Mauro Casadio*.— El enfrentamiento entre Trump y Zelensky, y por extensión con la Unión Europea, ha adquirido formas inesperadamente virulentas para todos y ha sacado a la luz una cuestión real que con el tiempo se ha eliminado de la discusión en la izquierda. Pero al final también mostró la naturaleza profunda de la contradicción: la que existe entre intereses imperialistas divergentes en Occidente.
¡Así que hay gran confusión bajo el cielo y la situación es excelente! Pero ¿cómo interpretar este repentino deterioro de las relaciones transatlánticas? ¿Cómo situar esta clara discontinuidad en el marco de la aparente hegemonía euroatlántica y de la dominación mundial liderada por Estados Unidos, que hasta noviembre pasado parecía irreversible?
Las interpretaciones que florecen son múltiples: desde la locura mercantilista de Trump hasta la influencia de la » oligarquía tecnológica » compuesta por los hombres más ricos del planeta, desde la subordinación de los grupos dominantes de la UE a los EE.UU. hasta la «redención militar» que debe sancionar la emancipación europea de un Estado que ya no es amigo, sino que se ha vuelto de repente antidemocrático en el lapso de una campaña electoral.
En resumen, el “Fin de la Historia” está oscureciendo las mejores mentes occidentales, que son incapaces y no quieren rastrear las causas estructurales de esta contradicción, aunque ha sido evidente durante mucho tiempo. De hecho, se niegan a abordarlos en absoluto, limitándose a «diseccionar» en debates televisivos o entrevistas periodísticas interminables y extremadamente aburridos los aspectos formales, a menudo reversibles en 24 horas, de carácter político-ético, de amenazas de «autocracias extremadamente peligrosas», o de carácter económico contingente.
Incluso en la “izquierda” no surgen análisis particularmente brillantes, oscilando entre un pacifismo militarista-europeísta, como el del PD [Partido Democrático en Italia], y un pacifismo hipócrita como el del Movimiento 5 Estrellas, que en el gobierno había votado por la financiación de armas para Ucrania y la compra de los F35, y hoy se beneficia electoralmente de las contradicciones del amplio campo. Como decía Totò, ahora “se están tirando a la izquierda”.
También hay que decir que los análisis producidos mediante el uso de categorías marxistas son escasos o se limitan a las expresiones de intelectuales y militantes individuales, mientras las organizaciones políticas se retuercen en elaboraciones superestructurales, sin llegar nunca al fondo de la naturaleza de la contradicción en acción.
En realidad, estamos en medio de un nuevo salto cualitativo en el orden mundial establecido en los años 90, y la fragmentación del mercado global está sacando a la luz las características regresivas de un modo de producción que nos arrastra de nuevo a la guerra.
Las formas son las insanas que entregan todos los días las noticias políticas, económicas y militares, pero el proceso que las generó podría ser interpretado desde los años 90 tal como venía siendo caracterizado, y claramente visible después de la crisis financiera de 2008.
Bastaba con utilizar las categorías adecuadas y en este caso sigue siendo fundamental la clave de comprensión que ofrece el popular ensayo sobre el “imperialismo” escrito por Lenin a principios del siglo pasado.
La apertura de espacios ilimitados de crecimiento con el fin del campo socialista en Europa y con la apertura de China a la economía occidental ha dado oxígeno a una dimensión global del capitalismo que ya estaba en crisis financiera desde los años 1980 –basta recordar el colapso de la Bolsa de Tokio en 1987–, pero que ha recibido un impulso excepcional e inesperado con la ruptura del equilibrio internacional creado después de la Segunda Guerra Mundial. Hoy es posible escribir la historia de ese proceso.
Pero ese crecimiento nacido bajo las leyes del capital no podía sino reproducir y amplificar las contradicciones de un Modo de Producción impulsado por una necesidad de crecimiento infinito y que al final siempre ha tenido que lidiar, a lo largo de su historia, con los límites encontrados y reproducidos de tiempo en tiempo.
