Olga Says (Nuevo Rumbo).— Las mujeres trabajadoras nos enfrentamos a diario al yugo de este sistema que nos impide liberarnos completamente de todas las cargas que se nos imponen por el simple hecho de ser mujeres desde que nacemos hasta que morimos. La conciliación familiar es un lastre más que acarreamos a nuestras espaldas y que debemos ir sorteando como si de un campo de minas se tratase. Según los datos del Ministerio de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones, en el primer semestre de 2022 el 86 % de las demandas de excedencia del trabajo por cuidados las solicitaron mujeres.
Con la Ley de Familias impulsada por el Gobierno, pretenden facilitarnos esa ansiada conciliación actualizando el Estatuto de los Trabajadores e incluyendo una serie de permisos, entre ellos uno de ocho semanas hasta los ocho años del menor, otro de hasta cuatro días por fuerza mayor y se amplía de dos a cinco días el permiso por cuidados. No solo para familiares directos, sino también para convivientes. Además, se mejora la adaptación de jornada y se facilita el teletrabajo para progenitores con hijos de hasta 12 años a cargo.
También podemos seguir solicitando una excedencia de hasta tres años, la renta de crianza que consiste en 100 € al mes para hijos de entre cero y tres años y los ya conocidos permisos de maternidad y paternidad de 16 semanas por cónyuge y el de lactancia, que serían 15 días.
Recientemente han salido a la luz varias noticias que informaban de que hay empresas que están denegando los nuevos permisos de la Ley de Familias por accidente u hospitalización, aduciendo que el reglamento todavía no está desarrollado. Aun así, el trabajador puede denunciar a la empresa para que un juez o jueza decida hasta que se defina dicho reglamento, con todo el conflicto laboral que le supone al trabajador en cuestión y las consecuencias e inseguridad jurídica que le puede acarrear.
Es evidente que con estas escasas medidas actuales el modelo de conciliación familiar instaurado en el capitalismo no está funcionando, pues siguen siendo insuficientes, al no ser más que parches que no atacan el verdadero problema. Las políticas actuales no abordan de manera efectiva las necesidades reales de las mujeres trabajadoras, lo que resulta en una carga adicional que dificulta su plena participación en cualquier ámbito.
Según el INE, casi la mitad de los trabajadores (el 49,55 %) no pudo modificar en 2018 su jornada de trabajo para el cuidado de otras personas. En el mismo año, el 17,1 % de las personas de 18 a 64 años de España con hijos menores de 15 años utilizaron habitualmente servicios profesionales para el cuidado de sus hijos. En cuanto al 82,9 % restante de españoles que no usa estos servicios, la mayoría (49,52 %) se organiza solo o con su pareja para cuidar a sus hijos y hay otro 19,84 % que pide ayuda a abuelos, familiares y amigos para ello; y un 7,33 % alega que no usa servicios profesionales porque no se lo puede permitir.
Entre los que sí encuentran dificultades, tanto para los hombres como las mujeres, y los principales problemas tienen que ver con las largas jornadas de trabajo y los horarios inflexibles. En este sentido, el porcentaje de hombres que afirma no poder modificar su horario de trabajo es mayor que el de las mujeres. Y también es más elevado el porcentaje de hombres que afirman que en su trabajo no pueden organizarse la jornada para el cuidado de familiares.
En cuanto a los efectos que ha tenido en el trabajo la conciliación de la vida laboral y familiar, es mayor el porcentaje de mujeres que dice que su rol de madre ha tenido efectos sobre su vida laboral. El número de trabajadoras que se han reducido las horas para cuidar de sus hijos es mayor que el de los trabajadore; de hecho, concretamente, 6 de cada 10 mujeres han renunciado a su trayectoria profesional, reduciendo la jornada laboral (y su salario) o abandonando el mercado laboral, y 7 de cada 10 han renunciado a tener el número de hijos que deseaban por la falta de medidas de conciliación que no penalizaran su salario.
