Adam

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Adam es una de esas raras películas que, al terminar, sales de la sala de proyección totalmente satisfecho, y en este caso, además, con la impagable sensación de que lo visto en la gran pantalla no es ninguna estupidez. Por tanto, un filme que deja poso en el ánimo y en el discernimiento del espectador. ¿La culpable – pues de una mujer se trata – de todo ello?: una joven marroquí nacida en Tánger en 1980, y de nombre Maryam Touzani. Una magrebí que estudió periodismo y comunicación en tierras londinenses, y que tras graduarse, asentada ya en Marruecos en 2003, se adentró en el universo cinematográfico de su país para ser indistintamente  documentalista crítica con su tiempo, perspicaz guionista y una excelente actriz. Así, hasta que en 2019 decidió dar el salto a la realización cinematográfica con esta magnífica ópera prima, presentada primero en Cannes (sección Un Certain Regard), y después en la SEMINCI de Valladolid. La película, inspirada en hechos reales y centrada en la Medina (parte antigua)  de Casablanca, cuenta la historia de tres mujeres en un momento preciso de sus vidas: Abla (impresionante Lubna Azabal), viuda y madre de Warda, una niña de ocho años, y Samia (conmovedora Nisrin Erradi), una madre soltera que busca empleo para comer y un techo donde cobijarse. Tres mujeres marcadas – en la sociedad patriarcal y machista alauita – por su género, por sus vivencias pretéritas y por sus inciertos futuros, y que, al encontrarse, desvelan las profundas heridas que las corroen y que urge cerrar. “Hay que saber cerrar lo que se ha abierto para seguir viviendo”, argumenta persuasivamente  Abla a Samia en un momento crucial del relato.

Espacio catártico

Para ello, para seguir viviendo, Maryam Touzani reúne a las tres mujeres en un mismo espacio, la casa modesta de Abla, lugar catártico donde, en un ejercicio impresionante de sororidad femenina, la cineasta tangerina denuncia la anacrónica y represora sociedad marroquí que condena a las mujeres viudas a marchitarse en plena madurez, o a las madres solteras al más injusto ostracismo. Algo que España ha conocido también hasta hace poco tiempo. En este sentido, destacar la maestría ejercida en la puesta en escena de la liberación de Abla y en la de la toma de conciencia de Samia para que ambas mujeres sigan luchando contra su medio hostil. Todo ello expuesto cinematográficamente sin acompañamiento musical ninguno, pero con desgarrador realismo, enorme sutileza y exquisito expresionismo visual. En definitiva, una película necesaria, hecha por mujeres para abordar problemas de mujeres en un país donde, precisamente, no se respetan los derechos de las mujeres. Sin duda ninguna, una muestra valiente del cine que jóvenes cineastas marroquís hacen hoy frente al poder omnímodo del sátrapa Mohamed VI.

Rosebud

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