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Mario Ernesto Almeida Bacallao (Granma).— Unos 500 días después, Omar Shem-Tov, con cédula israelí, ha besado la frente de dos soldados de la resistencia palestina, justo antes de ser liberado como parte de un intercambio de prisioneros.
La imagen, que en las últimas 48 horas ha dado la vuelta al mundo, resulta, desde ya, un ícono de lo que hoy es Palestina como nación y de lo que mañana, el tremendamente feliz mañana que tendrá que llegar, será el Estado de inclusión, paz, respeto, libertad y amor, cuyo reconocimiento este planeta en pleno le debe.
Palestina no ha esperado por que la justicia universal –que ya sabe, no existe– se levante en nombre de todo lo sagrado para detener lo siniestramente inexplicable, lo humanamente sin perdón.
Palestina, de las maneras que ha podido, se ha lanzado a luchar. A luchar a expensas de todo y con todo… y las victorias están ahí:
La victoria de seguir existiendo, de estar en boca de quienes la quieren y de quienes la hunden, por vías más o menos directas, entre los escombros y bajo las bombas; el logro de ser, no de ahora, la gran deuda de quienes alardean de buenos, de los que viven tranquilos, la vergüenza altisonante de quienes lo tienen todo, a expensas de…
Y ahora mismo resulta, sobre todo, la victoria en forma de beso.
No ha sido un beso cualquiera este. No ha sido mudo. El beso en sí ha señalado, como un grito, dónde hay una luz, en medio de tanto… de tanto, porque ha sido mucho.
El beso se ha estampado en la frente de los militantes probablemente más calumniados entre las resistencias del Levante Mediterráneo, y ¡ha sido un beso!, hay que seguir insistiendo en eso.
Hay que insistir, porque la civilización humana se ha inventado mil gestos para decir las cosas, y el beso tiene un significado demasiado sublime, demasiado liberador… por mucho que Judas se haya empeñado, 2 000 años hace, por esos mismos lares, de cambiarle el signo.
Es presente y futuro. Presente porque es resultado concreto de la lucha del hoy; y futuro porque se erige como una constatación de la clase de mundo por la que se pelea en cada costado de Palestina, y anuncia que es un mundo acariciable y posible.
De pronto, un beso –dos– ha burlado décadas de censura mediática, de manipulación, de crimen.
El sionismo ha justificado su existencia, dizque democrática, mediante historias de libros viejos sin autor. Se han «reinstaurado» en nombre de la exclusión. Los palestinos, quienes también tienen en su larguísima historia esa clase de instrumentos, han ido más allá.
Incluso en la crudeza de la lucha armada, de la guerra sin cuartel a la que han sido empujados, y que llevan con una dignidad sobrecogedora, han demostrado que, en el país por el que luchan, caben todos, como siempre cupieron, desde aquellos años del antes de… cuando en nombre del judaísmo, los propios judíos que llevaban siglos en esa tierra también fueron asesinados, desplazados y despreciados, junto a árabes y cristianos. No hablamos, por supuesto, de hace diez siglos.