La lucha por la jornada normal de trabajo

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Julio Tuñón Osoro.— Después de que el capital necesitara varios siglos para prolongar la jornada de trabajo hasta sus limites normales máximos, rebasándolos luego hasta llegar a las fronteras de la jornada natural de doce horas, con el nacimiento de la gran industria en el último tercio del siglo XVIII se desató un movimiento arrollador, desenfrenado y violento como una avalancha. Todas las limitaciones impuestas por las costumbres y la naturaleza, la edad y el sexo, el día y la noche saltaron en pedazos.

Hasta los conceptos del día y de la noche tan rústicamente simples en los viejos Estatutos, se desvanecieron y confundieron en tal medida que un juez inglés , todavía en 1860 hubo de manifestar una agudeza realmente talmúdica para declarar en calidad de fallo que era el día y que era la noche. El capital celebraba sus orgías.

Tan pronto la clase obrera, aturdida por el estrépito de la producción, volvió un poco en si, comenzó su resistencia, en primer lugar en el país natal de la gran industria, en Inglaterra. Sin embargo, las concesiones arrancadas por los obreros durante tres decenios fueron puramente nominales. De 1802 a 1833, el Parlamento promulgó cinco leyes laborales, pero fue lo suficientemente astuto de no votar ni un solo céntimo para su ejecución forzosa, ni para el personal burocrático necesario, etc.

Las leyes quedaron en letra muerta. El hecho es que antes de la ley de 1833 se obligaba a los niños y jóvenes a trabajar toda la noche, todo el día, o durante ambos. La jornada normal de trabajo en la industria moderna data recién de la ley fabril de 1833, vigente en las fábricas de algodón, lana, lino, seda, nada caracteriza mejor el espíritu del capital que la historia de la legislación fabril inglesa desde 1833 hasta 1864. La ley de 1833 declara que la jornada usual en las fábricas debe comenzar a las cinco y media de la mañana y terminar a las ocho y media de la noche, y dentro de estos marcos, o sea, durante
un periodo de 15 horas, se considera legal emplear a cualquier hora del día a los jóvenes, es decir, a personas entre 13 y 18 años, siempre que un mismo joven no trabaje más de 12 horas diarias , con excepción de ciertos casos especialmente previstos.

Los legisladores estaban tan lejos de querer atentar contra la libertad del capital de absorber fuerza de trabajo adulta contra lo que ellos llamaban libertad de trabajo, que tramaron un sistema especial para prevenir las horrorosas consecuencias de la ley fabril. En recompensa a los señores fabricantes por haber ignorado, con la máxima insolencia, todas las leyes sobre el trabajo infantil promulgadas en los últimos 22 años, se les había dorado ahora nuevamente la píldora. El Parlamento dispuso que no trabajasen más de ocho horas después del 1 de marzo de 1834 los niños menores de 11 años , después de marzo de 1835, los menores de 12 años, y después de 1836, los menores de 13 años.

Este liberalismo tan indulgente con el capital, era tanto más laudable cuanto que en sus informes testimoniales ante la Cámara de los Comunes. El mismo Parlamento reformado que, con su delicadeza para con los señores fabricantes , seguía reteniendo por años a niños menores e 13 años en el infierno del trabajo fabril durante 72 horas semanales, es más, por tener los dedos delicados, los niños eran sacrificados al igual que el ganado bovino en el sur de Rusia para aprovechar el cuero y el sebo, con esto, la mortalidad media en los distritos sederos era excesivamente alta y entre la parte femenina de la población incluso superior que en los distritos algodoneros de Lancashire. Finaliza el tiempo que el obrero vende y cuando comienza el tiempo que le pertenece a él mismo.

Carlos MARX
El Capital (Tomo I )

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