En el “Big Bang” liberal de los años 1990 había lugar para todos y todos podían aspirar a llevarse una tajada de la tarta, pero esa misma posibilidad aceleró todas las contradicciones del sistema capitalista: desde la financiarización hasta la centralización y concentración del capital, desde la competencia producida por la creciente composición orgánica del capital mundial hasta el papel redescubierto de los Estados como comités empresariales de la burguesía.
Un papel que se manifestó a través de intervenciones militares, desde la de Yugoslavia hasta las numerosas intervenciones en África y Oriente Medio hasta Afganistán, con el relativo reparto del botín entre los bandidos euroatlánticos. Un papel que quedó confirmado aún más por la importante ayuda financiera pública concedida a los bancos durante la crisis de 2008.
También a partir de ese período se establecieron varios centros económico-financieros. Además de los EE.UU., surgió la naciente Unión Europea. También en Asia, la tendencia a construir un área regional se ha manifestado, primero con Japón, luego definitivamente derrotado por la crisis financiera de finales de los años 90, provocada por los EE.UU., y después China, que ha sabido crecer económicamente y ahora se ha consolidado políticamente con el Partido Comunista en el gobierno.
El nacimiento de diferentes centros de gravedad geopolíticos no significó necesariamente sólo competencia sino también colaboración, al menos mientras hubo espacio para el crecimiento de todos, en una negociación política que de hecho duró hasta la crisis de 2008.
Bajo el manto del euroatlantismo, los grupos dominantes de EE.UU. y de la UE han intentado mantener una fachada político-militar unida y han desatado guerras de civilizaciones, hasta llegar a la definición del mundo de Borrell como «el jardín y la jungla». Esta estructura se ha mantenido políticamente a través de las distintas fases, pero ha sido incapaz de revertir el curso de las contradicciones surgidas con el colapso de la URSS y la afirmación “global” del modo de producción capitalista.
Mientras en nombre de la hegemonía del capital se celebraba el “fin de la historia”, los “animal spirits” procedían velozmente a redibujar los bloques geoeconómicos del mundo, con procesos que marcharon insistentemente desde los años 90 en adelante, hasta que el juguete se rompió y la fragmentación de los mercados bloqueó el crecimiento económico, incrementando fuertemente la competencia entre los sujetos que operan dentro del capitalismo globalizado.
La mistificación del euroatlantismo, la versión moderna del eurocentrismo colonial, no tuvo en cuenta la contradicción fundamental que estaba madurando: la que existía entre los Estados Unidos y la emergente Unión Europea. A partir de los acuerdos de Maastricht, pasando por el nacimiento del euro y el intento de ampliar al máximo el tamaño de la UE y su capacidad competitiva, fue inevitable el surgimiento de la divergencia de intereses de los dos principales sujetos del capitalismo occidental.
Paradójicamente, esta contradicción se ha hecho evidente no por la capacidad de los grupos dominantes de la UE de buscar su propia autonomía estratégica, sino por una dificultad estructural de los EE.UU. Estos, de hecho, habiéndose beneficiado de su renta de posición global, han desarrollado hasta el máximo la deuda pública y privada y ahora el nivel alcanzado se ha vuelto insostenible empujando a ese país a forzar económica y financieramente incluso dentro del imperialismo occidental para sostener su situación.
Ciertamente, esto no es producto de la presidencia de Trump, sino del papel desempeñado por los EE. UU. desde los años 90, que condujo a la crisis financiera de la primera década del siglo, a la huida de Afganistán debido a la insostenibilidad económica de la guerra y, finalmente, al surgimiento del «fenómeno Trump» debido a la crisis social interna, que ha producido miseria e inestabilidad incluso en la llamada clase media, es decir, lo que históricamente fue la base política y electoral de las clases dominantes estadounidenses.
