Hay que repetirlo con orgullo: tenemos una teoría. Basta de caminar sin brújula. Basta de buscar visibilidad respondiendo al último trending topic o a rifirrafes entre figuras de YouTube o X. El vaciamiento del debate forma parte indisoluble de la reorganización estratégica del capital: no hay un «posible uso alternativo» de esta lacra. No es más que un show para distraernos y la izquierda no debe convertirse en comentarista de semejante circo. Para luchar contra la ola reaccionaria, contra la ofensiva liberal y contra la guerra solo hay una solución: tener agenda propia, no subordinada al algoritmo y sin caer en el error de ofrecer constantemente la “visión contraria» sobre los mismos temas que nos impone el enemigo. Porque quien impone el tema ya ha ganado la primera batalla.
El primer paso, por tanto, no puede ser otro que el de tocar tierra. Basta de hacer niñerías con las redes sociales: la «cibermilitancia» no existe, sino que es mera ilusión. La izquierda no necesita más tertulianos: necesita más delegados sindicales, más protestas vecinales, más estudiantes formándose y organizándose para luchar por su futuro. Solo así volveremos a ser una fuerza real: hay que fomentar asociaciones barriales, impulsar secciones sindicales, dinamizar agrupaciones estudiantiles o colectivos de jubilados, de vivienda u otras temáticas. Hay que organizarse, no para posar en redes, sino para pelear codo con codo junto al pueblo en sus problemáticas cotidianas: un desahucio, un despido, una subida del alquiler, una residencia colapsada. Y todo ello sin paracaidismo alguno; sin más programa que el de tejer comunidad donde hoy ahora solo hay resignación. Eso, y no millones de tuits, será lo que consiga que la gente llana confíe en nosotros.
Si la política se reduce a una “batalla cultural” en redes, ya está perdida. Nada sustituye a la praxis, pues las redes no son el punto de partida de nada. Serán, en el mejor de los casos, un altavoz para que se extiendan las luchas populares que se hayan logrado desarrollar previamente en el mundo real. Pero no serán nunca una lucha en sí mismas, porque ninguna consigna germina sin esa base material que solo te da tener los pies en la tierra. Todo lo demás es vender humo, porque solo tiene sentido comunicar cuando hay algo que comunicar más allá del propio lenguaje: luchas reales y pequeñas en cada barriada, en cada puesto de trabajo; resistencias cotidianas. Quien no pisa barro, acaba como otros youtubers: para tener más seguidores, se pasan a la extrema derecha y dividen a la clase en función de su nacionalidad o cultura. Por suerte, a diferencia de ellos, nosotros no somos opinadores: somos organizadores.
Solo sobre esa base —la de estar caminando juntos, ayudando a otros y siendo ayudados por otros, peleando codo con codo como clase para solucionar colectivamente nuestros problemas— el pueblo volverá a estar receptivo, asumiendo conclusiones políticas más elevadas. Porque solo partiendo del conflicto real podrá dotarse a este de sentido histórico: cada problema laboral explicará el modelo de trabajo que nos están imponiendo para que paguemos su falta de rentabilidad y su crisis; cada problema de vivienda servirá para entender por qué lo inmobiliario no debe ser un «mercado». Únicamente desde allí, desde el barro, las masas asimilan —aun sin necesidad de ponerle nombre— esa brújula colectiva que es el marxismo.
Asumamos nuestra propia crisis para ponerle remedio. La izquierda debe quitarse sus complejos y aferrarse a sus principios como Ulises al mástil, para no dejarse arrastrar por el canto de sirena de las redes sociales. Nuestra hoja de ruta es otra: levantar una alternativa de poder desde abajo, organizada, arraigada, coherente; y para eso hace falta organización, organización y organización… no carisma infantil en las redes sociales. Ya lo dijimos: tenemos una teoría y no necesitamos inventar nada nuevo. Solo recuperar un hilo rojo que no está en la fibra óptica, sino en los barrios, los centros de estudio y los puestos de trabajo.