La DANA de Valencia ha vuelto a sacar a plena luz del día la enorme brecha que separa a la clase de los productores, de los desposeídos, de la burguesía. En medio de los escombros que pueblan hoy todo el País Valencià, escombros que son todo lo que queda de nuestras vidas, es más evidente que nunca la brecha que nos separa de quienes nos han condenado a vernos así.
La DANA que ha asolado el Levante es solo en apariencia un episodio más de gota fría. Lo es solo en apariencia, porque la virulencia con la que ha descargado está indisolublemente ligada al cambio climático que, gota a gota, va colmando la capacidad de nuestro planeta para sostener la vida. Y ese voraz cambio climático, que cobra según el lugar y el momento las más diversas formas (ayer, como fuegos, hoy como proverbiales diluvios), tiene una causa humana, sí; pero no es culpa de cada ser humano. El modo de producción capitalista, con los tempestuosos ritmos que impone a la producción y la concentración de capital, conlleva consigo la destrucción del medio ambiente, dejándonos a la intemperie, destruyendo la vegetación y los suelos que cumplen un papel crucial en la contención de las avenidas de agua que hemos visto renacer estos días. La destrucción de la atmósfera, que es una evidente consecuencia de este mismo proceso, concita sobre nosotros la tormenta que está en la base de la catástrofe que ha asolado Valencia.
Sin embargo, no solo el cambio climático nos ha arrastrado hasta aquí. Efectivamente, ya contábamos con información sobre la DANA días antes de que descargase, y recibimos insistentemente avisos de los meteorólogos sobre su potencial destructivo. Pero el hambre no siempre agudiza los sentidos. La voracidad del capital le condujo a hacer oídos sordos a las advertencias. Aun sabiendo el riesgo que suponía para la vida, el gran capital intimidó a nuestra clase, la amedrentó y la forzó por todas las formas posibles a mantener girando la rueda del capital, a acudir a sus puestos de trabajo, a sostener la producción incluso en las circunstancias más adversas. Y no estuvo solo en esta labor: el Estado, cumpliendo con su papel como encarnación del capitalista colectivo, renunció a elevar el nivel de alarma con respecto a la tormenta, lo que habría servido para obligar a las empresas a mandar a los obreros a casa a tiempo. Solo cuando ya era demasiado tarde, cuando ya conocíamos las primeras consecuencias del temporal, como una forma de purgar las culpas, comenzaron a sonar las alertas en los móviles de toda Valencia.
Con esta situación, ya estaba dispuesto el caldo de cultivo para que se sucediesen las amenazas para obligar a los trabajadores a acudir a su trabajo. No hay alarma, la cosa no es para tanto, no hay excusa que valga. O vienes a trabajar o te verás en la calle. El miedo al hambre se impuso al miedo a la muerte, al son de las dulces melodías con que suavizaba la situación la Generalitat. Cuando tocó a rebato ya era demasiado tarde. Quien no estaba encerrado en su propio centro de trabajo era porque estaba volviendo de este en coche. Todos ellos eran solidariamente víctimas del capital.
Por si fuera poco, la DANA también se cebó con la clase obrera en sus propios barrios, en lo más íntimo de su existencia. La organización del territorio, al servicio de la burguesía, ha ido concentrando históricamente al proletariado en el Sur de Valencia, en un cinturón obrero compuesto por Paiporta, Torrent, Alacuás, Alfafar o Catarroja, los entornos más afectados por las inundaciones, fruto del derrumbe del barranco del Poyo[1]. Mientras tanto, el centro de la ciudad, del que la gentrificación y la turistificación han ido expulsando a la clase obrera, ha quedado prácticamente indemne. Quienes celebran este “éxito” de la ingeniería franquista pretenden que ignoremos que el nuevo cauce del Turia protege la capital a costa, precisamente, de castigar a sus trabajadores.
A medida que pasan las horas, vamos recibiendo más y más noticias, cada vez más desoladoras, sobre las consecuencias del temporal. En el momento en que firmamos este texto, tenemos noticia de al menos 211 muertos, sin contar todos aquellos que, como corresponde a un mundo construido sobre la barbarie, flotan aún sobre el agua o esperan ser encontrados bajo los escombros o encerrados en sus propios vehículos. Asimismo tenemos noticia de 1900 desaparecidos que hacen temer un creciente goteo de muertes.