En cuanto a la UE, colaboradora y competitiva al mismo tiempo con otros imperialismos, hoy se enfrenta a una reacción similar a la de 1971, cuando EE.UU. abolió el cambio del dólar por oro en Bretton Woods sin siquiera informar a sus aliados.
En aquella época, la guerra de Vietnam había convertido gran parte de la economía nacional a la producción militar y la producción civil estaba a cargo de Europa, que tuvo un enorme aumento de sus exportaciones y en particular de Alemania, y de Japón, dando nueva vida y competitividad a los países derrotados en la Segunda Guerra Mundial.
Ante este resultado inesperado, EEUU decidió abolir la convertibilidad del dólar con el oro e inició los procesos de financiarización, recuperando la hegemonía en Occidente, pero hoy éstos han llegado a los límites de sus posibilidades de desarrollo.
Las clases dirigentes europeas se encuentran hoy ante una difícil elección, a su pesar. El choque entre EE.UU. y la UE no surge de decisiones políticas erróneas, sino del PROCESO generado por el capitalismo. Esto es independiente de las voluntades específicas de los sujetos involucrados y los obliga a lidiar con la variable independiente de la dinámica del modo de producción capitalista.
En resumen, no pueden hacer lo que “quieren” hacer, sino lo que se ven obligados a hacer. Éste es el criterio que debemos utilizar si queremos interpretar las posibilidades de organización de clases que se abren en este nuevo escenario histórico.
Así, el cuento de hadas de que los rusos quieren invadir Europa es la tapadera política e ideológica para preparar un giro reaccionario, ciertamente no gestionado por las tan temidas fuerzas populistas/fascistas, sino directamente por la mayoría “Úrsula”; y por tanto forzar el proceso de unificación europea, que hoy se encuentra objetivamente estancado, debido al cambio de las condiciones generales, pero también debido a la incapacidad estratégica, política e intelectual de las clases económicas y políticas dominantes.
Por otra parte, lo que está sucediendo es la repetición del proceso de unificación de la Alemania del siglo XIX, que, coincidentemente, creó un estado federal unificado promoviendo dos guerras y utilizando a enemigos externos, Austria en 1866 y Francia en 1870, para los fines del naciente nacionalismo alemán.
Por último, una contribución significativa al empeoramiento de la situación la hizo el nacimiento de los BRICS+, que está demostrando cómo el potencial de crecimiento económico y social ha migrado ahora desde los viejos centros imperialistas hacia el sur del mundo, donde el propio equilibrio de poder militar está siendo equilibrado táctica y estratégicamente por la existencia de armas nucleares, como nos ha mostrado el asunto de Ucrania.
Como comunistas estamos obligados, por tanto, a redescubrir las herramientas del marxismo y del leninismo, que todavía hoy demuestran una vitalidad increíble, pero sobre todo con la condición de clase que se determinará en los próximos años en la UE.
Ya hoy está claro quién pagará este alto precio: serán los trabajadores y las clases populares de Italia y de Europa con el aumento del gasto militar, propuesto por Von der Leyen por 800 mil millones de euros de deuda pública, en detrimento del gasto social.
Un cambio de esta magnitud no se limitará solo al «recorte» del gasto social, sino que tendrá efectos estructurales en las sociedades europeas, desde la reestructuración industrial con cientos de miles de despidos en el continente hasta una restricción de las libertades democráticas, una tendencia que se observa actualmente en la periferia europea, véase Moldavia y Rumanía, pero que, con el aumento de las dificultades, convergirá en el centro político de la UE, como lo demuestra en Francia Macron, que frena un gobierno sin mayoría y ha perdido las elecciones.
Como comunistas no sólo tenemos el deber de la lucha política, sino también el de operar y producir organización en todas las esferas sociales donde esta crisis se manifestará en el futuro, sedimentando una verdadera oposición fuera y contra las mistificaciones de una izquierda contradictoria e impotente.
* Red Comunista
Traducción: Carlos X. Blanco