Puertas a la descolonización cultural

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Intentan recolonizarnos no solo a través de las armas políticas, financieras y económicas; sino, además, mediante las culturales, empleadas en función de los intereses ideológicos occidentales

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Obra El tercer mundo, de Wifredo Lam.

Julio Martínez Molina (Granma).— Nuestro subcontinente ha estado preso, desde el momento mismo en que nos «descubrieron» hasta hoy, de las narrativas occidentales estructuradas en pos de interpretar historia, realidad socio-económica y escenarios políticos a partir de criterios coloniales, neocoloniales, neoliberales e imperialistas.

Siempre intentó primar el relato externo de nuestras circunstancias internas, la mirada de los presuntos vencedores. No tantas veces, empero, esa «visión de los vencidos» acuñada por el estudioso mexicano Miguel León Portilla y que se entiende como la necesaria reescritura de la verdad histórica según la óptica de los pueblos saqueados primeramente por la conquista española y luego por el imperialismo norteamericano.

Contra la versión «oficial» de dichas narrativas, está la versión real, endógena. De la primera se encargan hoy los cinco grandes conglomerados corporativos mediáticos, monopolizadores del 93 % de los contenidos divulgados a diario en el planeta, los cuales dictan las matrices de opinión y moldean o determinan las subjetividades de los seres humanos.

De la segunda, hemos de hacerlo nosotros, en el camino de contrarrestar, esa andanada irrefrenable de opinión falsa cotidiana que nos deforma, minusvalora y tima; e impulsar la edificación del reverso de la trama impuesta por quienes nos masacraron, asfixian y desprecian.

En la Casa Blanca superaron la imaginación de H.G. Wells, e intentan fabricar una máquina del tiempo que retrotraiga a Cuba al período neocolonial sufrido desde 1902 hasta 1958, cuando las órdenes eran dadas desde la embajada yanqui en La Habana, todo el aparato económico estaba bajo dominio norteamericano y la dignidad constituía un concepto pisoteado por una bandera y una cultura extrañas que dominaban el imaginario nacional.

Resulta paradójico que ocurra algo así en la tierra de excelsos escritores, de pensadores cruciales de las ciencias sociales, de grandes poetas, de extraordinarios luchadores sociales y de millones de norteamericanos que rechazan las políticas trazadas en el despacho oval con Trump, proseguidas con Biden.

¿Y cómo intentan recolonizarnos? No solo a través de las armas políticas, financieras y económicas; sino, además, mediante las culturales, empleadas en función de sus intereses ideológicos. Una sociedad cubana menos culta, más acrítica y obnubilada, dependiente de símbolos y modelos que le son ajenos, resulta ideal para tales ensoñaciones.

EL SUEÑO HÚMEDO DEL BORREGO DORMIDO

Los poderes hegemónicos construyen e instauran sus narrativas a partir de dispositivos ideológicos cuya quintaesencia consiste en trastocar o revertir totalmente las instancias de valor ancladas a ese ente supremo que ya, en este universo líquido de la actualidad, suprimen o convierten en mera entelequia: la verdad.

El mercado artístico forma parte indisoluble del poder hegemónico. Representa uno de sus más potentes brazos, con la música en tanto una de sus banderas fundamentales. Al poder le conviene adormecer a las grandes masas cautivas de receptores, mediante propuestas sonoras borreguiles que no despierten provocación ideológica alguna contra los paradigmas establecidos.

La anulación de la capacidad de crítica política o social del repertorio de parte del género urbano, en todas sus subvariantes (reguetón, trap, reparto…)  es camuflada desde el poder. Lo hacen mediante la ponderación de su supuesta iconoclastia compositiva (la procacidad es transmutada por los profetas de la mercadotecnia en «desenfado» de sus líneas), la que legitiman cual suerte de proyección de las grandes masas a las que,en presunción, el género representaría o identificaría.

Siempre será preferible que los públicos obnubilados entonen un cántico soez que uno contra-sistema, estiman ellos. De ese modo, el enojo provocado por el modelo neoliberal en toda nuestra región se re-significa en ofensa, misoginia o ataque al prójimo.

Queda neutralizado el potencial de transformación de la supuesta rebeldía musical, y resulta preterido cualquier atisbo de pensamiento. El sueño húmedo de la hegemonía. Que el urbano representa o identifica al pueblo resulta una de las grandes construcciones ideológicas entronizadas por el mercado. El perfecto sofisma para que no se escuchen a los auténticos cantores populares y sus letras reivindicativas en oposición al poder.