Veamos estas afirmaciones en porcentajes para hacernos una idea de la magnitud del problema: un 20,63 % de las mujeres ha tenido que reducir su jornada laboral para el cuidado de sus hijos frente al 3,05 % de hombres; en cuanto a la necesidad de interrumpir su trabajo temporalmente para el cuidado de menores, un 20,87 % de mujeres frente a un 4,55 % de hombres lo ha interrumpido entre seis meses y un año; un 9,36 % de mujeres frente a un 2,48 % de hombres lo ha interrumpido entre un año y dos años; un 7,82 % de mujeres frente a un 1,42 % lo ha interrumpido entre dos y cinco años; y, por último, un 9,88 % de mujeres frente a un 1,34 % de hombres lo ha interrumpido más de cinco años.
Si hablamos de las tasas de empleo, seguimos reafirmándonos en la persistencia de esta problemática. Según el INE, en 2022, la tasa de empleo de los hombres de 25 a 49 años sin hijos menores de 12 años fue del 85,3 %, y con hijos en ese grupo de edad fue más alta (90,2 %); en el caso de las mujeres, a medida que se incrementa el número de hijos menores de 12 años disminuye la tasa de empleo: en mujeres de 25 a 49 años sin hijos la tasa fue del 76,9 %, y lo fue del 70,4 % en las mujeres con hijos menores de 12 años.
El hecho de que las mujeres carguen con la mayor parte del trabajo reproductivo conlleva, en la práctica, disponer de menos tiempo de disfrute personal, menor capacidad de intervención en la sociedad (por ejemplo, en política o asociaciones vecinales y sindicatos), menor capacidad de promoción profesional y, por lo tanto, menor salario y una dependencia económica de su pareja que puede terminar llevándola a quedarse aferrada en matrimonios indeseados y a tener más posibilidades de sufrir violencia machista.
La mujer trabajadora no necesita las migajas del gobierno socialdemócrata, ni parches para ir sorteando las dificultades. Lo que realmente necesitamos es una verdadera emancipación, es decir, socializar las cargas domésticas, por ejemplo, teniendo lavanderías y comedores públicos. También es necesario que las escuelas y actividades extraescolares y los de centros de día para personas mayores dependientes cubran toda la jornada laboral, y que sean públicos y gratuitos.
Otra cuestión esencial es que el permiso de maternidad y lactancia sea realmente acorde con las necesidades del bebé; la OMS recomienda como mínimo seis meses de lactancia materna exclusiva, y con los permisos actuales nos vemos obligadas a separar a nuestros hijos del pecho a las 16 semanas o antes para «irlos acostumbrando». También hacen falta permisos remunerados para el cuidado de menores o personas dependientes a cargo mucho más amplias que las que otorga la Ley de Familias, es decir, que se ajusten al cuidado real que necesite la persona dependiente.
Pero no todo versa sobre permisos y servicios públicos. Aquí vuelven a entrar en juego las penosas condiciones laborales a las que se tienen que enfrentar muchas familias trabajadoras y, sobre todo, las mujeres. Si ya de por sí nos encontramos ante una desigualdad de oportunidades por nuestro rol de cuidadoras, debemos enfrentarnos también a la poca estabilidad que nos ofrecen los contratos fijos discontinuos en los que debemos aceptar trabajar a la carta sin tener certeza alguna de si mañana hay que ir a trabajar, o de cómo hay que organizar la semana para atender a hijos o personas dependientes, o si llegaremos a fin de mes. La estabilidad no la garantizan ni siquiera los contratos fijos, debido a las facilidades económicas y legales que tiene el empresario de poder despedirte.
Mientras todas estas medidas que hemos mencionado no estén instauradas, mientras no se tumbe la reforma laboral y mientras la clase dominante haga lo que le plazca con nosotras para maximizar sus beneficios, no existirá la emancipación total de la mujer. Y esta, en un sistema capitalista, tanto de los que se dicen de izquierdas como de derechas, es absolutamente imposible.
Mientras los que gobiernan pertenezcan a la clase burguesa, las mujeres jamás tendremos garantizada la libertad, y no nos podemos conformar con las nimiedades que nos ofrecen como si de grandes progresos se tratase para mantenernos dormidas y calladas. Sólo organizándonos con las de nuestra clase seremos libres.