Con estos mimbres, hoy podemos decir, sin asomo de duda, que la patronal valenciana, con sus cómplices necesarios en la administración, es la organización terrorista más mortífera que ha operado en nuestro territorio. No podemos más que tratar como tal a una organización que ha conducido a la muerte a cientos de personas, amenazado a miles de ellas, secuestrado a otras tantas- pues solo así se puede calificar lo que ya sabemos sobre las grandes masas de obreros encerrados en sus centros de trabajo, obligados a trabajar más allá del momento en que hasta la Generalitat se había rendido ya a la evidencia de la catástrofe; obligados a dormir o directamente a perecer en camiones, coches, comercios…
Ya asolada Valencia, por fin la Generalitat y el Estado se disponen a organizar la ayuda a los afectados; ayuda que cobra la forma de un despliegue de fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado que, en cuanto se ha tenido la más mínima sospecha, han redirigido sus esfuerzos a defender la propiedad privada de la burguesía[2]. Se repiten las escenas de policías y guardias civiles deteniendo a supuestos saqueadores que se cobran una mínima parte de todo lo que con su propia sangre han pagado ya en estos días. Con la excusa de que lo que se roba no son productos de primera necesidad, se escapa del deber de explicar cuál era la primera necesidad que exigía asesinar a centenares de obreros para producir cualquier mercancía. Mientras se teme el colapso de hospitales en la región, el Estado ha desplegado a unos burdos sabuesos más bien ocupados en colapsar los calabozos con masas hambrientas ¿Y los bomberos forestales? Esos no se han desplegado[3]: se ve que no están facultados para ejercer detenciones.
Frente a esto, desde el primer momento toda una serie de colectivos y organizaciones se han puesto manos a la obra para limpiar los escombros, atender a los que lo necesitan y volver a poner orden a unas existencias atravesadas por el caos que ha desatado la voracidad capitalista. Diversos sindicatos[4] se han ofrecido a asesorar a quienes, aun tras una noche de luchar por su propia vida, han sufrido de nuevo amenazas por no acudir a su centro de trabajo. Las asociaciones de vecinas[5] se han lanzado a organizar despensas solidarias y grupos de voluntarios. Los sindicatos de inquilinas y los sindicatos de barrio han desplegado sus fuerzas en el mismo sentido. El Partit Comunista del País Valencià ha ofrecido desde el primer minuto sus sedes y ha organizado asimismo grupos de voluntarios para asistir al pueblo. A ellos se suman la Juventud Comunista[6], el Partido Comunista en Madrid[7], el Partido Comunista de los Trabajadores de España y los Colectivos de Jóvenes Comunistas[8]… Se multiplican las recaudaciones de fondos, los acopios de materiales y de comida, las colas de voluntarios que se agrupan en torno a los más diversos colectivos, todos con un mismo propósito en mente.
La clase obrera, sabiéndose abandonada a su suerte por el capital y por su alto representante, el Estado, ha tomado en sus manos la tarea de resolver tan extremas necesidades. Ante nosotros se despliega hoy una actividad febril, encabezada por la clase obrera, articulada a través de las organizaciones en las que, también ayer, se luchaba por un mundo mejor. Hoy la conciencia de clase que ya todas estas organizaciones ayudaban a sembrar echa raíces en los corazones de quienes, frente al terror que nos ha impuesto el capital, han decidido reforzar el sindicato, el centro social, la asociación de vecinas. Ante nosotras, esta actividad, que hoy solo cobra la forma de una patrulla de limpieza, deja entrever la posibilidad de un mundo nuevo, uno en el que la catástrofe se previene, en que la necesidad no obliga a nadie a perder la vida, en que el temor al hambre y a la muerte no tienen cabida. Un mundo en el que la clase obrera, la clase de los productores, que construyen el mundo con sus manos, como hoy Valencia nos enseña, toma por su mano la tarea de poner todo en marcha, esta vez para servirla a ella. He aquí sus instituciones.
Sirva como ejemplo la heroica labor de cuantas hoy en Valencia, enjugándose el llanto por todo lo que no podrá recobrarse, luchan por arreglar cuanto pueden. La clase obrera hoy se promete que no ocurrirá otra catástrofe como esta. Tiene en sus manos cuanto necesita para que no vuelva a pasar, y sabe que, para ello, debe enterrar hoy a su sepulturero de ayer, a quien aún ahora, entre las ruinas, trata de proteger su mercancía para seguir engordando sus arcas.
La clase obrera no volverá a ser la víctima propiciatoria, no tolerará otro tributo cruento en el altar del capital. En la próxima tempestad no pondremos nosotros los muertos.
[1] https://www.20minutos.es/noticia/5649782/0/mapa-inundaciones-valencia-listado-municipios-afectados/
[4] https://twitter.com/ccoopv/status/1852065280798921014; https://www.cgtvalencia.org/necesidades-y-solidaridad-con-las-afectadas-de-la-dana/; https://twitter.com/CNT_Valencia/status/1852679056996589598
[5] https://twitter.com/FedVeinalVLC/status/1852609753857278243
[6] https://twitter.com/mrfurelos/status/1852731318301278471
Aquí está la verborrea…Mil palabras, cero ideas…