Nunca será la voz del pueblo la letra de un género que, aupado por el poder, desdice de las legítimas reclamaciones históricas de conglomerados populares de América Latina, la región más desigual del planeta. Nunca serán la voz del pueblo esos multimillonarios, con su existencia de opulencia y hedonismo.

COLONIZARNOS TAMBIÉN LLEVA MANO DE OBRA INTERNA

A veces no todos en Cuba tienen claro que no resultaría posible colonizarnos culturalmente, si quienes lo desean no contasen con la propia mano de obra nuestra. Lamentablemente, el tema sigue pellizcando el vientre de espacios de las redacciones musicales de televisiones y radios del país, expresándose en la falta de criterio para evaluar y valorar cuánto sacan al aire.

El espectro es amplísimo, y las selecciones, harto desacertadas en diversos casos; sobre todo en radioemisoras provinciales y municipales. En desmedro, por supuesto, de los valores sonoros autóctonos, los clásicos y los actuales. Valores que, dicho sea de paso, no forman parte en la actualidad de casi ninguna actividad cultural o recreativa, incluso infantil.

Contener el fenómeno pasa por las bazas del conocimiento y la jerarquización. Si un presentador debe repetir cuanto dice un guion plagado de exageraciones, de desequilibrio en las apreciaciones (que ubica, por ejemplo, a Bad Bunny, en la categoría de los grandes músicos del siglo), el asunto se pone bien difícil en materia curativa.

Quienes deciden en los medios deben tener cuidado con lo anterior. A veces copiar y pegar deja un saldo muy negativo en quienes ven o escuchan. En internet hablan mil idioteces personas sin dominio teórico de absolutamente nada, desprovistas de criterio sustentado y de formación estética: opiniones que luego se escucha repetir a jóvenes conductores.

También hablan en la red otras –igual de peligrosas– que, aunque poseedoras de conocimiento, en muchos casos son tarifadas por las discográficas, cadenas de televisión o estudios cinematográficos, para que les alaben sus nuevos títulos.

La industria hegemónica dispone de una pléyade de periodistas, influencers, groupies, youtubers, blogueros y hasta desvergonzados críticos que tienen por función ponderar las producciones de los emporios a los cuales ofrecen sus servicios. Lo hacen a cambio de pago en efectivo o en especie.

EL ANTÍDOTO NO ESTÁ EN LA FARMACIA

¿Y, entonces, se puede confiar en alguien o algo en esta era de «democratización» de la información? Sí, aún existen voces, oasis éticos, criterios especializados, revistas de prestigio y libros donde se concentran los saberes más lúcidos e incorruptibles.

Esas islas de luz no van a encontrarse jamás en las fábricas de destrucción intelectual de las redes sociales, como tampoco en algunos de los medios de prensa que califican a discos, cintas o series con estrellitas al final de la reseña, ni en millones de espacios personales signados por el voluntarismo de opinar sobre algo de lo cual solo se alberga una vaga idea.

¿Qué hacer, pues? Buscar aquellos sitios y firmas autorizados, consultarlos. Pero, mucho mejor que eso: ver el mejor cine de todos los tiempos, revisar a los autores fundamentales, revisitar los movimientos históricos artísticos, escuchar buenos álbumes, recorrer las grandes series. Leer –siempre leer–, de arte y de todo lo divino y lo humano. Son las únicas formas de forjarse el sentido estético que permita germinar un punto de vista exegético riguroso, coherente y aprehensivo.

Estos son los principales antídotos contra la mordida de víbora de la colonización, las puertas de entrada a la impostergable senda descolonizadora. No precisan buscarse en ninguna farmacia, están al alcance de quien se proponga adquirirlos.

Eso, y hacer, pensar, crear, grabar, rodar, pintar, escribir o filosofar asidos al pendón de nuestras raíces, filmando, musicalizando o escribiendo nosotros nuestras propias historias con nuestra visión.

Así impediremos que nos rellenen los espacios vacíos, a través de esa labor de zapa, codiciosa y mendaz, que tiende falsos puentes de aproximación, con el único propósito de reconquistarnos.

Fuente: granma.cu

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