Abel Aguilera Vega (Granma).— En sus más de seis décadas de existencia, la Revolución ha contado con la amistad sincera de innumerables personalidades, pero al decir del Comandante en Jefe, fue Hugo Chávez «el mejor amigo de Cuba».
Recientemente se cumplieron 30 años del primer encuentro entre ambos, dos de los principales líderes independentistas y antimperialistas de la historia latinoamericana reciente.
CERCA DE CUBA Y DE FIDEL
El impacto de Fidel Castro en América Latina no dejaría indiferente a Hugo Chávez. Era el hombre del que tanto le hablaba su hermano Adán, y fue el primero en quien pensó a los 13 años, al escuchar en la radio que el Che se encontraba en Bolivia.
Tras el golpe fascista en Chile, en septiembre de 1973, el entonces cadete escuchó por primera vez la voz del Comandante en Jefe, y nunca olvidaría sus palabras. El verbo encendido del líder cubano y la fuerza de sus argumentos cautivaron al joven de 19 años, en especial la exposición de uno de los pilares fundamentales de su ideario y praxis: el papel protagónico e imprescindible del pueblo en las transformaciones políticas y sociales.
Influenciado por las ideas revolucionarias de Bolívar, Martí y Fidel, en 1992 Chávez pretendió dar el tiro de gracia al gobierno neoliberal de su país, y aunque la acción fue un fracaso militar, constituyó una victoria política con connotaciones más allá de las fronteras venezolanas. El hasta entonces desconocido teniente coronel se revelaría como un líder de proyección latinoamericana.
Para Fidel, siempre atento a los acontecimientos en América Latina, estos hechos no pasaron desapercibidos, y gracias a ellos conoció por primera vez de la vida e ideario de Hugo Chávez. En diciembre de 1994 declaraba: «(…) nosotros, cuando llegamos a conocer con precisión los hechos, era imposible que no viésemos con simpatía y con admiración lo que habían hecho y, sobre todo, valorábamos de manera extraordinaria esas ideas bolivarianas que se habían recogido y que constituían las banderas esenciales de ese movimiento».
Durante el presidio de Chávez, Fidel Castro sería una inspiración. Allí leyó La historia me absolverá y la entrevista con Tomás Borge: Un grano de maíz. De ambos textos sacaría lecciones importantes: «(…) una de ellas fue que hay que mantener la bandera de la dignidad y los principios en alto, aun a riesgo de quedarse solo».
Durante los meses que pasó tras las rejas, su popularidad creció inmensamente. El 26 de marzo de 1994 fue liberado, y una multitud lo recibió en las afueras de Fuerte Tiuna. Al día siguiente, todos los medios de prensa nacionales reflejaban el acontecimiento.
Dos días después, el entonces embajador cubano, Norberto Hernández Curbelo informaba a La Habana: «El fenómeno Chávez hay que seguirlo con atención los próximos meses».
LA RUTA HACIA LA HABANA
La excarcelación no supuso un camino libre de obstáculos. Lograr la unidad de las fuerzas revolucionarias y un aparato propagandístico efectivo constituían grandes retos. Por su parte, los principales medios, en manos de la oligarquía nacional, se encargarían de silenciarlo, a lo que se sumaba la estrecha vigilancia de la CIA y de la Dirección de los Servicios de Inteligencia y Prevención, de Venezuela.
En la mañana del 30 de julio, el azar jugó a su favor, y lo acercó a su ruta hacia Cuba, pues conoció al Historiador de La Habana, Eusebio Leal, quien lo invitaría al país y, finalmente, sería su enlace con el hombre que tanto ansiaba conocer: Fidel Castro.
