José Barril.— Da la impresión que en este país todo dura o ha ocurrido hace aproximadamente 40 años: la dictadura fascista, la monarquía parlamentaria, la primera victoria electoral de Felipe González. A tan funestos acontecimientos se suma el Síndrome del Aceite Tóxico (SAT). Como si de un recordatorio se tratara de la misión histórica de la clase obrera y del destino que le depara el sistema de explotación capitalista, el 1 de mayo de 1981 se detecta el primer caso de una enfermedad desconocida hasta entonces: un niño de 8 años, de un barrio obrero de Torrejón de Ardoz, muere en brazos de su madre en la ambulancia que le conducía al Hospital La Paz. Cientos de nuevos casos diarios se sumaron en las siguientes semanas entre el cinturón obrero de Madrid, Castilla y León, Castilla – La Mancha, Galicia y Cantabria principalmente.
Los estudios de campo realizados durante el primer mes de la epidemia, inicialmente caracterizada como “neumonía atípica”, ya indicaban claramente que el vehículo de la enfermedad era un aceite de colza industrial desnaturalizado con anilina al 2% y fraudulentamente derivado para consumo humano. El bajo precio para lo que pretendidamente se vendía como aceite de oliva, en garrafas de plástico sin etiquetar y distribuido en mercadillos, carreteras o puerta a puerta marcó el acusado carácter de clase de la intoxicación alimentaria más masiva de toda la Historia de Europa: 25.000 enfermas/os, unas 5.000 muertes (aunque oficialmente “sólo” se reconozcan 356 directamente causadas por el aceite), aproximadamente 20.000 continúan vivas/os pero la enfermedad en muchos casos se cronificó y padecen graves secuelas, quedando cerca de 5.000 incapacitadas/os para trabajar.
RAPSA, RAELCA, ITH, son las siglas de las empresas implicadas en la importación, refinado y distribución ilícitas que causaron y continúan causando mucho más sufrimiento y hasta cinco veces más muertas/os que otras siglas etiquetadas como terroristas. El pasado 19 de octubre, 6 pacientes crónicos del SAT se plantaron, pancarta en mano, delante de Las Meninas porque a estas víctimas el Estado no sólo no las homenajea sino que tardó décadas en indemnizarlas, algunas tienen problemas para acceder a la pensión por incapacidad laboral permanente y nunca se creó la comprometida Unidad de Referencia para la vigilancia del SAT, limitándose a la Unidad Funcional del SAT en el Hospital 12 de Octubre de Madrid, arrancada con la lucha de las asociaciones de pacientes de este síndrome.
El origen de este brote tóxico en el aceite adulterado se apoya en la potente y específica asociación exposición-efecto así como la consistencia entre numerosos estudios epidemiológicos independientes publicados en revistas científicas durante la década de los 80 (1). La ausencia de modelo experimental animal o la imposibilidad de asignar el efecto a una molécula concreta no son extraños en un síndrome multisistémico con un fuerte componente autoinmune, sometido a gran variabilidad individual, completamente desconocido hasta entonces y que nunca ha vuelto a padecer humano alguno. De hecho, algo equivalente ocurrió ocho años más tarde en distintos países con el llamado Síndrome Eosinofilia-Mialgia, que compartía algunas características comunes con el SAT, o en 1992 con el Síndrome de Ardystil en la industria textil del sur del País Valencià.
La difusión oportunista, carente de toda base científica, de teorías “alternativas” al aceite adulterado como causa única del SAT, confunde al pueblo trabajador, blanquea a la patronal y debilita la lucha. El 23 de febrero de ese mismo año se había producido un golpe de estado en España. No necesitamos hipótesis delirantes para constatar el carácter criminal del capitalismo.
NOTAS
(1) Terracini, B. (2004). The limits of epidemiology and the Spanish Toxic Oil Syndrome. International Journal of Epidemiology 33 (3): 443-444.