Mailenys Oliva Ferrales.— Envuelta en ese halo seductor que mezcla de forma fascinante naturaleza e historia, añejas vivencias con asombros nuevos, y pasado y presente en el mismo espíritu de una nación, la Comandancia General del Ejército Rebelde en La Plata sigue siendo, 65 años después de su creación –el 1ro. de mayo de 1958–, un sitio emblemático sin el que no puede contarse la heroicidad de la gesta independentista cubana en su última etapa y la trascendencia del triunfo de la Revolución.
Justo allí, a más de 900 metros sobre el nivel del mar, en el corazón mismo de la Sierra Maestra (en una zona intrincada del municipio granmense de Bartolomé Masó), un líder rebelde y sus más arriesgados guerrilleros fundaron un núcleo combativo desde donde se dirigió la ofensiva estratégica final que derrocó la dictadura de Fulgencio Batista.
Eran Fidel y los barbudos que en aquel mayo heroico, cuando la emisora Radio Rebelde reinició sus transmisiones desde La Plata, quienes abrían el horizonte emancipador de un sitio que en lo adelante fue infranqueable para el enemigo, teniendo en cuenta su intrincada ubicación, que lo hacía prácticamente inaccesible por tierra e invisible para la aviación.
En esa zona, entre finales de abril y noviembre de 1958, llegaron a construirse alrededor de una veintena de instalaciones rústicas, devenidas en un verdadero complejo logístico para la guerra, el cual nació bajo la supervisión y la mirada sensible de Celia Sánchez, quien se preocupó de que lo erigido se adaptara al medio natural, sin que se talase un solo árbol o se nivelara un centímetro de tierra.
Entre las construcciones se encontraba el hospitalito Mario Muñoz, la casa de la administración, la cocina, la vivienda de los visitantes, la emisora Radio Rebelde, la casa de los locutores, la del pelotón femenino Las Marianas y la casa de Fidel.
En esta última instalación –montada sobre altos pilotes y encajada en el abra de dos abultamientos de tierra (premio Nacional de Conservación en 2017)– también quedó la huella de la Heroína de la Sierra y el Llano. «Nos parecía verla, callada e inquieta, velando por la belleza y la funcionalidad de aquel pequeño mundo que ella convirtió en un entorno aún más espléndido», contó en 1988 la periodista Susana Tesoro en una crónica de viaje publicada en la revista Bohemia.
«La casa tiene un primitivo e ingenioso sistema de seguridad que comienza por la disposición de ventanas y puertas empotradas en los espacios de pared de modo que uno nunca sabe por dónde se entra…, en el dormitorio una cama camera, a los pies un librero al ancho de toda la pared, una silla rústica, tallada en un gran tronco de árbol. En la habitación vecina: un estante, un refrigerador de kerosén, y una cestica para papeles tejida por Celia con cuerdas de cupey», reseñó entonces Bohemia. Más de 30 años después, esas esencias siguen resguardadas con celo para perpetuar la memoria.
No podía ser de otra manera en un sitio que es símbolo de la nación, lugar donde Fidel no solo organizó la invasión a Las Villas y a Occidente, sino desde donde también se crearon los frentes de guerra, siendo la Columna No. 1, fundamentalmente, la que aportó los combatientes que cumplieron esas misiones.
Tras el triunfo de la Revolución, el Comandante en Jefe regresó a La Plata para firmar allí la Primera Ley de Reforma Agraria, en mayo de 1959, agigantándose la épica de un sitio que, años después, en 1978, fue declarado, con justeza, Monumento Nacional.
No en balde Fidel aseguró: «Para nosotros el lugar más familiar, más querido, de los momentos decisivos de la guerra, de los primeros combates y de los últimos combates, fue La Plata».