biografías de los artistas famosos pueden servirnos de educación social colectiva, pero, ¿cómo va a ser eso posible si gente como él los halaban y protegen constantemente, incluso cuando lo están criticando? Entiéndase que, si desde los medios de comunicación se presenta a estos músicos amorales como lo «cool», como «hombres hechos a sí mismos», esto a su vez crea un marco de opinión generalizado muy definido: uno donde a lo sumo el «machismo» de este o el «desfase» de aquel solo se condena de forma tibia y relativa. Como se suele decir popularmente: «¡Bueno, se le perdona porque es X!», y esto ocurre porque estos mismos «opinólogos» han creado sobre los traperos ese halo de «personajes del pueblo» los cuales han de ser queridos, porque en el fondo, con sus virtudes y defectos, son como tú y yo, «productos de una vida no siempre fácil» y demás pamplinas que se acostumbran a decir.
Ahora algunos se preguntarán con razón, «¿¡Cómo puede ser que algo así tenga tan buena prensa y apenas reciba crítica!?». Todo este problema viene de lejos y es que, en cuanto a las «tendencias intelectuales» del panorama cultural, lo que ha abundado en los últimos tiempos es una adulación a las filosofías de la charlatanería, teóricamente muy «revolucionarias» pero promovidas desde todas las instituciones y élites, pues su contenido real es nulo, vacío. Estas se caracterizan por lanzar discursos complejos y términos nuevos. Normalmente se basan en lo anecdótico y lo humorístico, pero nada aportan. El subjetivismo, el relativismo y el agnosticismo son sus principales cartas de presentación. Esta se complementa con la tendencia «lumpen» que idealiza el «vivir entre ratas» como sinónimo de la superioridad moral de «los de abajo», creyendo que esto otorga un cheque en blanco para ejercer la criminalidad –o la propaganda a la misma– sin reparos morales. Aquí, se plantea el aplastar al vecino para «salir adelante» como un «heroísmo» e incluso como «germen de valentía» a aplaudir, como si el ser carne del mercenariazgo fuese un rasgo positivo para la causa, como si estos ejércitos de «buscavidas» no hubieran sido utilizados siempre por los explotadores, estafadores y tiranos para acallar las voces de protesta del pueblo encolerizado por las más terribles injusticias. Ambas expresiones, intelectual y lumpen, se dan la mano, porque, al fin y al cabo, no son sino la fuerza pensante y la fuerza de choque del burgués. Pero el trabajador asalariado no puede permitirse el lujo de no tener moral como la burguesía y el lumpen, pues necesita de conciencia y honradez para que después de volar por los aires el mundo capitalista, pueda construir uno nuevo con sólidos cimientos.
A su vez, esta encrucijada obliga al intelectual consciente a tomar parte escribiendo por y para la causa de la emancipación de la humanidad, o como ocurre mayoritariamente hoy, postrarse como cipayos de los poderosos. Pero una cosa es clara, solo se puede elegir estar en uno de los dos lados de la trinchera:
«Aquellos poetas, pintores, críticos y filósofos «malditos», creadores de obras abstrusas y mitos esotéricos que tanto asustaron al burgués, y cuya patética libertad subjetiva y orgulloso aislamiento social ensalzaron los apologistas del arte «independiente», están encontrando su puesto en el concierto de la sociedad que los engendrara. (…) Con el fin de mantener la mercancía al alza y de justificar la heteróclita confusión que reina en el mundo artístico, una legión de profesores de estética, de críticos y de técnicos se afana por crear todo un camuflaje de climas poéticos alrededor de las causas que puedan explicar racionalmente el ritmo de descomposición [del arte burgués]». (José Renau; Abstracción y realismo: Comentarios sobre la ideología en las artes plásticas, 1949)
Diremos que todo esto no hubiera sido posible sin la faena asumida por nuestra «maravillosa» intelectualidad española, que las más de las veces se ha dedicado a colaborar en el regodeo generalizado en la mediocridad:
«Si se da el caso de que semejantes conceptos e ideaciones se mezclen y confundan la communis opinio de las personas cultas, o de aquellas que pasan por tales acaban constituyendo una masa de prejuicios y forman la impedimenta que la ignorancia opone a la visión clara y plena de las cosas efectivas. Estos prejuicios corren como derivados ideológicos en boca de los políticos de oficio, de los llamados escritores y periodistas de toda clase y color, y ofrecen el fulgor de la retórica. A la llamada opinión pública». (Antonio Labriola; Del materialismo histórico, 1896)
No por casualidad este mismo autor, Antonio Labriola, ya recordó que su mentor, Friedrich Engels, había anotado hace muchos años que encontrarse a intelectuales de la emancipación en Europa era casi como encontrar una aguja en un pajar:
«Usted se queja de la poca difusión que hasta ahora ha tenido en Francia la doctrina del materialismo histórico. Usted se queja de que esta difusión halle obstáculos y resistencias en los prejuicios que provienen de la vanidad nacional, en las pretensiones literarias de algunos, en el orgullo filosófico de otros, en el maldito deseo de parecer ser sin ser y en fin, en la débil preparación intelectual y en los numerosos defectos que se encuentran también en algunos socialistas. ¡Todas estas cosas no pueden ser tenidas por simples accidentes! La vanidad, el orgullo, el deseo de parecer ser sin ser, el culto del yo, la megalomanía, la envidia y el furor de dominar, todas estas pasiones, todas estas virtudes del hombre civilizado. (…) En todas partes de la Europa civilizada los talentos –verdaderos o falsos– tienen muchas posibilidades de ser ocupados en los servicios del Estado y en lo que puede ofrecerles de ventajoso y prominente la burguesía, cuya muerte no está tan cercana, como creen algunos amables fabricantes de extravagantes profecías. No es necesario asombrarse si Engels –véase el prefacio al tercer volumen de El Capital, observe bien, con fecha 4 de octubre de 1894–, escribía: «Como en el siglo XVI, lo mismo en nuestra época tan agitada, no hay, en el dominio de los intereses públicos, puros teóricos más que del lado de la reacción». Estas palabras tan claras como graves bastan por sí solas para tapar la boca a los que gritan que toda inteligencia ha pasado a nuestro lado, y que la burguesía baja actualmente las armas. La verdad es, precisamente, lo contrario: en nuestras filas son muy raras las fuerzas intelectuales, bien que los verdaderos obreros, por una sospecha explicable, se levanten contra los «habladores» y los «letrados» del partido. (…) Todos aquellos que están fuera del socialismo tienen o han tenido interés en combatirlo, en desnaturalizarlo o al menos en ignorar esta nueva teoría, y los socialistas, por las razones ya expuestas y por otras muchas aún, no han podido dedicar el tiempo, los cuidados y los estudios necesarios para que tal tendencia mental adquiera la amplitud de desenvolvimiento y la madurez de escuela, como la que alcanzan las disciplinas que, protegidas o al menos no combatidas por el mundo oficial, crecen y prosperan por la cooperación constante de numerosos colaboradores». (Antonio Labriola; Filosofía y socialismo, 1899)
Pasemos ahora a abordar las siguientes dudas sobre el trap». (Equipo de Bitácora (M-L); La «música urbana», ¿reflejo de la decadencia social de una época?, 2021)