Dos acontecimientos acercarían aún más a Chávez con Cuba. El 1ro. de septiembre, el funcionario del Departamento de América del Comité Central del Partido Comunista de Cuba, Eduardo Fuentes, informaba a La Habana de un encuentro con Chávez, quien trasladaba un cordial saludo a Fidel Castro. El otro sería la entrevista con el recién nombrado embajador Germán Sánchez, el 12 de septiembre, ocasión en la que también expresó su admiración hacia Fidel Castro y el respaldo al proceso revolucionario, a pesar de los difíciles momentos por los que transitaba.
Ese propio día informa Germán a La Habana: «La personalidad de Chávez es a simple vista carismática, alegre, de rápidos movimientos, de ideas diáfanas, precisas y de agudos reflejos mentales. Se le nota su formación militar, la capacidad para ordenar las ideas de la conversación, los objetivos y temas que persigue. A la vez, resulta muy modesto, distendido, ameno en el diálogo. (…) Su conducta parece sincera y en todo momento nos trató con el mismo respeto y admiración que dice sentir por Cuba. Es un hombre en franca evolución, que pasó repentinamente a ser una personalidad nacional y no por ello se ha envanecido. Escucha y pregunta, da la sensación de alguien abierto que busca respuestas y ayuda».
Días después, desde el Gobierno cubano se cursó la invitación formal para el viaje de Hugo Chávez al país.
De forma paralela a estos acontecimientos, en la Isla se vivían tiempos muy difíciles. El desmoronamiento de la Unión Soviética la arrastró a una de sus peores crisis económicas, el socialismo como proyecto social y alternativa al imperialismo estaba siendo impugnado todos los días, y algunos «amigos» de la Revolución aconsejaban tomar el rumbo neoliberal. Pretendiendo dar el tiro de gracia, sobre Cuba se reforzó el bloqueo económico, comercial y financiero por parte de Estados Unidos, lo que provocó una depreciación drástica del nivel de vida de la población. Cuba vivía el Periodo Especial en tiempos de paz.
Cuatro meses antes de la visita de Chávez, la capital de la Isla había sufrido los mayores hechos vandálicos en la historia de la Revolución, detonante para un nuevo éxodo masivo hacia Estados Unidos y el lógico aumento de las tensiones entre ambas naciones.
Tanto el imperio como sus aliados apostaban por que la caída de la Revolución era cuestión de tiempo. Por solo citar el ejemplo venezolano, en noviembre, el presidente Rafael Caldera recibió en el Palacio de Miraflores a los connotados contrarrevolucionarios, vinculados con la CIA, Jorge Mas Canosa y Armando Valladares, mostrándoles su respaldo en contra de Cuba. En sentido contrario a estos hechos, el 25 de noviembre recibió al ministro cubano de Cultura, Armando Hart, al que de manera irrespetuosa le manifestó que la crisis cubana era «terminal», y que abordaría el tema en la i Cumbre de las Américas.
Pero la Revolución no se quedó de brazos cruzados. En 1992, presentó ante las Naciones Unidas un Proyecto de Resolución para denunciar y exigir el fin del genocida bloqueo económico impuesto por Estados Unidos. En septiembre de 1994, obligaría a Estados Unidos a sentarse en la mesa de negociaciones para poner fin a la crisis migratoria, y en noviembre reuniría en La Habana a más de 3 000 invitados internacionales en un gigantesco evento de solidaridad con la Revolución.
Es en este complejo escenario que se produce la visita de Hugo Chávez a Cuba, en la noche del 13 de diciembre de 1994. Apenas 48 horas antes, había cerrado sus cortinas la i Cumbre de las Américas, donde el presidente Caldera, como había anunciado, fue uno de los principales abanderados de la causa contrarrevolucionaria.
La visita de Chávez a Cuba y sus encuentros públicos con el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz no forman parte de un viaje intrascendente, ni pueden entenderse desconectados de su contexto histórico: fueron ante todo un acto de valentía y un posicionamiento de principios, ante las complejidades que vivían el movimiento comunista internacional y la izquierda mundial; y frente a la incertidumbre con la que se veía, fuera de nuestras fronteras, el futuro de la Revolución Cubana.