María (Secretaría de Juventud PCPE).— Hace un mes presentamos la campaña que la JCPE desarrollará este curso sobre los másteres habilitantes: “no son habilitantes, son elitistas”. El hecho de que varios camaradas nos hayamos visto o nos vayamos a ver próximamente obligados a pagar por estos títulos nos ha hecho entrar en contacto con el descontento general del estudiantado que se matricula en ellos, además de haber vivido en primera persona lo que suponen. Reflexionando sobre esto, y desde la conciencia de lucha contra el Plan Bolonia y el modelo burgués de universidad que plantea, se ha elaborado la campaña.
Hemos contactado con parte de compañeros y compañeras para que nos cuenten su experiencia y opinión acerca de estos másteres, aunque los presentamos con nombres ficticios para garantizar su anonimato.
Pablo estudió el MAES (el máster habilitante para impartir docencia en secundaria, bachillerato y FP) en la Universidad de Granada. Él no tuvo que abonar la matrícula completa gracias a matrículas de honor que había obtenido en la carrera y a una ayuda de la Junta de Andalucía. Con sus buenas calificaciones tampoco tuvo problema con la nota de corte, aunque también fue cuestión de suerte, pues hizo un doble máster para el que solo se ofertaban 10 plazas, pero los solicitantes habían sido 400. A pesar de este buen comienzo, admite que no aprendió “nada útil” y que además tuvo que dejar el trabajo con el que compatibilizaba el grado (clases particulares) por los horarios totalmente irregulares del MAES. Apuntamos que, en el caso del MAES, las asignaturas no son anuales ni semestrales, sino que pueden durar de dos o tres semanas a dos o tres meses, cada una con su correspondiente horario, que podía ser de mañana o de tarde.
Marga cursó el mismo máster, pero en Almería. Su vida estaba en Murcia, pero terminó la carrera con un 7,2 de nota media, y como sabía de las altas notas de corte, solicitó la matrícula en varias universidades. No la admitieron ni en Murcia ni en Alicante ni en Granada, sí en su última opción. El traslado y el alquiler corrían de su cuenta, por supuesto, y tuvieron que ayudarla sus padres porque no podía compatibilizar un puesto de trabajo con el máster. No solo los horarios irregulares la condicionaban, también las prácticas obligatorias no remuneradas durante seis semanas en horario de mañana.
Por otro lado, Inés tuvo que cursar el máster habilitante de abogacía. Se queja de que, tras estudiar Derecho, es imposible ejercer de abogada si después no se obtiene este título. Lo realizó en la Universidad Complutense de Madrid, con beca, afortunadamente, porque es de las universidades españolas en las que los másteres habilitantes son más costosos. No recuerda la nota de corte, pero sí la presión al saber que eran muchos candidatos (la tasa de estudiantes graduados cada año en Derecho es alta) para muy pocas plazas. Al igual que a Pablo, el máster no le aportó nada académicamente, pues “fue un repaso de lo visto en la carrera”. En su caso, sin embargo, las prácticas sí fueron remuneradas, por lo que esto alivió bastante el hecho de no haberlo podido compatibilizar con un trabajo: “habría sido una Odisea”, cuenta.
Las conclusiones que podemos obtener de esta muestra son varias: en primer lugar, resultan ser másteres “inútiles” que no aportan ningún conocimiento extra real respecto a lo estudiado durante el grado, o bien son teoría aislada y con escaso desarrollo que poco tiene que ver con la práctica de la profesión. En segundo lugar, suponen un gasto que puede ser o no cubierto con una beca, y a esta cuestión cabe añadir que con la ridícula subida del salario mínimo interprofesional no se han modificado los límites de renta para las becas, por lo que estudiantes que durante cursos anteriores sí la habían disfrutado, en estos últimos cursos se han quedado sin ella. Existe, por último, otra cuestión fundamental, y es que estos másteres se cursan en una etapa de la juventud ya adulta, pero es la familia quien tiene que continuar manteniendo económicamente a las y los estudiantes que los cursan, por lo que nos encontramos frente al “privilegio” de poder permitirse no trabajar durante un año o más, dada su incompatibilidad con la vida laboral.
No son habilitantes, porque realmente no suponen una capacitación para la profesión, y son elitistas, porque solo quien tiene cierta estabilidad económica familiar puede cursarlos. Suponen, así, un obstáculo más para acceder a un puesto de trabajo, y son una clave más del modelo de universidad al servicio del capital que queremos destruir. La Juventud Comunista continúa su lucha por una educación, en todos los niveles, laica, gratuita, de calidad, antifascista, con perspectiva de género, humanista y al servicio del pueblo trabajador.