José L. Quirante (Unidad y Lucha).— Conozco una sorprendente canción popular francesa llamada “Vladimir Ilitch” que al escucharla me eriza el vello y aviva mi entusiasmo revolucionario. Compuesta en 1983 y cantada espléndidamente por Michel Sardou, un reconocido cantante de derechas del país vecino, en principio para vituperar el deterioro político y la deriva contrarrevolucionaria que se manifestaban con los últimos suspiros de la Unión Soviética, no sólo reivindica integralmente la figura de Lenin y su legado revolucionario por insólito que parezca, sino que asimismo clama con desgarro su retorno a este mundo en el que el capitalismo perdura (cien años después de su fallecimiento) explotando a la clase obrera y expoliando al Planeta. Una de sus impactantes estrofas en v.o dice así: “Toi Vladimir Ilitch, au soleil d’outre-tombe / Combien d’annes faut-il pour gagner quatre sous / Quand on connaît le prix qu’on met dans une bombe / Lénine relève-toi ils sont devenus fous”. Que traducida al castellano podría quedar así: “Tú Vladimir Ilitch, desde el sol del más allá / ¿Cuántos años son necesarios aún para ganar cuatro perras? / Cuando sabemos el dinero que se invierte en una bomba / ¡Lenin levántate se han vuelto locos!”. Y así hasta interrogarse sobre “¿Adónde han ido los caminos de la esperanza? / ¿En qué noche profunda, en qué espesa niebla están? / Nada ha cambiado para los parias de la Tierra / Todavía no han hallado la salida del Infierno / ¡Oh! Vladimir Ilitch, tú que has luchado por la igualdad de los Hombres, ven de nuevo a hablarnos en pleno corazón de Moscú”. Y todo ese enaltecedor y sublime texto revolucionario envuelto en una música épica a la altura (es lo que me evoca) de la polifonía compuesta por Sergéi Prokófiev en la admirable obra cinematográfica “Alexander Nevsky”, del genial Eisenstein. ¿Extraordinario, no? Claro que sí. Porque al final la verdad subsiste.
Ellos o nosotros/as
¿Qué mundo ideal prometían los miserables voceros del capitalismo si un día desaparecía la demonizada URSS? Francis Fukuyama en su libro El fin de la historia y el último hombre aseguraba en 1992 que “como la lucha entre ideologías ha concluido tras el hundimiento de la Unión Soviética (1990), el futuro de la Humanidad está en el liberalismo democrático”, al tiempo que con chulesca obscenidad predecía que “EE.UU se convertirá en el sueño marxista de una sociedad sin clases”. Otros cantamañanas de menos monta, que la caída del Muro de Berlín en 1989 enajenó irremediablemente, afirmaron por su parte que “será el fin de las guerras y revoluciones sangrientas”; que “la distensión política y militar será completa al no existir enfrentamientos entre bloques, y que los hombres satisfarán sus necesidades a través de la actividad económica”. Vamos, una gozada. Y nosotros/as sin coscarnos.
Evidentemente, la realidad – como vemos ahora – es otra. Una realidad maculada de sangre, sudor y lágrimas proveniente de un mundo unipolar impuesto por el imperialismo yanqui, que en su delirante megalomanía está arrasándolo todo. Basta con saber mirar por la tele. La soberanía de pueblos y naciones, la vida de millones de indefensos seres humanos, los derechos sociales, laborales e internacionales arrancados después de duras batallas, los recursos naturales, etc. Todo en aras de la tasa de ganancia y de domeñar al Planeta. Al final, los cantos de sirena de Fukuyama y consorte, que embaucaron a medio mundo, resultaron pura patraña. La clase trabajadora y otras capas populares no viven mejor ni más seguros en el mundo de después de la Unión Soviética. No es cuestión de irredenta nostalgia prosoviética; simple constatación histórica.
Toca, pues, arremangarse, y como dice la canción de marras, organizarnos y levantarnos con el camarada Uliánov. El dilema es vital: o ellos o nosotros/as.