La historia no deja lugar a dudas: las pandemias, tanto si son reales como ficticias, suponen una declaración de guerra, o la ley marcial o ambas cosas simultáneamente. Uno de los ejemplos es el ghetto de Varsovia, cuando los nazis quisieron mantener los barrios “limpios” de una inexistente epidemia de tifus, a costa de encerrar a una parte de la población en determinados recintos.
Al comienzo de la pandemia actual se habló en términos militares, pero tras la declararon de la guera al virus, lo que hicieron los gobiernos fue declarar la guerra a su propio pueblo, encerrándolo en sus viviendas (si las tenían) y preservando la “distancia social” de unos con otros.
El año pasado la Universidad de Cambridge volvió a recordar el estrecho vínculo entre la pandemia y la represión política (*). “La salud y la política pueden estar más entrelazadas de lo que imaginábamos”, dicen los autores.
El miedo es, como siempre, una de las claves porque el verdadero poder político no consiste sólo en moldear el pensamiento político de las masas, sino su conducta, sus hábitos y su comportamiento. El poder es una fuerza capaz de lograr que millones de personas hagan lo que nunca hubieran imaginado siquiera, como ponerse una mascarilla, por ejemplo.
No hay factor más enfermizo que el miedo. La salud es una preocupación que llega a convertirse en verdadera obsesión. Hay quien cree que va a preservar su salud alejándose de otras personas, cuya cercanía le puede perjudicar o contagiar. Incluso hay quien durante las fiestas de fin de año ha renunciado a compartirlas en familia porque prefieren aislarse. Hasta sus más allegados se han convertido en enemigos.
El estudio de la Universidad de Cambridge, el mayor realizado hasta ahora para investigar los vínculos entre las epidemias y la ideología, revela una fuerte conexión entre el miedo al contagio, con el conformismo político y, en consecuencia, la pérdida de la capacidad crítica, de lucha y de rebeldía, materializada en los aplausos públicos y colectivos a las 7 de la tarde.
Pero no se trata sólo de una actitud pasiva. Las epidemias conducen a grandes masas de la población al apoyo activo a las medidas represivas y a exigir más medidas o medidas más severas. Es algo que ya apareció en la época del sida y que al comienzo de la pandemia se llamó “gestapo de balcón”, es decir, vecinos que se dedicaban a espiar y denunciar a la policía.
En España la actual pandemia ha supuesto el apogeo de la ley mordaza, que el gobierno de coalición se había comprometido a derogar y de la que usó y abusò en abundancia, por más que resultara ilegal, lo mismo que los estados de alarma.
Por si no fuera suficiente con la policía y el ejército, han salido a la calle bandas de matones para imponer las restricciones sanitarias. El miedo ha conducido a altercados y enfrentamientos en los espacios públicos y medios de transporte, con agresiones a quienes no portaban la preceptiva mascarilla o no guardaban la distancia de seguridad.
“Encontramos una relación consistente entre la prevalencia de las enfermedades infecciosas y la preferencia psicológica por la conformidad y las estructuras de poder jerárquicas, pilares de la política autoritaria”, afirma el autor principal del estudio, el doctor Leor Zmigrod, especialista en psicología de la ideología política.
“Las tasas más altas de enfermedades infecciosas predijeron actitudes y resultados políticos como el voto conservador y las estructuras legales autoritarias. A través de múltiples niveles geográficos e históricos de análisis vemos que esta relación emerge una y otra vez”, añadió Zmigrod.
“Estos hallazgos son una señal de advertencia de que los comportamientos que evitan las enfermedades tienen profundas implicaciones para la política”, apunta Zmigrod. “El covid-19 podría moldear las tendencias de las personas hacia la conformidad y la obediencia, y esto podría convertirse en preferencias políticas autoritarias, patrones de voto y leyes”, concluye el director de la investigación.
Los autores abordan la investigación desde el punto de vista individual, pero con mayor énfasis se pude decir lo mismo de los colectivos y grupos políticos, sociales y sindicales, convertidos durante la pandemia en auténticas correas de transmisión de las políticas públicas, incluidas las represivas, que han aceptado de manera casi unánime.
(*) https://jspp.psychopen.eu/index.php/jspp/article/view/7297